Capítulo 11

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Maratón 3/3

Maya

No me puedo creer que se vaya otra vez.

Estamos en el aeropuerto, es casi medianoche y Val y los niños tienen que marcharse ya de vuelta a Londres.

Me escuecen los ojos y siento cómo se me encoge el estómago cuando me mira, con los ojos vidriosos, y viene hacia mí para darme un abrazo.

Me fundo entre sus brazos y trago saliva, intentando deshacer el nudo que siento en la garganta y hace que no pueda hablar sin sentir que voy a llorar.

Me aferro a ella con todas mis fuerzas, renegando a renunciar a su calor. Se me parte el corazón cuando nos separamos, y ella se da la vuelta para marcharse. No puede irse, no puede dejarme.

Pocas veces he necesitado tanto a mi hermana como lo hago ahora. No sé que me está ocurriendo, no sé que hacer, no sé con quién hablar, ni sé cómo hablar sobre ello.

Desde que comenzó todo lo de Ellie, lo que antes eran cosas que disfrutaba y que me daban la vida, ahora son solo tapaderas para desviar mis pensamientos de los demonios que me atormentan últimamente. Durante algunas noches, sobre pienso tanto tantas cosas que me miro al espejo y ni siquiera sé a quién estoy mirando, ni si me gusta lo que miro.

Sergio me rodea los hombros con el brazo conforme nos encaminamos hacia la salida, y el pecho se me hunde aún más. ¿Cómo he podido hacerle eso? ¿Qué clase de persona soy?

Ni siquiera sé que siento. No sé si estoy enamorada de Ellie, si la odio, si quiero pasar mi vida con ella o si apartarla de ella de forma definitiva. Solo sé que me siento horrible, y que no podré aguantar este secreto durante mucho más tiempo.

Paso todo el trayecto de vuelta a casa apoyada en el hombro de Sergio, sin decir nada, de repente sintiéndome apática. Cada vez que Val se marcha, el vacío que no había sentido mientras ella estaba aquí, reaparece, cada vez más grande, ocupando más hueco en mi torso que antes.

Cuando al fin llegamos a casa, Adrián vuelve a su habitación a todo correr, como si nada hubiera pasado, pero yo siento como si todo mi cuerpo estuviera entumecido. Claro que sé que no se marcha para siempre, y probablemente hablemos mañana y todo seguirá como antes, pero no podré abrazarla, no podré cocinar con ella, no podré enseñarle mis diseños y que los mire de cerca, no podré hacer demasiadas cosas que ahora mismo necesito tanto como el aire para respirar.

Me dispongo a ir hacia mi habitación hasta que siento una mano envolviendo la mía y atrayéndome hacia él para abrazarme de nuevo. No respondo el abrazo, estoy demasiado agotada mentalmente. No estoy durmiendo para nada bien, las pesadillas han vuelto y ya ni siquiera las pastillas son capaces de concederme un sueño tranquilo.

-Mira, Maya...-susurra contra mi pelo. Es mucho más alto que yo, pero ha agachado la cabeza-, no sé que pasa últimamente, pero... puedes contármelo, ¿vale? No importa cuán malo sea, o si es una tontería que simplemente te da vergüenza admitir, incluso si es algo que no te atreves a decir en voz alta para que no sientas que se hace realidad, estoy aquí. Siempre estoy aquí. Y, sea lo que sea, nada va a hacer que deje de quererte una mínima parte de lo que lo hago.

Escucho como mi corazón se rompe en mil pedazos conforme habla, pero no reacciono, solamente me limito a asentir con la cabeza, incapaz de pronunciar palabra.

-¿Quieres que hagamos noche de pelis?-pregunta, aún cauteloso-, como cuando eras pequeña.

Asiento de nuevo con la cabeza. Me encanta la idea. Recuerdo como, casi todos los fines de semana, Sergio y yo echábamos a todos del salón para poner una peli y verla juntos. Honestamente, pasábamos más tiempo eligiendo la película que viéndola. Recuerdo apoyar la cabeza en su regazo mientras me acariciaba el pelo, y como le reñía cuando lo hacía después de coger palomitas, acusándolo de ensuciarme el pelo. Recuerdo peleas de almohadas, de cosquillas, siempre llenos de risas, recuerdos que permanecerán para siempre en mi memoria, pero que nunca pensé que dolerían de esta forma.

A solasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora