EPIFANÍA

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YUKI VEINTE HUMANOS AÑOS ANTES , BLESSORA.

—¡Oye, dame eso!—Su pelo ondulado caía sobre sus hombros, ella tenía los ojos como una serpiente de escamas verdes, eran tan brillantes, tan claros, que los rayos de sol la dejaban sin visión cada vez que los miraba sin querer hacerlo.

—El copito no me alcanza, no me alcanza—cantaba mientras se reía de mi altura, era más bajo que ella, aunque ambos tuviéramos ocho años—Copito, copito, ¿cómo vas a alcanzarme si se te caen hasta los pantaloncitos? — Sabía que estaba jugando conmigo y con lo bajo que era, tal vez en ese momento me lo merecía por la broma que le había hecho antes a ella.

—Girasol—le dije de un momento a otro, sabía que no le gustaba eso, de hecho, si bien era más alta, no le encantaba serlo, entre todas las niñas ella se destacaba con su altura y en nuestro mundo eso era raro, o por lo menos así se lo hacían pensar.

—Copito.

—Girasol—a ella no le gustaba, porque los girasoles eran enormes, pero a mí me encantaba decirle de esa manera, porque amaba esas flores, su significado y lo bien que combinaba con Himari. Me recordaba al sol. De hecho, éramos lo opuesto, según ella yo era un copito de nieve, bajito, regordete y frío, no se equivocaba, viniendo de ella, tampoco me molestaba.

El juego parecía no tener fin, nos infernizabamos la vida uno del otro, nos peleábamos, nos volvíamos a hablar y así era siempre, al final, nuestra amistad no cambiaba, se fortalecía, porque ella me contaba todo y yo hacía lo mismo.

Himara era una niña que había sido traída a nuestro mundo por mi madre, era una mitad humana, mitad Blessoriana. Mi padre había sacrificado los suyos, no obstante, ella no recordaba esa parte, porque mi madre se había encargado de quitarle la memoria, aún así, la misma la consideraba como si fuera una hija y yo era como su hermano de alguna manera.

Con ella me sentía menos raro, pues éramos los únicos de nuestra especie en nuestro mundo.

—Toma—por fin se había rendido, en ese instante sonreí e hizo lo mismo, éramos dos niños que solo pensaban en vivir como los otros, aunque mi padre no lo permitiera de esa manera, para él, Himari era una mala creación que debería ser extinta, aún sabiendo que yo era igual o más "raro" que ella, —pero yo también quiero, así que comparte.

Himari no tenía pelos en la lengua, era una niña demasiado inteligente para su edad, eso le molestaba a todos lo que estaban a nuestro alrededor.

—Pero...

—Vamos, copito.

—Eres...

—Tu futura esposa y la reina de Blessora—bromeaba, mientras jugábamos a las casitas todo estaba bien, aunque eso siempre se veía destruido por algún guardia.

—Es hora de irnos, príncipe—me había dicho Miles, quién era el confidente de mi madre y cuidador de Himari— despídete del príncipe, hija— aunque no lo fuera, el fiel guardián la quería como si lo fuera y aunque fuera peligroso que la mantuviera en su hogar, no le importaba correr el riesgo.

—Adiós, su majestad— sonrió, mientras yo fruncía el ceño, no me gustaba que me llamara de esa manera, de alguna manera eso me recordaba que debería volver a mi realidad, sin embargo eso ella no lo sabía. Para Himari, mi vida era fácil, tenía lo que quería como príncipe, aunque nadie tiene siempre todo lo que quiere, aunque en ese instante no supiera el significado de la palabra envidia era lo que sentía al ver como aquella niña de ojos verdes sonría hasta por lo que le debería hacer llorar. Himari pasaba paz, alegría y todo lo que nuestro mundo no le podía proporcionar a los otros seres, era como si pintara las nubes grises del color que quisiera.

Primero las damas #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora