Un aroma dulce le obliga a bajar los papeles que ha estado revisando desde hace unas horas al reloj que está junto a él. Las ocho de la mañana marca este, y suspira. A su izquierda, los rayos del sol comienzan a atravesar el cristal de la ventana, pero su atención, a diferencia de otras ocasiones, no se enfoca en esa calidez que siempre lo reconforta, sino en el primer cajón de aquel escritorio el cual abre. Dentro, hay una caja larga color negra. Sin dudarlo la toma y levanta la tapa para mirar su contenido. Un pequeño y plateado Pegaso con alas extendidas pareciera estar listo para levantar el vuelo, e inevitablemente hace una mueca. Si por él fuera, hubiera escogido algo más delicado para adornar el cuello de su hija, algo que de seguro no le gustaría y que no se pondría más que para ocasiones "especiales".
Él sabe que tiene la culpa de que a su "pequeña" le guste ese tipo de cosas: la mitología, las criaturas fantásticas que aparecen en esta, pero, sobre todo, las historias donde los dioses hacen su aparición. Sí, él tiene la culpa, pero no es como si hubiera podido evitarlo, de cierta manera quería que sus hijos supieran de él, de ellos, ¿Y qué mejor forma que disfrazar su historia en cuentos para niños?
Gracias a los dioses, Zero no había intervenido para que dejara de hacerlo. Gracias a los dioses, él entendía esa necesidad de que sus hijos supieran indirectamente de su vida, de esa vida que dejó en el olvido por la simple y sencilla razón de haberse enamorado como un loco de él; de su ahora compañero de vida, de su ahora esposo, "la madre" de sus hijos y el dueño de su corazón.
¿Cuántos años de eso?
¿Dos?, ¿cuatro?, ¿cinco?
No. La verdad es que ya habían pasado muchos años, sin embargo, él tenía la sensación de que apenas había pasado un par de días, un par de años.
¿Su mente quería borrar esos primeros años?
Lo más seguro, pues esos primeros años fueron una total locura, un completo caos. Si escarbaba en su mente, esas noches dónde su único objetivo era el huir y esconderse le causaban los mismos escalofríos, el mismo terror que en ese entonces.
Y es que, el ser perseguidos por esos malditos vampiros no fue algo que ellos pensaran sucedería, pero sucedió. Por años, ellos fueron perseguidos por esas bestias sedientas de sangre con el principal objetivo de tomar la cabeza de Zero Kiryuu; del único cazador, hasta ese momento, en lograr terminar con la vida de dos sangre pura, y que, por querer tener una vida normal junto a él, renunció a la protección del único que metería las manos al fuego por su seguridad: el presidente de la asociación de cazadores.
Sí, esos primeros años fueron un completo caos, dónde la sola idea de regresar al santuario quemaba día y noche sus pensamientos. Si ellos estuvieran ahí, esos vampiros no seguirían apareciendo. Si ellos estuvieran ahí...
Pero no podía regresar. Si regresaba su vida volvería a estar encadenada a la muerte, a las luchas, y él en esos momentos tenía motivos importantes para no regresar a aquello.
Y uno de esos motivos importantes, ese día cumplía dieciséis años. Su pequeña, que para nada era ya su niña, su bebé, sino esa señorita que no tardaría en levantar suspiros por donde pasara, ese día cumplía dieciséis años.
Sin darse cuenta, todo aquello había quedado en el pasado. El huir, el esconderse para que no encontraran a Zero, para que no lo encontraran a él, porque quisiera o no, también lo estaban buscando a él, no con el mismo objetivo que con Zero, pero sí para dar explicaciones. Explicaciones que de nada servirían, pues aquel en su búsqueda jamás lo entendería.
Esos días de terror pronto se convirtieron en simples pesadillas. De un momento a otro los vampiros dejaron de aparecer, de un momento a otro ellos comenzaron a tener una vida normal.
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Legado de sangre y oro (Libro 2 de Dorado y vampírico amor)
Fiksi PenggemarUna nueva amenaza pone en peligro la familia que Zero y Milo han construido trás dieciséis años de una vida pacífica. Antiguos amores regresan del pasado, secretos celosamente guardados salen a la luz, y aquellos que creyeron, jamás volverían a ver...