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Me miraba fijamente, con los ojos entrecerrados y los puños tensos a sus costados. Su cabello estaba desordenado, más oscuro en la cima de su cabeza, fijado allí. Una mancha negra se hallaba sobre el inicio de su pelo, goteando a lo largo de su rostro como un río macabro e insidioso.

- Te crees tan perfecta - dijo, con la voz falta de vida mientras la sangre corría hasta sus ojos sin pestañar - ¡Pues no lo eres! ¡No tienes ni idea! Tu vida está echa un desastre, y no tienes ni idea.

Me eché hacia atrás.

- ¿Cande?

Una cálida mano se envolvió alrededor de la mía, y Cande de desvaneció.

Aturdida, encontré la mirada preocupada de Nico.

- ¿Qué dijiste? - preguntó.

- No viste...

- ¿Vi qué? - El agarre de Nico se hizo más fuerte.

- Nada - Aparté mi mano, con el corazón acelerado.

- Dijiste el nombre de Cande - dijo Euge, pálida y visiblemente afectada.

- Dios, La, luces como si hubieses visto un fantasma.

Comenzaba a pensar que así era. O era certificable. Todos me miraban fijamente. Los ojos de Peter se encontraban abiertos y dilatados de nuevo. No había aire suficiente entrando en mis pulmones. Se contraían dolorosamente. Con las piernas temblorosas, me levanté y tomé mi bolso.

- Tengo que irme - dije en tono áspero.

- La - Nico se levantó.

Me alejé rápidamente de la mesa. Un confundido Pablo me alcanzó, pero lo esquivé. Afuera en el pasillo, comencé a correr y no me detuve al abrir las puertas que daban hacia afuera. Mis pies saltaban sobre el concreto y luego el asfalto. Alcancé el auto de mi hermano, caí junto a él y atraje mis piernas hasta mi pecho, tomando aire en sorbos dolorosos.

Ahora entendía lo que todos me advertían, todo era demasiado.

Mamá me recogió temprano de la escuela. El camino a casa fue tenso, y tenía la impresión de que quería decirme algo, pero no sabía qué. Y honestamente, ¿qué podría decir? Algo como esto no podría arreglarse con algunas palabras.

- Cariño - dijo cuando aparcamos en la entrada - Hay un doctor que tu padre conoce...

- ¿Qué tipo de doctor? - Me giré hacia ella, apretando mi bolso.

Hizo una mueca al apagar el motor.

- Es un psicólogo.

La ira y la verguenza se abrieron paso en mi interior. Nunca debí haberle dicho lo que sucedió por teléfono.

- No estoy loca.

- Cariño, no estoy diciendo que estés...loca - Me miró, con una sonrisa triste - Pero dijiste que viste a Candela en la cafetería y...

- Eso no significa que tenga que ver un terapeuta. Ya hiciste que fuera a ver al consejero de la escuela - Salí del auto, azotando la puerta - No quiero ver un terapeuta.

- Puede que no tengas opción - dijo en voz baja

Me giré, y mis siguientes palabras provinieron de un lugar escondido dentro de mí.

- ¿Qué pensarían tus amigos, mamá? ¿Sobre que tengas una hija que tiene que ver a un terapeuta?

Mamá palideció.

- Lo mismo que pensaron cuando mi hija se emborrachó y estrelló un auto recién comprado contra un árbol. ¡O cuando mi hija estaba en esas fotos que todo el mundo vió! O cuando...

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