Prólogo

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"¿Habéis tenido alguna vez la sensación de no ser nadie siendo alguien? ¿De que tus días se basen en querer desaparecer, porque sientes que no hay ningún sitio en el que puedas desempeñar un papel importante? ¿Habéis tenido alguna vez la sensación de continuamente desear morir?
A veces nos obligamos a nosotros mismos a odiarnos. En mi caso ya no sé si ha sido así. Quizá pueda considerarse de ese modo, ya que yo sola me causo mis paranoias a partir de los comentarios insignificantes de las personas que me rodean. He llegado a un punto en el que cualquier broma me destruye. Y es un problema. Antes era de los que se reían más de sí mismos que cualquier otro. Ahora mismo soy como una bomba de relojería, y el tiempo se acaba. Todas las noches sueño que muero. Todos los días deseo hacerlo, aunque sea un instante, aunque sea durante medio minuto, ese sentimiento aparece. Estoy destrozada. No me apetece ni luchar por mí. No me apetece contestar y decir que sí merezco la pena, que soy buena persona, que tengo un gran corazón, enfermo pero bueno, que me preocupo más por los demás que por cualquier de mis problemas, problemas que me han destruido, problemas que me impiden salir con una sonrisa de casa todas las mañanas, poder mantenerla, y traerla de vuelta por las tardes.
Lo siento, de verdad. Te prometí que no volvería a hacerlo. Prometí prometerme ser fuerte. Prometí no volver a cortarme. Eso me repito cada día, porque a quien más he fallado es a mi misma. Me he rendido. Se ha acabado. Las ganas de hacerlo realidad cada vez son más frecuentes. Nunca entendí como alguien podía tener el valor de acabar con su vida. No entendía como una de mis amigas pudiese llegar a intentarlo. Ahora no entiendo como yo lo deseo tanto.
A quien lea esto, gracias por acercarte a mi historia. Esto es tan solo el final, lo que hay entremedias no está aquí, ni si quiera sé si llegaré a escribirlo todo.
Cuando yo ya no esté supongo que leerás esto. No me culpes, por favor, tan solo trata de entenderme, como yo traté de entender, tarde, lo que me estaba pasando."

Sí, así estará bien. Bien, dentro de lo que cabe. Una carta de suicidio no puede tener nada de bien. Hoy sí es el día. Hoy todo habrá acabado. Estoy sola ahora mismo en mi habitación. Pero no creo que este sea un buen lugar. No quiero tener que hacer a mi madre limpiar todo este estropicio sobre mis sábanas también. Lo mejor será en el baño, sí. Ya está decidido.

Me dirijo a la cocina, y cojo uno de los cuchillos más afilados que encuentro. Estoy alterada, pero consigo mantener mis manos sin temblar. Debo tener el valor por encima del temor ahora mismo. Paso por enfrente de la puerta de entrada, asegurándome de que está cerrada con llave. Eso supondrá unos segundos más de tiempo, a pesar de que sé que no vendrá nadie hasta la noche. Ya estaré muerta para entonces. Que duro debe sonar eso para quien haya decidido adquirir este libro. Entro en el baño. Cierro la puerta tras de mí. Me acomodo en la bañera lo mejor que puedo, mientras ésta se llena poco a poco de agua. Cuento hasta tres. Después de inspirar lentamente, pego la hoja afilada del cuchillo junto a mi brazo. Estoy a punto de presionar, a punto de cortar, pero justo entonces la llave de la entrada comienza a rodar.

- Eri, ¿estás en casa? La reunión se ha suspendido, así que he salido antes de lo previsto.

Estupendo. Mi madre ha vuelto antes de lo esperado. Maldiciendo mi suerte una vez más, bajo cuidadosamente el cuchillo a la vez que suspiro, conteniendo las lágrimas que surgen como motivo del nudo que se forma en mi garganta.

- Sí mamá, estoy... terminando de ducharme. En seguida salgo. - digo elevando mi voz, evitando que me salga un gallo que delate mis sollozos.

Mientras escucho los pasos alejándose de mi madre, me hundo poco a poco en el agua de la bañera, manteniendo el brazo que sostiene el cuchillo fuera de ella. Hoy tampoco ha podido ser, no puedo hacerlo con gente aquí. Una nueva oportunidad perdida. Un nuevo día al que enfrentarse.

Confío en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora