El sonido de la alarma rompe la tranquilidad de la madrugada, arrastrándome de vuelta a la realidad. Son las cinco de la mañana. Me giro con pesadez y lo veo ahí, todavía dormido a mi lado. Su respiración es lenta, profunda, y su cabello está hecho un desastre. Se ve tan en paz... tan ajeno al desastre que somos.
Trago en seco y lo sacudo con suavidad.
—Liam, despierta.
Él gruñe algo inaudible, pero ni siquiera abre los ojos.
—Liam —insisto, esta vez más fuerte—. Tienes que irte antes de que mis padres descubran que estás aquí.
Su ceño se frunce y su expresión pasa de somnolienta a alerta en cuestión de segundos. Se incorpora con pereza y comienza a vestirse sin prisa, como si esto no fuera más que una rutina ensayada. Antes de salir, se inclina y deja un beso en mi frente.
—Nos vemos en la escuela.
Asiento, sin decir nada, y lo veo cerrar la puerta detrás de él. Solo cuando el silencio me envuelve, respiro profundo. Me quedo ahí, sintiendo el vacío que deja en la cama, en mi piel, en mi maldita cabeza.
Pero no puedo permitirme quedarme en esto. Me levanto, me visto con el uniforme impecable: falda de tablas azul, camisa blanca y saco a juego. Me recojo el cabello en una coleta alta, tomo mis cosas y bajo las escaleras.
Mi madre está en la cocina con una taza de café en la mano.
—¿Desayuno? —pregunta con la misma calma de siempre.
—No, es tarde —respondo sin detenerme.
—Por cierto —agrega, tomando otro sorbo de su café—, hoy tendrás un nuevo compañero. El hijo no reconocido del diplomático Agustín.
Levanto una ceja, pero me apresuro hacia la puerta.
—Qué interesante, mamá. Ahora, si me disculpas...
En el auto, acelero hacia la escuela, tratando de empujar lejos cualquier pensamiento sobre Liam. Pero en cuanto cruzo las puertas del edificio, la realidad me golpea como un puño en el estómago.
Ahí está él, en el pasillo, con su sonrisa encantadora y su mano entrelazada con la de Taylor. Como si nada. Como si yo no existiera.
Apretando la mandíbula, camino sin detenerme.
—Hola, Hayley —saludo al ver a mi mejor amiga junto a mi casillero.
—Hola. ¿Dónde estuviste anoche? Te llamé un millón de veces.
Desvío la mirada mientras saco mis libros. —Me quedé dormida temprano.
Ella me observa con sospecha, pero no insiste. Caminamos juntas hasta el aula, y en cuanto cruzamos la puerta, mi atención se desvía por completo.
Un chico nuevo. Alto, de piel clara, cabello castaño y ojos azules lo suficientemente profundos como para perderse en ellos.
—¿Puedo sentarme aquí? —pregunta con una voz tranquila, sus ojos fijos en los míos.
Estoy a punto de decir que sí, pero antes de que pueda articular palabra, una voz fría y autoritaria corta el momento.
—Los asientos están asignados. Este es mi lugar.
Liam.
Alzo la vista y me encuentro con su expresión gélida. No sé si me mira a mí o al chico nuevo, pero puedo sentir la hostilidad en cada fibra de su ser.
Sonrío con falsa dulzura. —Puedes sentarte con Taylor. Ella está allá.
Liam me clava una mirada que podría atravesarme la piel.
—El concepto de asientos asignados parece demasiado complicado para ti, ¿no, Elody?
—Oh, por favor —me inclino sobre mi pupitre con una sonrisa de lo más sarcástica—. No es como si estuviéramos violando una ley sagrada.
Antes de que pueda responder, el profesor ordena a todos tomar asiento. René, el chico nuevo, termina junto a Taylor, y durante toda la clase, siento los ojos de Liam perforándome la nuca.
Cuando la campana suena, salgo del aula con rapidez, pero apenas doy unos pasos, él me atrapa.
—Elody.
Lo ignoro. No es suficiente. Me toma del brazo y me arrastra a una esquina apartada. Me empuja suavemente contra la pared, encerrándome entre su cuerpo y la frialdad del concreto.
—¿Por qué fuiste amable con él? —su voz es baja, pero está cargada de algo peligroso.
Ruedo los ojos. —Le ofrecí un asiento, Liam. No planeo acostarme con él. Así que, por favor, ahórrate el drama.
Su mandíbula se tensa. Su mirada se oscurece.
—No me gusta cuando te comportas como si nada importara.
—Y a mí no me gusta que seas el novio de Taylor y, aun así, duermas conmigo todas las noches —disparo, sin rodeos.
Liam suspira, su expresión tornándose impaciente. —Tenemos un trato. Y Taylor es perfecta para mí.
Suelto una risa amarga. —Entonces dime, ¿por qué duermes conmigo?
Liam se inclina más, su aliento rozando mi piel. Su sonrisa es cruel, retadora.
—Porque tú no eres perfecta.
Su respuesta me golpea en el pecho como un maldito latigazo.
Aprieto los puños con fuerza. —Gracias por eso.
—No lo tomes así. Contigo puedo ser yo mismo.
—¿Un idiota?
Él sonríe. —Tal vez.
Sacudo la cabeza. —Vete con tu novia perfecta, Liam. Déjame en paz.
—¿Eso es lo que quieres? —Su tono es desafiante, como si supiera la respuesta antes de que la diga.
Lo miro directo a los ojos. —Sí.
Liam da un paso atrás, pero su mirada sigue anclada en la mía.
—Sabes que siempre vuelves a buscarme. Pero no te sorprendas si esta vez no me interesa.
—No lo haré.
—Oh, lo harás, Elody. Porque eres mía. Solo yo sé lo que te gusta, cómo te gusta que te toquen, que te susurren al oído...
Algo dentro de mí se incendia, pero no pienso ceder.
—No soy tuya, Liam. No soy un maldito juguete.
Su mandíbula se tensa. —No. ¡Eres solo mía!
Mi sonrisa se vuelve desafiante. —¿Quieres ver que no?
La tensión es un hilo afilado a punto de romperse. Esta vez, no pienso ceder.
Y lo sé. Él tampoco.

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El desastre que fui
RomanceElody ha sido el secreto de Liam durante demasiado tiempo. Él es el hermano de su mejor amiga, el que nunca podrá ser suyo por completo, el pecado en el que siempre recae. Debería alejarse, pero nunca ha sabido decirle que no. Hasta que aparece René...