PRÓLOGO

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El aquelarre llegó varias horas después de que Lilian diera a luz, irrumpiendo en la casa y exigiendo comprobar que el ritual se había llevado acabo como dictaba su comunidad. Todo parecía demasiado precipitado y algunas de las brujas mayores parecían ansiosas, en especial Ariadna. 

La relación entre Lilian y la bruja mayor era tan solo mera cortesía y formalidad frente al resto de brujas, eran de hecho, polos opuestos. Ariadna era el frio absoluto con un corazón compuesto únicamente de esquirlas de hielo; Lilian era todo lo contrario, como un fuego abrasador que amenazaba con arrasarlo todo a su paso. 

Las brujas mayores debían recibir sumisión por parte del resto del aquelarre y eso era algo que Lilian no soportaba, que fuese una bruja no les daba derecho a decidir sobre su vida, sobre su presente y mucho menos sobre su futuro. Lilian creció como una niña más dentro del aquelarre Medialuna, sin que nadie reparase en ella. No demostró habilidades demasiado especiales por lo que pasó desapercibida hasta ese momento, aunque Ariadna nunca le había quitado la vista de encima. Ella no lo sabía pero había estado siguiendo cada uno de sus pasos durante todo su aprendizaje y se había dado cuenta de algo, podría ser muchas cosas pero no una bruja mediocre como les intentaba hacer creer. 

Pasaba todo su tiempo libre en los archivos o recabando información de cuantos lugares podía, algo que a Ariadna en concreto le causaba cierta inquietud. Un rebaño, eso era lo que habían estado creando, del cual Lilian era la oveja negra. Ninguna de las brujas le llevaba la contraria, ninguna discernía en nada de lo que ella decía, tan solo asentían y agachaban la cabeza. Era demasiado joven cuando decidió que saldría de allí en cuanto le fuera posible, estudiaría todo lo necesario para poder sobrevivir fuera del aquelarre y no volvería jamás. No seguiría las normas de un atajo de asesinas que vivían bajo la sombra de un miedo constante y latente. 

Llegaron a su casa como un huracán, sin permiso y sin ningún tipo de educación. Lilian no sabía cómo había sido en el resto de alumbramientos puesto que no había asistido nunca a ninguno, le parecía un acto repulsivo, repugnante y morboso en el que no participaría. 

- ¿Dónde está? – pregunto malhumorada. 

- Ahí. – respondió Marlene señalando una pequeña sabana que cubría lo que parecía un cuerpo de tamaño minúsculo. 

Ariadna se acercó a pasos agigantados con Lilian en sus talones y fue en ese momento, cuando la bruja mayor estiro sus huesudos dedos hacia la sabana cuando se colocó entre su hija y ella. 

- No te permitiré que me faltes al respeto, ni a ella. – dijo Lilian mientras sostenía la mirada a la bruja. 

Cuando se percató de que la mirada del resto de brujas estaba fija en ella, se apartó de la sabana. Giró sobre sus talones en cuestión de segundos, localizando con su mirada a Marlene y a Annie. 

- ¿Se ha hecho bajo las normas de la comunidad?- le preguntó a ambas. 

- Se han cumplido todas y cada una, Ariadna. – mintió Marlene. 

- Lilian la ha entregado por voluntad propia como dictan las leyes. – zanjó Annie sin titubear.

Minutos después, todas las brujas que habían acudido a la casa de las hermanas O'Kavannagh ya fuera por obligación o por curiosidad habían desaparecido. Algunas de ellas con el rostro demacrado ante lo que sabían que se encontraba bajo aquella pequeña sabana, otras con el semblante serio, frio e indescifrable y las últimas en marcharse fueron las que le dedicaron a Lilian la peor de las miradas, la de la compasión, la pena, el dolor y el sufrimiento ajeno arañando su propia carne.

Las tres hermanas se mantuvieron lo más enteras que la situación les permitía a sabiendas de que acababan de cavar su propia tumba, una demasiado profunda. En algún momento alguien se enteraría de lo que habían hecho pero ya habría tiempo para eso más adelante. 

- Por el momento estará a salvo. - dijo Annie mientras miraba de reojo a sus dos hermanas. 

- Tenéis que jurarme que la protegeréis si me ocurre algo. 

- Lilian... - dijo Marlene en un suspiro. 

- No. Sois su familia, es vuestra obligación. 

- Es nuestra obligación porque tú no has tenido el valor suficiente para cumplir con tu cometido. 

- Annie es solo un bebé. Como puedes... 

- ¿Por qué crees que no hemos tenido hijos, Lilian? ¿Acaso crees que nos gusta todo esto? Marlene y yo decidimos no tener que pasar por ello, podrías haber hecho tú lo mismo. 

- Eso no es justo, Annie. No tienen derecho a decidir sobre mi vida. 

- ¿Pero tu si para sentenciar las nuestras? Cuándo la encuentren dentro de unos años nos van a matar a todas. Tú nos has condenado con tus actos. – zanjó mientras se encaminaba hacia la puerta. 

- Ya está hecho Annie. No hay vuelta atrás. – le respondió Marlene. Todas hemos estado de acuerdo. El juramento debe hacerse esta noche, antes de que caiga la luna. 

Las tres hermanas subieron la escalera del hall tan rápido como sus piernas les permitieron y abrieron la puerta de madera que había frente a ellas. Cuando estuvieron en el piso más alto de la casa, en la habitación más apartada de todas, Lilian corrió hacia la pequeña cesta de mimbre donde había dejado a la niña para asegurarse de que estaba bien. La habitación estaba rodeada de hechizos que habían recitado uno tras otro sin apenas coger aire justo antes de que llegara el aquelarre. Lo habían preparado todo a contrarreloj y lo que más temía era haberse dejado alguna pequeña grieta por la que Ariadna pudiera colarse y encontrar a la niña. 

No había terminado. 

Por el momento parecía estar a salvo pero siempre desconfiaba en lo que a Ariadna se refería, así que mantenía la guardia en alto tanto tiempo como le era posible. Depositó la cesta que contenía a la pequeña sobre una cama antigua que había en la habitación y se colocaron cada una en uno de los lados de la misma. 

- Gracias. – dijo Lilian mientras miraba a sus hermanas.

Ninguna dijo nada, tan solo Marlene se movió lo suficiente como para sacar el puñal que Lilian había utilizado para cortar el cordón que la unía a su hija. Colocó la hoja sobre la palma de su mano y con un suave movimiento la hoja se impregnó rápidamente con la sangre de la bruja. Annie repitió los movimientos de su hermana y por último, Lilian las siguió. La sangre que brotaba de sus manos dibujó un círculo alrededor de la pequeña que dormía profundamente, ajena al sacrificio que suponía lo que aquellas mujeres habían hecho. 

- Doncella, madre y anciana, os suplico por su vida. – dijo Lilian de forma casi inaudible. 

Cuando estuvieron unidas por las manos, Lilian cogió uno de los pequeños brazos de la niña y Marlene hizo lo mismo con el otro. Durante varias horas rezaron, imploraron y rogaron a la luna, a las diosas y a todo aquel que pudiera escucharlas que las ayudara a ocultarla el tiempo suficiente. Ninguna de las hermanas había llevado a cabo jamás un juramento de sangre ya que era algo tan complejo como peligroso. Aquello por lo que acababan de jurar las mataría si rompían su promesa. 

El aquelarre no había abandonado el bosque en el que se reunían a menudo cuando una corriente de aire azotó tan fuerte la casa de las hermanas que los cristales de las ventanas salieron despedidos por todo el suelo. 

Ariadna escuchó el estruendo y volvió su mirada hacia la casa con el reflejo de la luna en sus brillantes ojos y una sonrisa que desvelaba lo que había estado tramando durante años. 

Maddison fue vinculada al mundo eternamente bajo aquel juramento de sangre y lo que Lilian consideró una pequeña victoria, pronto se convertiría en la mayor de las cacerías.

Una tumba de tierra y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora