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¿Sospechosa? ¿Asesina? Las miradas que pensé haber visto en los ojos de Mery y Paula tenían razón. Sospechosa. Mi corazón latía con fuerza mientras me paseaba por mi habitación más tarde esa noche, con el estómago vacío. La idea de comer me daba ganas de vomitar, así que me salté la cena.

Sospechosa. Asesina.

Esas palabras eran extrañas para mí. No en el sentido de que no entendía lo que querían decir, sino porque no podía asociarlas conmigo. Las palabras me recorrieron como pequeños fragmentos de vidrio, deshilachados, cortándome.

¿Mi padre en realidad creía que esa era la razón por la que el detective Ramírez estaba interrogándome? ¿Debido a que el detective creía que había matado a Cande? ¿Mis amigos pensaban lo mismo? No podía ser cierto. No tenía sentido. Obviamente, yo también salí lastimada. Lo suficiente como para que todo lo que era, todo lo que sabía, hubiera desaparecido.

Nunca podría matar a alguien. ¿No lo sabían? Todavía existía la posibilidad de que lo que pasó hubiera sido alguna clase de accidente. Sabía lo suficiente como para estar segura de que habría una autopsia para determinar la causa de la muerte.

De pie ante el espejo en mi armario, me tragué el nudo de miedo que subía por mi garganta antes de que pudiera consumirme. Mi reflejo me devolvía la mirada, con las mejillas pálidas en contraste al tono castaño de mi cabello. Con el tono desprovisto de maquillaje, parecía mucho más joven que en las fotos. Había un brillo nervioso en mis ojos, uno que dudaba que la vieja Lali hubiera lucido.

- Nunca habría lastimado a Cande - dije, necesitando escuchar a alguien, incluso si era a mí misma, decirlo.

Mi reflejo inclinó la cabeza, sus labios curvándose en una sonrisa llena de burla.

- Mentirosa.

Jadeante, di un traspié hacia atrás, tropezando con el estúpido oso de peluche en el suelo. Me golpeé la cadera con el costado de la cama. Un nuevo dolor me atenazó mientras mi pulso latía salvajemente.

Ya no había nadie en el espejo.

Con el cuerpo temblando, me puse de pie. El movimiento sacudió la cama y la mesa junto a ella. Ya movida de cuando Pablo chocó contra ella, la caja de música cayó contra el suelo, tocando dos débiles y rotas notas musicales que enviaron escalofríos por mi columna. Cogí la caja, poniéndola de costado. Una abertura en la parte de abajo se había abierto cuando chocó contra el suelo, lo suficientemente grande como para que entrara media baraja de cartas. El hueco lucía vacío, y distraída, la cerré y puse de regreso en la mesa.

Un enfermizo sentimiento se construyó en la boca de mi estómago mientras me daba vuelta, quitándome los largos mechones de cabello del rostro. Afilados escalofríos viajaban por mi espalda. Y de repente, me sentía caliente, y la habitación lucía demasiado pequeña.

Mi reflejo me había hablado.

Estaba oficialmente loca.

Comencé a pasearme de nuevo, evitando mi reflejo por si decidía tener otra conversación conmigo. Lo que acababa de pasar no podía haber sido un recuerdo, y no había manera de que pudiera explicarlo como algo más que un buen delirio.

Me imaginé llamándome mentirosa después de que dijera que no podía lastimar a alguien. Bien, muy bien. Lanzando mi cabello hacia atrás, tomé una profunda respiración, pero se estancó en mi pecho. Necesitando salir de la habitación e incluso de la casa, abrí la puerta y corrí hacia el pasillo.

Al doblar la esquina, choqué directamente contra un duro cuerpo, con la suficiente fuerza como para que el pobre tipo soltara un gruñido y cayera en el suelo. Perdí el equilibrio, cayendo sobre él. Al instante, reconocí la cítrica esencia.

No mires hacia atrás Donde viven las historias. Descúbrelo ahora