Capítulo 15

17 2 8
                                        

Maya

Estaba en mi cuarto, tumbada en la cama, con el ordenador a un lado emitiendo un video al azar al que ni siquiera le estaba prestando atención mientras hacia otra cosa en el móvil. Al día siguiente era festivo por lo que no tenía que ir al instituto y, aunque sabía que debía levantarme a hacer algo, tras mucho tiempo decidí tomarme un descanso. 

Decidí que esa noche no iba a trabajar y que, por fin, dormiría todo lo que quisiera aunque tuviera que currar aún más durante el fin de semana. El acostarme de madrugada los pocos días que no debía levantarme temprano para ir al instituto me estaba pasando factura, y lo sabía. 

Ya no estaba tan activa cómo antes, ni igual de alegre. Siempre me sentía más cansada de lo que debería y tampoco salía con mis amigos porque necesitaba ponerme a planificar el trabajo de esa noche lo antes posible. Yo misma sabía que eso no estaba bien y que cada vez iba a ponerse peor pero, ¿qué importaba dormir algunas horas menos cada viernes si eso iba a hacer que alcanzara mi trabajo soñado?

Me levanté de golpe cuando escuché la puerta de entrada y corrí a colocarme en el escritorio. Puse el ordenador sobre la mesa y me senté en la silla con el lápiz entre los dedos y miré al bloc de notas dónde hacia toda la planificación mientras mi padre subía las escaleras y se acercaba a la puerta de mi habitación. 

—¿Qué haces viendo videos?—pregunta, juzgando con la mirada lo que aparecía en la pantalla de mi ordenador.

—Estoy haciendo algunas notas para mis próximos bocetos—le respondo, levantando la mirada del papel—. Me ves todos los fines de semana haciendo lo mismo. 

—Ah—asiente, ni siquiera le interesa.—Esperaba encontrarte leyendo o  haciendo algo de provecho, siendo sincero. No viendo videos de YouTube. 

Me quedo pálida, sin saber que decir. Él suspira tras unos segundos y finalmente habla: 

—Buenas noches, no te acuestes muy tarde. 

Con estas últimas palabras, mi padre sale de la habitación y se encierra en la suya. Trato de respirar hondo para contener las lágrimas, pero no lo consigo. 

Gotas de agua salada resbalan por mi mejillas mientras me muerdo el labio para contener los sollozos y cierro los ojos con fuerza, sintiendo como mi corazón se rompe en mil pedazos. Quiero gritar hasta desgarrarme la garganta, pero en cambio, me tumbo en el suelo gélido con las piernas pegadas el pecho y la cara entre las rodillas, tratando de hacer el mínimo ruido posible para no despertar a mi padre. 

Un rato después, reúno la voluntad para levantarme del suelo y caminar lentamente hasta el baño para secarme las lágrimas y lavarme un poco la cara. Normalmente, después de estos... digamos bajones, ni siquiera sé como llamarlos, no siento nada, simplemente sigo con lo que estaba haciendo cómo si no hubiera pasado nada, solo que sin ilusión o ganas de llevarlo a cabo.

En cambio, esta vez un dolor en el pecho se une a la ecuación. No es un dolor físico, ni emocional, ni siquiera sé si decir dolor es lo más apropiado. Es cómo si hubiera un hueco entre mis pulmones, de donde han arrancado de cuajo lo que pertenece allí. 

Se lo cuento a Ellie y a Val, simplemente por el gusto de saber que puedo contárselo a alguien, pero nada de lo que me dicen me consuela. Ellie dice que simplemente lo deje pasar, y Val que tengo que entender que mi padre no comprende mi método de hacer las cosas, pero ¿es eso una escusa?

Le hago caso a Ellie y trato de olvidarme del tema cuando vuelvo a la cama, sin embargo, me cuesta horrores conciliar el sueño, y tampoco es muy tranquilo. 

A solasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora