XIV - Unión bajo la luna

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En la suave penumbra de la noche, bajo un cielo que derramaba sus lágrimas en forma de una tenue lluvia, dos almas entrelazadas caminaron juntas, como si fueran un solo ser, a través de las calles desiertas que la ciudad, en su discreta sabiduría, había dejado vacías para ellos. Las luces pálidas que parpadeaban desde las ventanas eran meros reflejos de la tenue claridad que los guiaba, no a través del camino, sino hacia el centro mismo de sus corazones, donde el amor había plantado sus raíces profundas y secretas.

Bonnie, con un gesto que era tan natural como respirar, se aferró al brazo de su amado, buscando en su calor un refugio contra el frío, no solo del aire, sino del mundo mismo, que se había retirado a una distancia prudente para no interrumpir la sagrada intimidad de los dos. Él, con una ternura que sólo se encuentra en el fondo del alma, la atrajo hacia sí, envolviéndola en su abrazo, como si sus brazos fueran un escudo contra todas las incertidumbres y las sombras que pudieran acecharles.

Llegaron a un pequeño tinglado, una especie de capilla para los corazones que aman, iluminado por una luz rosada, suave, como la caricia de un suspiro en la mejilla. Aquí, en este rincón del mundo, que parecía haber sido creado sólo para ellos, Bonnie levantó la vista y, en ese instante, el tiempo mismo pareció detenerse, como si incluso los relojes se resistieran a interrumpir lo que estaba por suceder.

Sus labios se encontraron, no con la urgencia del deseo, sino con la certeza de la eternidad. Era un beso que contenía todas las promesas no dichas, todos los sueños compartidos en silencios cómplices, un beso que sellaba no solo un momento, sino una vida juntos.

Después, con un gesto que revelaba más de su alma de lo que cualquier palabra podría, él se quitó su abrigo y lo colocó sobre los hombros de Bonnie. Era un acto simple, casi banal, pero en su simplicidad residía la esencia de lo que es el verdadero amor: un cuidado constante, un deseo inquebrantable de proteger y nutrir al otro.

Entonces, con una timidez que contrastaba con la solemnidad del momento, él se arrodilló, aún sosteniendo su mano, como si temiera que, al soltarla, ella pudiera desvanecerse como un sueño al despertar. Con dedos ligeramente temblorosos, sacó una pequeña caja de su bolsillo y la abrió con la delicadeza de quien maneja algo infinitamente precioso.

El anillo brilló en la tenue luz, pero no fue el brillo del oro o de los diamantes lo que iluminó el rostro de Bonnie, sino la comprensión repentina de lo que ese anillo significaba. La promesa de un "para siempre" que no era un concepto abstracto, sino una realidad concreta, tan palpable como la lluvia que caía suavemente a su alrededor.

— Bonnie, ¿te casarías conmigo? — La pregunta, aunque formulada con una timidez evidente, estaba cargada con el peso de una verdad absoluta.

— ¡Por supuesto que sí! — Su respuesta fue tan inmediata, tan llena de alegría, que no dejó espacio para ninguna duda o vacilación. Se arrodilló junto a él y lo envolvió en un abrazo que parecía destinado a durar no solo esa noche, sino todas las noches por venir.

El mundo alrededor, la lluvia, las estrellas, todo pareció unirse en un coro silencioso, celebrando la unión de esas dos almas que habían encontrado en el otro su hogar.

A la mañana siguiente, con el primer rayo de sol asomándose por la ventana, la pareja se levantó de la cama, no como dos individuos, sino como uno solo, unidos por un amor que ahora llevaba el sello de una promesa eterna. La noche anterior, en su delicada sencillez, se había convertido en la piedra angular de su futuro juntos.

Decidieron, con la alegría compartida de aquellos que han sido bendecidos con un secreto que ansían compartir, preparar un desayuno para sus familias. Cada uno tomó su teléfono, y en el acto de invitar a sus seres queridos, parecía que estaban invitando al mundo entero a celebrar su felicidad.

𝖬𝖾𝖺𝗇𝗍 𝖳𝗈 𝖡𝖾 [𝖦𝗎𝗌 𝗑 𝖡𝗈𝗇𝗇𝗂𝖾] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora