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Las cosas estuvieron más o menos bien durante la siguiente semana.

No hubo más visitas del Detective Ramírez, y mis reuniones con la Sra. Messer se detuvieron desde que empecé a ver al Dr. O'Connell.

Sin embargo, como que la extrañaba, a ella y a sus gafas.

Las píldoras parecían funcionar más rápido de lo esperado. Ya no tenía alucinaciones o recibía notas al azar. Pero encontré el escondite de la libreta de notas legales en la oficina en casa mientras buscaba algunos sujetapapeles. Ver la libreta como que me perturbó. Esa noche fue mala, llena de lágrimas y frustración.

Pero incluso con las píldoras y cómo se habían calmado las cosas a mí alrededor, sentía un creciente malestar dentro de mí, que generalmente empeoraba por la noche, cuando me despertaba, contando las estrellas verde neón para asegurarme de que seguía habiendo cincuenta y seis en el techo. Era como un momento de calma en la tormenta, justo antes de que el caos reinara. Cada noche, después de la práctica, Peter venía para "ver televisión" con Nico, lo que en realidad era sólo una fachada para pasar el rato conmigo sin asustar a mis padres. Parecía estar funcionando, y lo que era una o dos horas en la noche, se había convertido en algo de lo que tenía ganas la mayor parte de los días. Nos sentábamos al lado del otro en el sofá, pretendiendo ver la televisión mientras que Nico fingía que no nos miraba como un halcón. Peter se había puesto creativo en la manera de tocarme accidentalmente, con un roce de mano o pierna. En el momento en que se iba, quería subirme en su regazo y besarlo.

Y no había intentado besarme. Ni siquiera habíamos estado cerca desde el día que me visitó el día del accidente. Tuve la sensación de que no quería apresurar las cosas por todo lo que me había pasado, y no me molestaba.

La graduación se convirtió en el foco de todos en la escuela. Incluso Mery y Paula habían vuelto a sus campañas de difamación en competencia por la corte del baile en mi lugar. Con cada día que pasaba, desaparecía en un segundo plano, y me encantaba.

Pablo se me acercó después de clases el viernes, mientras cambiaba de libros, siguiendo la promesa que no había mantenido.

El ojo morado se había atenuado a un azul muy claro, pero se veía horrible.

- Tenemos que hablar.

Me sentía tan cansada de escuchar esas palabras. Agarrando el libro de trigonometría, lo metí en mi bolso.

- No, no tenemos - Me di la vuelta y me dirigí hacia la entrada trasera.

Caminó a mi lado, tenaz como siempre.

- La gente hablaba en la práctica de ayer.

Podía imaginar de qué. Al abrir la puerta, bajé los peldaños del pabellón rápidamente. Nico me estaría esperando para llevarme a casa antes de regresar para la práctica.

- ¿Ni siquiera quieres saber? - me preguntó, la ira afilando sus palabras.

- En realidad, no.

Se puso delante de mí, bloqueando mi camino entre dos coches.

- ¿Qué te pasa? Estás actuando como si no hubiéramos estado juntos durante casi cuatro años, Lali. Cuatro años, ¿y ni siquiera puedes darme la hora del día?

Había una buena posibilidad de que las píldoras pudieran estar afectándome antes de lo previsto, porque no me sentía molesta. Ni siquiera triste. Mirándolo, no sentí más que decepción en general. Tal vez no eran las píldoras, tal vez sólo era una señal de que estaba superando todo esto. Como todo el mundo parecía estar superando lo de Candela.

Me colgué la mochila al hombro y entrecerré los ojos.

- Lo siento. Sé que pasamos mucho tiempo juntos.

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