FLORES MUERTAS; TUMBAS VIVAS.

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Dicen que el amor es algo indefinido el cual sentimos de diferentes maneras, recuerdo la primera vez que sentí lo que era amar, aunque la situación no fuera la mejor, ni yo estuviera arreglada para ese momento, a pesar de todo, probablemente ese sería el mejor día de mi vida.

—Es una niña—me había dicho el doctor después de tanto trabajo, habían sido horas, el sudor continuaba impregnado en mi piel, mientras mis ondas se empapaban en él, la criatura estaba envuelta en lo que parecía un papel especial para la ocasión. La habían limpiado y vestido antes de ponerla en mis brazos, podría haberla visto de una manera más natural, pero cuando sus pulmones se inflaron para llorar, mis ojos se cerraron. La fuerza del parto me había dejado inconsciente, el dolor de aquel instante ya no se sentía igual, de hecho, en mi cabeza aquello había valido la pena.

—Mi pequeña...Melisa.

Sus pequeñas manos se cerraban a la par de su llanto, tal vez alimentarla por primera vez, o verla fueran las cosas que me hicieran amarla, no sabía en qué momento lo había hecho, pero mi hija era la definición de aquel sentimiento que tanto intentaba buscar en aquella época.

—¡Mamá!—La escuché gritar a lo lejos mientras corría, él me había dado treinta segundos de ventaja, como si eso me ayudará a derrotarlo, «deberías ser tú, quién lo mate, ¿por qué estás corriendo?» Me cuestionaba a mí misma «ya lo has hecho una vez» me continuaba diciendo.

«¿Qué estás haciendo, Himari?» Me repetía, entonces paraba, necesitaba hacerlo para enfrentarlo. Aquello me había tomado desprevenida, porque entendía que su figura era mucho más real de lo que me podría imaginar.

—¿Por qué paras, copito?—Llevaba la cicatriz que le había hecho años antes, los espejos no se rompían, aún pisandolos con fuerza, mis pies pesaban, al igual que mi cuerpo.

—¡Mamá, necesitas correr!—Insistía la pequeña a la que ni siquiera estaba viendo.

—¿Qué haces aquí?—Le pregunté al hombre por primera vez, no era la sombra, porque su formato era tan sólido como el real.

—¿Qué haces, tú, aquí?

—Yo te maté...No es posible...

—En realidad, fui yo quién te mató.

«Eso es mentira», quise decirle, pero no lo hice, porque mientras lo escuchaba, más sentía como su respiración se acercaba a mi cuerpo.

—Vaya, tú, en apuros por lo visto.

Las flores surgían a la par de su caminar, los espejos se convertían en tierra y los pies de la persona que estaba frente a mí se enterraban poco a poco, porque aquello había pasado a ser arenas movedizas.

—Adriano—susurré intentando escapar de lo que mi padre no estaba pudiendo.

—Te ves bien, Himari, te estaba esperando.

«¿Esperando?» Nuevamente el escenario cambiaba, no escuchaba a Melisa, mi padre había desaparecido, me encontraba en el restaurante, con las ropas que llevaba puestas en aquel día de nieve.

—Las damas van primero, ¿verdad?—Me preguntó de pronto el chico de ojos azules.

El ambiente era cálido, no estábamos afuera, porque él había abierto la puerta como si fuera uno de esos príncipes de cuento, no le dije nada al comienzo, mi único acto fue detallar cada movimiento, las personas conversaban como si nada estuviera sucediendo, detrás de él había un espejo, podía verme, me encontraba normal, aunque no el objeto, lo sentía y no me equivocaba

—¿Qué vas a pedir, amor?

«¿No vas a matarlo, Himari?» La irreconocible voz volvía, aquella sombra me vigilaba, mire alrededor esperando encontrarla, pero nada.

Primero las damas #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora