PRÓLOGO

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Para Leo, el mayor de mis demonios. Para J, por darle a esta vida un sentido, una dirección,un principio, y algún día, un final.A la familia que nunca abandona: Gracias Para C y para I, por ser mis primeras lectoras. Para Sam y para Lau, gracias.




Parte I 


"Debes aquí dejar todo recelo; debes dar muerte aquí a tu cobardía." Dante Alighieri – La Divina Comedia Infierno. Canto III


Esa noche lo único que se escuchaba eran los gritos de Lilian en cada uno de los rincones de la casa. Se había puesto de parto casi a medianoche, a la hora de las brujas, como todas las mujeres de la familia. Durante siglos, los bebés de las cinco familias irlandesas más importantes nacían con la luna nueva; la luna de la muerte y la resurrección, de la transformación pero también la luna de las vidas pasadas. Dentro del aquelarre pasaban mucho tiempo observando y estudiando la luna, sus fases y su influencia en este mundo. Para ellas era un tiempo en el que meditaban sobre las cosas que debían dejar morir pero también era el tiempo de dar la bienvenida a todo lo nuevo que llegaba. Habían estado todo el día preparando la casa para cuando llegara la hora. La habitación de Lilian estaba llena de velas encendidas y de sahumerios de salvia blanca que ardían lentamente. No había ninguna luz salvo las finas y amarillentas llamas de las velas que se movían como un susurro con cada pequeño cambio en el aire de la estancia. 9Todo estaba en silencio, tan solo la respiración agitada de Lilian y los rezos susurrados de sus hermanas lo rompían. Sabía que se acercaba el momento por mucho que intentara retrasarlo, la niña llegaría al mundo en unos minutos y lo pondría todo del revés. 

- Es la hora. – dijo Lilian mientras sus nudillos se tornaban blancos por la fuerza con la que apretaba la mano de su hermana Marlene. 

- Todo irá bien. Tráela con nosotras. – respondió la mujer que la sostenía la mano. 

Segundos después y pasada la medianoche, la mujer rompió aguas y mientras era guiada por las dos brujas que la acompañaban, en apenas una hora tenía en brazos una pequeña niña con la piel tan blanca como la luna y el pelo tan rojo como el fuego del infierno. 

-¿Estás preparada? – preguntó la otra mujer mientras se acercaba a Lilian y a la recién nacida con una aguja en la mano. 

No articuló palabra, tan sólo asintió aferrada a aquella pequeña criatura que ahora era una extensión de su propio cuerpo y alma. Annie se acercó y cogió la pequeña mano del bebé que su hermana soltó a regañadientes y le pinchó un dedo. Recogió las gotas de sangre que brotaron de él mientras las miraba caer una a una y se apartó de ambas. Lilian no podía dejar de mirar los ojos de color avellana de la pequeña criatura que ahora tenía frente a ella mientras suplicaba en silencio por su vida, implorando a la luna nueva que la niña fuese una bruja y no tener que enfrentarse a lo que le depararía la vida si no lo era. Annie se volvió hacia ellas con un pequeño recipiente de cristal con una mancha negra espesa donde antes habían estado las gotas de sangre de la niña. 

- La sangre no es pura Lilian. Lo siento mucho. – dijo aquella mujer. 

Marlene le apretó la mano tan fuerte como pudo mientras la mujer miraba a la niña, guardando en su retina y en su corazón cada parte de ella. Tan perfecta, tan amada. Annie le entregó un pequeño puñal con un símbolo grabado en la empuñadura y ambas mujeres se apartaron de la madre y de la hija, dejándolas espacio. Lilian miró aquel objeto metálico con una punta tan afilada que incluso podría cortar el aire, que sostenía en la mano y pasó la mirada a la niña quien tenía sus pequeños y marrones ojos fijos en ella. Tenía entre los brazos un pequeño océano de pecas que parecía reconocerla. La mujer se incorporó en la cama y depositó a la niña frente a ella sobre el colchón, envuelta en una manta mullida y caliente que Marlene le había llevado minutos antes. Cogió con fuerza el puñal y dirigió una mirada hacia las mujeres que estaban presentes y volvió enseguida a su hija. En un abrir y cerrar de ojos, Lilian había cortado con el puñal el cordón umbilical que todavía las mantenía unidas. 

- ¿Qué has hecho Lilian?- preguntó Marlene a su hermana, cuyo rostro reflejaba el terror mismo.

- Cobarde. – le escupió Annie abandonando la habitación con lentitud y calma.

- Me iré con ella. Esta misma noche. – respondió Lilian. 

- Sabes que debe ser así Lilian, debes entregarla a la luna. No puede vivir. No es como nosotras. Si huyes con ella sabrán lo que has hecho y os matarán a las dos. – zanjó Marlene. 

- Entonces la esconderé. 

- Lo tenías planeado. Por eso no querías asistencia. Por eso te negaste a dar a luz con el aquelarre presente. No ibas a hacerlo de ninguna manera. – dijo de nuevo Marlene. 

- Es mi hija. No se la entregaré a nadie y mucho menos la mataré. La esconderé hasta que pueda protegerse sola y no me necesite. Si queréis ayudarme os lo agradeceré pero si no, y escúchame bien Marlene, no te interpongas. 

Por un momento a la bruja parecía costarle trabajo tragar saliva y se debatía entre la vida y la muerte, sólo que no era su vida la que estaba sobre el tablero. La niña descansaba tranquila de nuevo sobre el pecho de su madre cuando aquella mujer la miraba, observando segundo a segundo cómo todos los pilares de sus creencias y las elaboradas normas que regían su comunidad se tambaleaban frente a ella, sin poder hacer nada para no ser aplastadas. Antes o después se enterarían, todas ellas lo sabían y aun así, Annie apareció en la habitación de nuevo malhumorada con una cesta llena de hierbas y de botes. Se situó frente a la niña y dijo:

- Prepararé la casa, no tardarán en venir. Hay que ocultarla lo antes posible. 

La niña no había llorado ni una sola vez desde que había llegado a este mundo. Había nacido tranquila y en paz bajo el amparo de la luna nueva y el juramento de sangre de las hermanas O'Kavannagh.  

Una tumba de tierra y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora