CAPÍTULO XXVI

1 1 0
                                    

Maddie pasó varios días arremolinada entre las sábanas de la cama. No había salido de la habitación y apenas se había levantado para comer. El dolor físico que se había producido en su cuerpo la había tenido prácticamente inconsciente casi dos días. Cada vez podía moverse mejor pero seguía notando, aunque algo más leve, el calor de las llamas en el interior de su carne. 

El dolor emocional era otra cosa. 

Era devastador aquel sentimiento de culpa por fallar en el peor de los momentos. Se arrastraba por la habitación compadeciéndose de sí misma por no poder hacer frente a todos esos acontecimientos, por no saber por dónde empezar y esa situación la hundía todavía más. 

Había entrado en un bucle de desesperación, agonía y culpabilidad. Jordan siempre la acompañaba en la habitación aunque en muchas ocasiones la dejaba para que tuviera el espacio que necesitaba. 

Melina intentaba mantener alguna charla con ella, todo ello en vano, puesto que Maddie apenas les hablaba. Morrigan entró en un par de ocasiones para intentar que su magia ayudara a sus heridas físicas, pero no servía. La magia de sangre que habían practicado con aquel hechizo se escapaba a los poderes de la sanadora. No había mucho que ella pudiera hacer, salvo seguir intentándolo. La última vez que entró para ver si podía hacer algo por ella, estaba sentada en un pequeño sofá frente a la chimenea que había encendida en la habitación. Era algo irónico, una gran chimenea encendida en aquel lugar. Morrigan se acomodó a su lado mirando las chispas que salían de la madera mientras ardía. 

- Cuando era pequeña y empezaron a prepararme para usar mis poderes, cada hueso que me rompían era un piso más que mi mente descendía. Llegas a un punto en que el que tu mente ha caído tan abajo, tan profundo, que piensas que no podrás recuperarte nunca. Maddie, no sé qué estará pasando por tu cabeza en estos momentos, pero si necesitas hablar, creo que puedo entenderte. – dijo Morrigan mientras se giraba en aquel sofá para colocarse de lado y poder así mirar a la chica.

Ninguna de las dos dijo nada, Morrigan entendió ante su silencio que no quería mantener ningún tipo de charla. La batalla que libraba era sólo de ella. Se puso en pie para dirigirse hacia la puerta cuando una voz áspera y tan ronca que apenas se escuchaba dijo: 

- No sé dónde está. Morrigan se giró en el umbral de la puerta, sorprendida ante su respuesta y preocupada por aquel hilo de voz que salía de sus adentros. 

- ¿El qué?- preguntó con las cejas enarcadas y con una expresión de lo más confusa. 

- Ella. La banshee. No sé dónde está. – respondió mientras contemplaba el fuego. La bruja se acercó lentamente de nuevo hacia el sofá y volvió a sentarse. Miró a la chica, a la que apenas reconocía en ese momento por su demacrado aspecto físico y dijo: 

- Maddie, es posible que estés sufriendo algún tipo de estrés postraumático. Necesitas descansar y recuperarte. Todo esto ha sido demasiado. – dijo con calma. 

- No logro encontrarla. – repitió. 

- Seguramente esa parte de ti se haya refugiado en algún lugar, como protección. No has tenido tiempo para encajar todas las partes que forman el puzle que eres Maddie. 

- No hay tiempo para eso. – dijo mientras una expresión de enfado aparecía débilmente en ella. 

- Claro que lo hay. No te has dado cuenta de algo. – respondió Morrigan mientras Maddison se giraba para mirarla, desconcertada. - Todo esto empieza y acaba contigo. Tú eres la pieza clave de todo. Puedes tomarte todo el tiempo que necesites. Nada va a moverse hasta que no lo hagas tú. – respondió mientras le sonreía ligeramente. –Érebo no se moverá si tú no lo haces y las brujas tampoco, por lo tanto, tómate todo el tiempo que necesites y recupera tus fuerzas. 

Se giró de nuevo para quedarse frente al fuego, pensativa. Morrigan se levantó y avanzó hacia la puerta para dejarla a solas con las llamas. Al mirar fijamente la chimenea durante unos minutos algo se revolvió en su interior, recordó por un instante la sensación de estar quemándose viva desde dentro y se obligó a mirar hacia otro lado. Aquello no se iba a ir nunca, no lo olvidaría y mucho menos si tenía que volver a entrar ahí... 

Seguían pasando los días mientras Maddie vagaba entre la cama y el sofá, frente a la chimenea; pasaba por el baño para ducharse y volver a los mismos sitios. No sabía qué hora era ni cuántos días habían pasado desde que se encerró en esa habitación y en sí misma. Algo tintineó dentro de su cabeza y una especie de hormigueo le recorrió la sien. No tenía claro si podía comunicarse con su parte de bruja o de banshee pero sabía que aquel tirón que acababa de notar había sido una de ellas. La estaban llamando, un grito de auxilio quizás. Necesitaba encontrar la forma de poder comunicarse con ellas para poder recuperar aquella parte que estaba sumida en la penumbra. Se dirigió al baño, se dio una larga ducha y esperó con ello poder eliminar cualquier rastro que le quedara encima de aquel hechizo que la había hundido en ese pozo oscuro en el que estaba. Al salir se dio cuenta de que alguien le había dejado ropa limpia y doblada sobre la cama. Sabía que había sido Jordan, él siempre conocía sus movimientos incluso antes que ella misma. 

Debajo de toda la ropa había una nota ante la que Maddie no pudo evitar sonrojarse: "Te estoy haciendo gofres,si no bajas rápido Melina no te dejará ni probarlos."Se puso la ropa rápido y soltó un pequeño suspiro antes de dirigirse a la puerta. Por el pasillo previo a la entrada ya olía a gofres y a café recién hecho, lo cual le abrió el apetito. 

Tener ganas de comer le parecía un avance después de no probar apenas la comida en varios días. Se encontraba mejor físicamente y eso le daba algo de ánimo. Cuando comenzó a bajar la escalera solo estaba Jordan esperando en la mesa con el desayuno, seguramente los demás habrían desaparecido para darle espacio o simplemente para no agobiarla. Jordan la miraba con una pequeña sonrisa triunfante, había salido de la cama, se había duchado y allí estaba, revoloteando alrededor de los gofres recién hechos. 

- Estoy mejor. – dijo antes de que le preguntara. 

- Lo sé. – respondió. 

- ¿Dónde están todos?- preguntó mientras se sentaba en una silla a su lado. 

- Atendiendo cosas. – dijo mientras le tendía una taza con café. 

- Necesito contarte algunas cosas. 

- No es necesario que lo hagas ahora, Maddie. Descansa. Y come. – dijo. Le miró mientras hacía una lista mental de todas las cosas que tenía que contarle, algunas de ellas, demasiado complicadas. 

- ¿Por qué estabas cubierto de sangre?- preguntó la chica. 

- Pensé que no te acordarías de eso. – respondió mientras le mostraba una media sonrisa forzada. - Tenía que habértelo contado pero estos días has tenido tu propia batalla. 

- ¿Qué ha pasado?- preguntó de nuevo. 

- Kyllian ha estado por aquí abajo. Está reclutando demonios. Luc y yo nos enteramos el día que Melina y tú estabais con el hechizo. – explicó. 

- ¿Están todos muertos? 

- Todos no. Pero pronto lo estarán. Ese tipo de criaturas no conocen lo que es el honor ni la lealtad así que, antes de que puedan unirse a sus filas, acabaré con ellos. 

- Jordan, esto cada vez parece más la antesala de una guerra... 

- Pensé que podríamos pararlo antes. Luc y yo vamos a reunirnos con los de arriba, tienen que saber que hemos hecho todo lo posible por evitarlo. 

- Hay que ir a por Kyllian cuanto antes. – dijo Maddie. 

- Estamos intentando dar con él, pero es demasiado escurridizo. 

- Quizás con algo de cebo... 

- Siempre en primera línea, Maddison. Eres un peligro ¿lo sabías? – preguntó mientras ambos se reían. 

Era la primera vez que veía su risa después de todo lo sucedido pero la recordaba exactamente igual. Era cálida, honesta y le llenaba de esperanza. 

- Te he echado de menos. – dijo el demonio. 

- Y yo a ti. – respondió ella.

Una tumba de tierra y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora