Capítulo 14

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Ellie

No sé cuanto tiempo llevo escribiendo, pero me duelen las mejillas de sonreír. 

Aún escribiendo los recuerdos menos felices de todos los que he tenido con Maya, una sonrisa escapaba de mis labios cuando me daba cuenta de cuánto habíamos conseguido tras tanta lucha. 

Ahora que lo pienso, nadie de mi familia sabe nada de esto, ni siquiera que me gustan las chicas. Quizá sería el momento de decírselo a mamá, me gustaría que lo supiera. 

Me tumbo en la cama en posición fetal y me abrazo las rodillas. ¿Sería buena idea? Definitivamente no delante de John, dudo mucho que tolere al colectivo lgtb cuando ni siquiera tolera a las mujeres. 

Ahora mismo ambos deberían estar abajo, aunque John probablemente esté dormido. Si quiero hacerlo, ahora sería el mejor momento.

¿Estás segura?

Sí..., debería contárselo. Quiero contárselo, quiero que sea partícipe de esta parte de mi vida, y que conozca a Maya ahora, que sepa lo enamorada que estoy de ella... Quiero que lo sepa todo. 

Bajo las escaleras silenciosamente y me asomo por el hueco que deja la puerta corrediza que de al salón, la cuál lleva rota más años de los que puedo recordar. Tal y como ya había imaginado, John parece que está sumido en un coma en lugar de dormido, si no fuera por sus ronquidos, más de una vez habríamos creído que estaba muerto. 

—Mamá—susurro, ella se da la vuelta, confusa.—¿Puedes venir un momento a la cocina?

—¿Para qué?

—Quiero contarte una cosa. 

Veo que va a preguntar de nuevo, pero dirijo una mirada a John para darle a entender que el no puede presenciar esa conversación, ni siquiera estando dormido. Finalmente, se levanta del sillón, que suelta un horrible chirrido que de milagro no despierta al chimpancé del sofá, y me sigue hasta la diminuta cocina que hay frente a la sala de estar.

—Tienes que ser rápida, cariño, Jonathan podría despertarse en cualquier momento—afirma, yo asiento con la cabeza. 

—¿Recuerdas a Maya?—pregunto, sin mirarla a los ojos. Ella asiente con la cabeza, aún confusa. 

—Mamá, yo no...—suspiro—, joder, ¿cómo demonios se supone que debo decir esto?

—Si no quieres contármelo no pasa nada, cielo. 

—Pero sí que quiero—me siento en una de las sillas de la cocina—. Mamá, Maya no es mi amiga, es mi... ¿novia? No sé ni siquiera si debería llamarla así, pero... sí sé que la quiero, mamá—levanto la cabeza para mirarla a los ojos—, más de lo que nunca he querido a nadie. 

Mi madre se queda atónita, pero su expresión no refleja repulsión ni nada que se le parezca. De hecho, emite cierto aura de comprensión y alivio. Se dispone a hablar, pero una voz la interrumpe: 

—¿Así que tenemos a una lesbiana en la familia?—espeta John, entrando por la puerta—. No lo pareces, honestamente. 

—No soy lesbiana—murmuro entre dientes, pero no lo suficientemente alto para que me escuche. Este espécimen tiene menos conocimiento sobre sexualidad que no vale la pena envolverse en una discusión con él.

—Dime, Elisabeth, ¿no te parece algo extraño?—pregunta, con voz condescendiente—. No me malinterpretes, no me importa con quién te acuestes, pero... ¿no es algo... antinatural? Ya sabes, el matrimonio, el sexo... siempre se ha constituido de un hombre y una mujer. 

—Igual que el ser humano a evolucionado con los siglos—aunque él no haya sido uno de ellos—, la manera de relacionarse también lo ha hecho, y se han hecho muchos descubrimientos.

A solasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora