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La Sra. Messer tenía esta cosa con sus gafas. Se las ponía cuando empezaba a hablar, se las quitaba antes de terminar una oración, y luego mordisqueaba la parte que daba a la sien. Dentro de los primeros cinco minutos de la sesión de los miércoles, ya había completado el ciclo cinco veces.

Me deslicé en el asiento, sofocando un bostezo con la mano. Se había pasado la mayor parte de nuestro tiempo juntos comprobando los informes de mis maestros.

Puso los papeles en una carpeta y la dejó a un lado.

- Como era de esperarse, ninguno de los maestros tiene problemas contigo. La verdad es que hasta estás prestando más atención en clase.

- Bueno, supongo que eso es algo bueno.

Su sonrisa lucía tensa.

- ¿Cómo va todo en casa?

Puse el rostro en blanco.

- Todo está bien.

Se puso las gafas.

- Tu madre me contactó ayer. Le preocupa cómo te estás ajustando a todo.

Irguiéndome en el asiento, apreté los labios. Mamá no me había hablado desde la discusión en la noche del lunes. Y estaba bien con ello.

- ¿Ella la llamó?

- Sí. Le preocupa que estuvieras teniendo dificultades para conectar las cosas desde antes del...incidente con tu vida ahora - Se sacó las gafas - ¿Quieres hablar de ello?

Mis dientes dolían por lo duro que apretaba la mandíbula.

- Es más como que está teniendo un problema con la forma en que soy ahora.

La Sra. Messer mordisqueó la parte de la sien.

- ¿Tiene algo que ver con un chico...?

El calor se apoderó de mis mejillas.

- Comía helado con un chico y ella se asustó - ¡No podía creer que mamá la había llamado! No había hecho bien en llamar a un terapeuta real, pero decirle a la consejera de la escuela de por sí era bastante malo. Agarré los brazos de la silla, y tomé una respiración profunda - No soy la misma persona que era antes del incidente. ¿Y sabe qué? Creo que es algo bueno. Era toda una perra antes.

Se puso las gafas una vez más, sus labios temblando como si realmente quisiera sonreír. Y no una de esas falsas y tensas sonrisas que siempre me daba.

- Bueno, si te hace sentir mejor, le expliqué que tendrías cambios en lo que respecta a tu personalidad.

- Apuesto a que lo tomó tan bien -  me quejé - Cree que soy...

- ¿Qué cosa, Mariana?

Empecé a masticar la uña de mi pulgar mientras mi pie golpeteaba el suelo con ansiedad. El impulso de derramar mis secretos me llenó, y quise contárselos.

- No lo sé. Está avergonzada de mí. Creo que siempre lo ha estado.

- Estoy segura de que eso no es verdad - dijo la consejera, mirándome - ¿Has sido capaz de recordar algo más?

Centrándome en la imagen del niño con cara de querubín en la foto de su escritorio, me encogí de hombros.

- Sólo fragmentos, y no tienen mucho sentido. No he recordado nada a pesar de que he estado haciendo lo que me ha dicho. Pensé...pensé que la noticia sobre Cande desencadenaría algo, pero no fue así.

- ¿Y cómo estás manejando la noticia de Candela? ¿Aún sientes apatía hacia ella?

Odiaba cuando decía cosas como esa, a pesar de que entendía lo que quería decir. Mi incapacidad para recordar los sentimientos en torno a mi relación con Cande dificultaba el compartir el dolor que todo el mundo sentía por su repentina muerte.

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