Capítulo 8

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Ellie

No hay palabras para describir la cara de Maya en este momento, para nada se esperaba que yo fuera la novia de su hermano, y es normal. 

—¡Elisabeth!—Karla exclama, emocionada—, ¡como me alegro de verte de nuevo!

La abrazo y es como si volviera a mi infancia. Siempre que las cosas en casa no iban bien, venía a casa de Maya y Karla cocinaba algo, ya fueran galletas, pasta o platos demasiado complicados de entender para una niña. Estar entre sus brazos de nuevo es reconfortante, como si volviera atrás en el tiempo. 

Valen, Malena y Adrián también están aquí, a quienes saludo con naturalidad. Por otro lado, hay nuevos integrantes en la familia, a quien estoy encantada conocer. Primero el marido de Valen, Jake, que vive con ella en Londres, junto con sus dos hijos, Iver, de dos años, y Nubea, de seis meses. Es tarde así que ellos dos ya están muy cansados pero, durante lo poco que aguantan despiertos juego un poco con ellos y los hago reír. Mientras tanto, Sergio me mira con una sonrisa, apoyado en el marco de la puerta de la sala de estar. 

Para cuando Karla avisa de que la cena ya está lista, los niños ya se han quedado dormidos en el sofá. Valen está exhausta y casi no se mantiene en pie, así que me ofrezco a acostarlos yo en sus respectivas camas. Cojo a Nubea en brazos y mi novio hace lo propio con su sobrino, aguantándolo con cuidado y con una cara bastante graciosa, como si tuviera miedo de que se le cayera en cualquier momento, y los acostamos en su cama, cada uno en su lado. 

Volvemos al salón y vemos la comida ya servida. Karla ha hecho pastel de carne, uno de mis platos favoritos, y me ruge el estómago cuando el olor me llega a la nariz. Me siento en uno de los sitios libres, que resulta ser justo frente a Maya, y Sergio toma asiento a mi lado. 

La noche continúa sin incidentes, yo hablo con naturalidad, contándole a todos lo que ha pasado durante este año y medio—excluyendo las drogas y la bebida, claro está—, pero Maya no abre la boca en ningún momento. De hecho, casi no toca la comida, parece como si estuviera ida durante la mayor parte de la cena. 

Comemos el postre y poco a poco todos se van retirando. Primero Valen y Jake, que están agotados de cuidar de los niños y necesitan dormir urgentemente; después Karla, que también ha tenido un día muy largo preparando la cena y necesita descansar, así que le prometo que yo recogeré la cocina para que ella pueda irse a la cama lo antes posible; después, Sergio y Adrián se van juntos, supongo que a jugar, como siempre hacen las pocas veces que se ven. Y, de pronto, sin siquiera darme cuenta, estoy a solas con Maya.

—¿Era realmente necesario?—escucho que pregunta. Sé que me está mirando, siento sus ojos clavados en mí como dagas, pero no le devuelvo la mirada. 

—¿El qué?

—Elisabeth, sabes perfectamente de lo que estoy hablando—espeta, cortante—. Hace año y medio me dijiste que estabas enamorada de mí, y dos días después estabas saliendo con mi ex; ahora, me dices que no mentiste, que de verdad estabas enamorada de mí y que aún lo estás pero, de nuevo, días después estás saliendo con mi hermano. ¡Con mi hermano!

—Nunca dije que siguiera enamorada de ti, Maya—la miro. 

Se me encoje el pecho al ver su expresión, derrocha dolor. Esas palabras le han sentado como un jarro de agua fría directamente sobre la cabeza. 

—Quiero a Sergio y, por mucho que eso te fastidie, no va a cambiar. 

—¿Crees que me lo trago?—resopla, sarcásticamente—, he visto como lo miras. No sé que es pero, desde luego, no es amor. Quizá deseo, reto..., no lo sé. Pero lo que si sé es que no estás enamorada de él. 

A solasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora