CAPÍTULO XVII

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Maddie seguía a Melina con cierta distancia. No sabía dónde estaban ni hacia dónde se dirigían. Habían subido ya dos escaleras y cruzado varios pasillos.El interior de aquel lugar parecía una fortaleza; las paredes estaban formadas por piedra natural, escarbadas dentro de aquel muro macizo. En las paredes había apliques de hierro que sujetaban antorchas encendidas, demasiado medieval, pensó ella. Aquel lugar llevaba en pie tantos años que tanto Luc como Jordan habían perdido la cuenta. La orientación la había abandonado hacía ya un buen rato y su instinto activó una luz de emergencia en su cabeza. Cuando quiso darse cuenta, sus grandes uñas estaban fuera, listas para atacar si era necesario. Empezaba a aparecer aquel torbellino blanco cuando la bruja dijo: 

- Reserva tus fuerzas para el enemigo. Solo intento ayudarte niña. 

- ¿Dónde vamos?- preguntó con una voz algo más grave de lo habitual. 

- A mi estudio. – zanjó. Tras unos minutos de silencio, la chica preguntó:- ¿No perteneces a ningún aquelarre? 

- No. – respondió sin más. 

- ¿Por qué no? – insistió de nuevo. 

- Porque no comparto sus métodos. 

- ¿Te refieres al asesinato de banshees? 

- Me refiero, niña, a que yo no mato por miedo, sino por supervivencia. – dijo Melina. 

No volvió a preguntar pero reflexionó un momento sobre aquello. El miedo le parecía un sentimiento fascinante, obliga a las personas a llegar hasta límites que ni se imaginaban. Ella no había tenido apenas miedo a lo largo de su vida. Cuando murió su madre sintió pena y tristeza, pero no miedo. Ella parecía crecer frente al miedo y también frente a cualquiera que lo tuviera. Estuvieron caminando unos quince minutos más. Aquel lugar estaba muy apartado de todo lo que había visto y también de Jordan. Había intentado memorizar el camino de vuelta, pero en la segunda escalera ya estaba perdida. Eso era lo que ella quería, que nadie pudiera encontrar fácilmente el camino para llegar a su estudio, o para salir de él. Al final del pasillo por el que parecían deambular se veía una puerta, en apariencia de madera; tendría al menos tres metros de altura.Al atravesarla un olor familiar le colapsó la nariz. En aquel lugar había plantas colgadas por todas las paredes y cientos de botes en estantes con líquidos cuya procedencia prefería no saber. Al fondo se podía ver una cama revuelta y un sofá en el centro de la estancia. Varias lámparas iluminaban una gran mesa en la que debía trabajar pero la más impresionante era la de araña que se descolgaba desde la piedra del techo. Una preciosa y gigantesca lámpara de hierro negro con cientos de velas encendidas. Por el aspecto y estado de la mesa parecía darle bastante uso. En aquel lugar no había ventanas, nada que se comunicara con el exterior excepto la puerta por la que habían entrado. Todo allí parecía estar escarbado en una piedra de proporciones incalculables, no esperaba que el inframundo tuviera ese aspecto. La bruja señaló a Maddie una silla que había junto a la antigua mesa, mientras se encaminaba hacia una de las estanterías de la que iba cogiendo más cosas de las que parecía poder transportar consigo. La mujer sacó varios objetos, entre ellos un pequeño cuchillo que Maddie miró fijamente, no con temor, sino con curiosidad. 

Se preguntaba qué podría encontrar rebuscando en su sangre, qué podría revelarle que no supieran y de nuevo se sintió invadida por la idea de que no sabía apenas quién o qué era. 

- Necesito un poco de tu sangre. – dijo. 

- ¿Qué puedes ver en mi sangre?- preguntó Maddie mientras extendía la mano hacia la bruja. 

- Todo. – respondió. 

Esta cogió el cuchillo y le hizo un corte en una de las yemas del dedo índice, colocándolo sobre un cuenco de madera para que toda la sangre cayera dentro. Dejó a Maddie con el dedo allí mientras ella colocaba otro recipiente, este de cristal, justo al lado. En él puso unas hojas trituradas y unas gotas de un líquido amarillento cuyo olor la asqueó profundamente, aunque no apartaba la vista de lo que aquella mujer hacía. Con las palmas de sus manos sobre el recipiente, Melina cerró los ojos como si estuviera orando de alguna forma. Cuando hubo terminado cogió la mano de Maddie y colocó el dedo que goteaba sobre él. El color negro de su sangre cayó sobre aquella mezcla que había preparado. El líquido hirvió y acto seguido entró en combustión. El fuego duró apenas unos segundos dentro del cristal ya que el recipiente se hizo mil pedazos por el calor. Ambas mujeres se miraron mientras el humo se disipaba en aquel espacio. Sobre la mesa, lo único que había quedado era una mancha negra y grasienta producto de aquella mezcla. Maddie permanecía quieta, esperando alguna respuesta. 

Una tumba de tierra y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora