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Cande Vetrano. Mejor Amiga. Ese era un término importante, pero, como con madre o padre, no había recuerdos o emociones unidas a él. Me quedé mirando a los oficiales, sintiendo como si debiera mostrar algún tipo de emoción, pero no conocía a esta chica, a esta Candela.

El policía más viejo se presentó como Detective Ramírez y procedió a hacerme las mismas preguntas que todo el mundo hacía.

—¿Sabes lo que pasó?

—No. —Observé el líquido del suero gotear en mi mano.

—¿Qué es lo último que recuerdas? —preguntó el Comisario Rhode.

Levanté la vista. Tenías las manos cruzadas en la espalda y asintió cuando mis ojos se encontraron con los suyos. Era una pregunta tan sencilla, y tenías muchas ganas de contestar correctamente. Lo necesitaba. Eché un vistazo a mi madre. La fachada fría empezaba a desmoronarse. Sus ojos brillaban, su labio inferior era delgado y temblaba.

Mi padre se aclaró la garganta.

—Señores, ¿puede esto por favor esperar? Ella ha pasado por mucho. Y si supiera algo ahora mismo, se los diría.

—Cualquier cosa —dijo el Detective Ramírez, haciendo caso omiso de mi padre—. ¿Qué es lo último que recuerdas?

Cerré apretadamente los ojos. Tenía que haber algo. Sabía que leí Matar a un ruiseñor. Probablemente lo hice en clase, pero no podía recordar la escuela o al maestro. Ni siquiera sabía en qué grado iba.

El Comisario Rhode se acercó, ganándose una mirada descontenta de su compañero. Metió la mano en el bolsillo que tenía en su pecho y sacó una foto, enseñándomela. Era una niña. Realmente se parecía a mí. Sin embargo, su cabello no era tan castaño, sino más marrón, y sus ojos eran de un sorprendente y hermoso verde manzana, mucho más impresionante que los míos... pero podríamos haber pasado como hermanas.

—¿La reconoces?

Frustrada, sacudí la cabeza.

—No pasa nada si no lo haces. El médico nos dijo que puede tomar un tiempo que vuelva, y cuando...

—¡Espera! —Fui hacia adelante, olvidando el maldito suero. Tiró de mi mano, casi soltándose—. Espera, me acuerdo de algo.

Mi padre dio un paso adelante, pero el detective lo advirtió al decir:

—¿Qué recuerdas?

Tragué saliva, con la garganta repentinamente seca. No era nada, pero me sentí como si fuera una especie de gran logro.

—Recuerdo cantos rodados, rocas, y eran suaves. Llanas. Del mismo color que la arena. —Y había sangre, pero no dije eso, porque no estaba segura de si era cierto.

Mis padres se miraron, y el Detective Ramírez suspiró. Mis hombros cayeron. Obviamente era un fracaso.

El Comisario me dio unas palmaditas en el brazo.

—Eso es bueno. Eso es realmente bueno. Pensamos que estabas en el Bosque Estatal de Michaux, y tendría sentido.

No se sentía bien. Me quedé mirando mis sucias uñas, deseando que todo el mundo se fuera. Pero los oficiales se quedaron, hablando con mis padres, como si yo no fuera capaz de comprender todo lo que decían. Que Cande siguiera desaparecida era una gran cosa. Entendía eso. Y me sentía mal. Quería ayudar a encontrarla, pero no sabía cómo.

Los miré de reojo. El Detective Ramírez me observaba con ojos entrecerrados, en un intenso y desconfiado escrutinio. Un escalofrío me corrió por la columna vertebral, y me apresuré a apartar la mirada, con la sensación de que me merecía la mirada que me daba.

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