CAPÍTULO XXII

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Maddie abrió lentamente los ojos mientras notaba algo caliente resbalándole por la cara. Estaba adormilada y notaba un dolor punzante en la sien. Se obligó a abrir los ojos del todo pero tenía la vista nublada y todo lo que llegaba a ver era una gran mancha negra. 

Se sentía pesada y era incapaz de volver en sí; tenía las muñecas atadas por una correa, cada una a una barra metálica a ambos lados de su cuerpo. En el brazo derecho algo se le clavaba cada vez más profundo pero seguía sin poder ver nítidamente. Un pequeño tubo de plástico se hundía bajo su piel a través de una aguja. Al final de aquel material plástico llegó a ver una especie de bolsa colgada que debía contener algún medicamento que la mantenía semi-inconsciente.

Todo le daba vueltas. 

En algún momento llegó a escuchar un murmullo que parecían voces, algo lejano. Estaban introduciendo en su cuerpo alguna sustancia que la inducía un sueño pesado y de nuevo volvió a recaer en un bucle de inconsciencia y sueños extraños. No tenía ningún tipo de noción del tiempo, tan sólo abría los ojos de vez en cuando y volvía a cerrarlos. 

En algún momento alguien se acercó a su brazo y sacó lentamente la aguja que se clavaba profundamente en su carne, dejando un notable descanso en su extremidad. 

- No te muevas. – dijo susurrándole al oído. Conocía esa voz, pero no era posible. No a menos que hubiera salido del infierno sin saberlo.

No sabía si habían pasado minutos, horas o días cuando la cabeza dejó de darle vueltas. No sabía el peligro que corría así que abrió los ojos lentamente para poder inspeccionar el lugar en el que estaba. Tenía la vista nublada y no podía ver nada con claridad aunque podía empezar a intuir formas. Quien fuera que estuviera allí con ella le había sacado la vía que tenía en el brazo, y empezó a poder pensar con algo más de lucidez. Aquello parecía algún tipo de edificio abandonado y además de medio derruido. Era una sala bastante amplia, pero sin nada en su interior salvo la vieja y sucia cama y ella. Escuchó de nuevo murmullos muy leves que se dirigían hacia la habitación, así que volvió a colocarse en la misma posición y se hizo la dormida. Empezaba a tener la mente clara y podía defenderse, quizás de manera algo torpe, pero podría hacerlo. Todavía tenía pegado al brazo el adhesivo que mantenía la vía puesta, solo que ya no estaba inyectando nada. 

Alguien la había sacado para que se recuperase. A menos que quienes se dirigían a aquel lugar tuvieran intención de volver a inyectarle alguna sustancia, no atacaría. Aquella situación le daba alguna ventaja, podría escuchar algo o recabar algún tipo de información y si la cosa se ponía fea, no durarían ni dos segundos o eso esperaba. Si la sustancia había afectado a sus poderes estaba perdida. No sabía dónde estaba, así que tenía que pensar fríamente y sopesar las consecuencias de actuar de forma impulsiva.  

Las voces cada vez estaban más cerca, podía escucharles mientras se acercaban. Eran dos hombres, supuso que ambos serían demonios. 

- ¿Cuándo vendrá a por ella?- preguntó uno de ellos. 

- Esta noche. – respondió el otro. 

- Sólo hay que mantenerla así unas horas más y luego ya no será problema nuestro. 

Que empezaran a rezar, pensó Maddison. No saldrían vivos de allí. "No será problema nuestro", aquello resonó en su mente por un momento. Ella no era problema de nadie. Ella erasu propio problema, uno que no resolvería jamás, pero no algo con lo que nadie tuviera que cargar. 

Por el ruido que hacían debían estar cambiando la bolsa de la sustancia que la había inyectado sin saber que ya no servía para nada. En cuanto salieron de aquella sala, Maddie, presa de la impaciencia, dejó salir a la banshee. Rasgó con facilidad la correa de cuero que sujetaba sus muñecas a aquellas barras metálicas. Sus garras estaban tan afiladas que hubiera jurado escuchar cómo al mismo tiempo cortaban el aire con la misma suavidad con la que podría cortar la piel. En cuanto bajó de la cama se quitó el adhesivo que tapaba la aguja y lo tiró al suelo. Se acercó a la puerta con el mayor sigilo que le fue posible y se asomó ligeramente fuera de la habitación mientras esa niebla que se había convertido prácticamente en su compañera, se agitaba a su alrededor. Un pasillo oscuro a ambos lados. Los dos hombres habían girado a la izquierda, así que fue ese el camino que decidió tomar. Continuó recorriendo pasillos hasta que encontró una pequeña sala en la que se oían voces, las mismas que habían entrado en la habitación. 

Una tumba de tierra y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora