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Samantha Conway, una joven hecha y derecha, de cabello naranja, piel blanca y pecas en la cara, sus ojos Azules qué en ellos se podía reflejar el diamante, tan azules que encantaban.
Samantha aquel día había llegado a Los Santos hace unas horas, sin embargo, no le había avisado nada a su tutor legal, el Superintendente Jack Conway.
Y allí se encontraba ella, con el único contacto de su padre, en su teléfono.
— Mierda, mierda, mierda.— Nerviosa, no quería llamar a su "Padre" y menos en una situación como esta.
Camino de un lado a otro, con la vista de algunos civiles en ella.
— ¿Y tú que coño haces aquí? — Escucho detrás de ella, una voz arisca que conocía perfectamente.
— ¿Disculpe? —Carraspeo Samantha, aun dándole la espalda al hombre detrás de ella.
— No te hagas la imbecil, capulla.— Solo escucho la bocina del patrulla ser tocada, recibiendo la atención de algunos chismosos del aeropuerto. — Sube antes que te deje aquí tirada.—
— Joder, no has cambiado ni mierda.— Su tono cambió de ser melódica a ser Andina, con su acento notoriamente francés.
Conway solo gruñó, enfadado mientras conducía hacia la comisaría.
Ya en la comisaría. Desde el momento en que puso un pie en el edificio, su mirada se encontró con la del imponente Comisario Freddy Trucazo, un hombre de apariencia seria pero ojos cálidos y una sonrisa que derretía el corazón manipulador de Samantha.
— Se tus intenciones, Samantha, no te acerques a Mí Comisario.— Le advirtió aquel día el Superintendente, guiándola hasta su despacho.
Pero, ¿Desde cuando Samantha le daba importancia a las advertencias que le daban?
Desde aquel día, El corazón de Samantha se encontró tontamente cautivado por aquel hombre llamado Freddy, pese a las advertencias que también le dio Conway de qué aquella muchacha era muy manipuladora y loca, no le importo, él había quedado cautivado por la gracia y la inteligencia de la joven.
A pesar de las estrictas normas de la comisaría y las leves advertencias de su padre, Samantha y Freddy encontraban momentos para conversar, compartiendo risas y confidencias en los recodos del edificio, alejados de cualquier mirada.
Hasta qué llegaron al punto de salir a escondidas, besos, noches de amor, y una relación formal se formó, una donde todos sabían ya de aquella relación, hasta su propio padre.
