Capitulo 10

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Maratón 2/3

Ellie

Han pasado días, durante los cuáles he estado ignorando completamente a Maya. Me ha escrito y llamado miles de veces, pero he colgado cada una de ellas. Sé que es algo egoísta y que no debería hacerlo, pero no estoy preparada para afrontar lo que hice. Sé que no es tan grave como podría ser pero me siento culpable de igual modo. 

En lo que concierne a Sergio..., he aminorado el contacto con él al mínimo. Me resulta tan embarazoso hablar con él..., simplemente no soy capaz de hacerlo. Nuestra relación se ha reducido a un Buenos días y Buenas noches cuando toca, y no mucho más. Estoy empezando a dudar de si ha sido una buena idea. 

Me pongo las zapatillas de deporte y bajo a la cocina. John ya debe haberse ido a trabajar y mamá probablemente se haya marchado también a su tratamiento de uñas semanal. 

No entiendo cómo vivimos en esta casa y tiene dinero para todas esas pijadas. 

Miro a mi madre con resentimiento en los ojos, honestamente. Fue mi heroína durante años, pero ahora ha dejado que un hombre la haga pequeñita y la controle a su antojo, y odio eso más que nada. Al cruzar la puerta, veo a mamá preparando el desayuno. 

—¡Cariño!—exclama, sonriente—. No sabía que ibas a levantarte tan temprano, ¿a dónde vas?

—Yo no esperaba que estuvieras aquí—espeto, sin mirarla—. Voy a correr un rato. 

—¿Correr?—ríe sarcásticamente. Cree que no lo digo en serio—¿tú?

—¿Acaso hay alguien más aquí?

Ella se queda callada. Ha notado el tono frío de mi voz, al igual que la mirada que le dirijo, que se clava en ella como una daga. 

—¿Recuerdas que día es hoy?—pregunta, dándose la vuelta para seguir cortando fruta. Hacía meses que no la veía tocar una espátula, y eso que adoraba cocinar. 

Gruño un sonido de afirmación, no me apetece hablar del tema. Agarro un plátano del frutero y lo meto en mi mochila junto con la botella de agua. 

—¿No vas a desayunar?—mi madre frunce el ceño. 

Levanto el plátano, sin emitir sonido. 

—¿Se puede saber qué te pasa?—pregunta, ahora algo irritada. 

¿En serio se atreve a preguntar siquiera? 

Me doy la vuelta lentamente, mi mirada y mi tono de voz gélidos como el hielo. 

—¿Quieres saber que me pasa?—resoplo sarcásticamente—. Pues mira, mamá. Me pasa que me habéis vendido a un pervertido que lleva años acosándome porque a ti y a tu maridito se os ha acabado el dinero para vuestros caprichos, y pensáis que soy algún tipo de mercancía o algo que puedes dar o regalar—espeto, señalándola con el dedo índice—. Me pasa que la mujer que se suponía que debía cuidarnos a mi hermana y a mí, está anteponiendo a un hombre a sus hijas, y está dejando que las aparte de ella como si no importar. Me pasa que ya ni siquiera siento que seas mi madre.

—Cariño, yo no...—empieza, con voz suave

—¡No me manipules, mamá, no va a funcionar!—exclamo—, no digas que no tienes la culpa. 

—John fue quién quería hacerlo, ¡no yo!

—¿Y el hecho de no haber intentado nada para evitarlo te hace menos culpable?

Veo como palidece y, por un momento, incluso me siento mal. Pero no estoy mintiendo, solo estoy diciendo verdades, las cuales ella ya sabía pero se negaba a admitir. 

A solasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora