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Sentí náuseas la mayor parte de la mañana del sábado, y no dormí mucho después de la llamada del detective. Los intentos de rescate se convirtieron en intentos para recuperar el cuerpo. Era un asunto tácito, pero lo sabía.

No esperaban encontrar a Cande con vida.

Un poco antes de la una, me escabullí de casa. No fue difícil teniendo en cuenta que mamá todavía estaba en la cama y papá se encontraba en algún curso de golf. Metiendo las manos en los bolsillos de esta chaqueta estilo militar realmente linda que encontré en mi armario, caminé por el sinuoso camino. Lo más probable era que esto no tuviera sentido. Los padres de Cande bien podrían ni estar en casa, pero no podía reunir el valor suficiente para llamarlos, especialmente porque no me habían contactado ni una vez desde que regresé.

Esto podría ser malo.

Cruzando el pequeño patio, subí al pequeño porche de la casa de ladrillos y llamé a la puerta principal. Un golpe sonó desde el interior, seguido por una profunda y ronca carcajada: la carcajada de Peter.

La puerta se abrió, y miró por encima de su hombro.

- ¡Ya me ocupo, papá! Regresaré en un rato - Girándose, me dio una sonrisa ladina y salió, cerrando la puerta detrás de él - Hola.

- Hola - repetí, retrocediendo.

Peter me rodeó e indicó que lo siguiera cuando no me moví.

- Ya que no has venido en auto, espero que no te importe mi método de transporte.

Me imaginé que le había pedido prestada la camioneta a su padre o algo, pero se detuvo delante de una motocicleta, quitándole la lona azul. Mi estómago cayó.

- No estoy segura de si alguna vez he estado en una motocicleta.

- No conmigo. Y la verdad es que dudo que el chico lindo con el que sales pudiera arriesgar su rostro.

Lo miré fijamente. Pablo era hermoso, pero Peter era la encarnación de lo ardiente, sus rasgos más duros en los pómulos.

Sacando una banda, recogí mi cabello en una cola de caballo baja. Los mechones más cortos volaron libres, curvándose alrededor de mis mejillas.

Peter me entregó un casco negro y brillante.

- Es fácil, en serio. Sólo sujétate fuerte.

Mi mirada cayó en su estrecha cintura y mis entrañas se volvieron gelatina. Giré el casco lentamente.

- ¿Cómo...cómo sabes dónde vive Cande? Nunca te lo pregunté.

Entornó los ojos.

- Solía dar un montón de fiestas.

Cambié de un pie a otro, pensando en lo que Paula había dicho.

- ¿Ustedes...salieron o algo?

Sus cejas se juntaron.

- ¿Por qué preguntas?

- Una de las chicas lo mencionó. Dijo que ustedes dos se liaron.

Inesperadamente, se rió.

- Me da un poco de curiosidad en cuanto a por qué salí a colación en la conversación, pero bueno.

No podía dejarlo pasar.

- ¿Ese es un sí?

Apartó la mirada, cuadrando los hombros.

- Sí.

Una ardiente sensación se desplegó por mi abdomen, deslizándose a través de mis venas como una serpiente.

- ¿Alguna vez nos liamos?

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