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Con el corazón desbocado, mi estómago se revolvió. Acababa de aceptar lo que sentía por él, decirle que lo amaba, y...no podía siquiera terminar ese pensamiento. Necesitaba salir de allí, pensar con claridad, porque no podría ser él...todos menos él.

Peter se removió a mi lado, sentándose lentamente.

- ¿Qué pasa, La?

- Tengo que irme - Mi voz salió en un susurro ronco.

- De acuerdo - Bostezó, pasando la palma de su mano sobre su frente - Déjame acompañarte. Es tarde.

- No, no tienes que tomarte la molestia - Me quité el cobertor y encontré mi vestido en el suelo.

Peter se sentó más recto, balanceando las piernas por el borde de la cama.

- No es ninguna molestia. No quiero que tu... - Se calló, observándome pasar el vestido sobre mi cabeza. Sonriendo, extendió su brazo hacia mí lento.

Salté hacia atrás, tropezando con sus zapatos. Me apoyé contra la pared.

Su sonrisa se desvaneció.

- ¿Estás bien, La?

- Sí - El pánico me recorrió mientras me las arreglaba para subir la cremallera a mitad de mi espalda - Es tarde. Sólo necesito regresar.

No parecía del todo convencido ahora que estaba totalmente despierto. La preocupación frunció su ceño mientras buscaba mis zapatos, y finalmente me daba por vencida cuando no pude encontrarlos en la oscuridad. Tomé mi bolso de su escritorio, retrocediendo hacia la puerta.

- Yo...te veré después - La emoción obstruía mi garganta, pero no podía permitirme a mí misma pensar en lo que había ocurrido entre nosotros y lo que él podría haber hecho sin remordimientos.

Caminé descalza hasta la puerta, y me tomó mucho control mantener los ojos centrados en su rostro cuando habló.

- Espera. ¿Por qué estás actuando así? ¿La?

Incapaz de decir algo sin echarme a llorar, agarré la manija y tropecé ciegamente por el estrecho pasillo. Choqué con los objetos sombreados, ignoré las punzadas de dolor y corrí hacia la puerta principal. Hice una mueca al oír la puerta crujir al abrirse y salí, cerrándola detrás de mí.

Inhalé bocanadas de aire. Afiladas piedras se clavaban en mis pies, y luego las hojas de hierba fresca amortiguaron mis pasos. ¿Era Peter? ¿Siempre había sido él? Una astilla golpeó mi corazón, y luego otra.

Peter.

Mis pensamientos eran confusos, yendo desde el momento en que lo vi en mi dormitorio hasta el último, a ese beso ardiente que me dio antes de quedarme dormida. Corriendo por el jardín podado, llevé una mano hasta mi boca para ahogar mi llanto. No podía ser él. Confiaba en él más allá de la duda, y había sido tan amable conmigo, a pesar de que estaba segura de que no lo merecía. La duda florecía debajo de mi confusión, intentando afianzarse, pero esas palabras...esas palabras, tenían que ser una advertencia.

- ¡La!

Un sollozo se me escapó. No podía enfrentarlo, no podía siquiera mirarlo sin dejar de controlar todos estos pensamientos.

Peter me alcanzó antes de que pudiera llegar a la mitad del camino. Atrapando mi brazo, me hizo girarme. Estaba desnudo de la cintura para arriba, sus pantalones ni siquiera estaban abrochados en su carrera por alcanzarme.

- ¿Qué pasa, La? - demandó, sus ojos muy abiertos y dilatados.

Intenté liberar mi brazo.

- Por favor, sólo déjame ir. Por favor.

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