Capítulo 1.

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La alarma suena a la misma hora de todos los días, siete y cuarto. No haber dormido más de dos horas hace que no quiera ni moverme. Al igual que cada mañana que pasa. Mi madre ya está corriendo por el pasillo cuando voy a desayunar.

- Buenos días pequeña preciosidad -dice dándome un beso en la frente. Como todas las mañanas.

Y de pensar que si no hubiese aparecido de repente ayer a estas horas estaría probablemente bajo tierra...

- Buenos días, mamá. -simplemente me limito a decir eso, casi sin mirarla, mientras continuo andando hacia la cocina.

Al pasar por delante de la habitación de mi hermano, veo una montaña de ropa tirada en el suelo, junto a dos botellas de alcohol prácticamente vacías y un paquete de tabaco. Él duerme, al parecer desde hace poco. Su cabello negro esta revuelto, y mantiene los párpados cerrados, temblorosos, tal vez por algo que esté soñando. Espero que sea eso y no consecuencia de lo que haya tomado esa noche. La única sábana que lo tapa también está casi caída, dejando al descubierto parte del tatuaje de su espalda. Un dragón, extendido también por su hombro derecho. A mi gusto, horrible. Como todo lo que lleva haciendo desde que mi padre no está. Mi madre entra y la coloca encima suya.

- No tienes por qué hacer eso. -le replico, tratando de no hablar muy alto, pero tampoco preocupada por ello.

- Cariño -dice al pasar por la puerta para salir de la habitación, bajando su tono de voz más de lo que yo hice- tu hermano necesita ayuda, y haremos todo lo posible por arreglar todo esto.

- Nada de "todo esto" se va a arreglar nunca.

- Erica...

- Tengo que desayunar. Voy a llegar tarde.

Me aparto de su lado y finalmente alcanzo los estantes de la cocina. Cojo el paquete de cereales y sirvo leche en una taza. Cuando abro el cajón de los cubiertos para coger una cucharilla, veo el cuchillo que iba a usar el día anterior. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Pero estoy tranquila. Simplemente cierro el cajón de golpe, y bebo el vaso de leche de un trago.

Rápidamente cruzo de nuevo el pequeño pasillo, y llego a mi cuarto. Cojo la mochila, sin comprobar si llevo los libros necesarios, peino un poco mi pelo rubio oscurecido, castaño según se mire, y me dispongo a ir al instituto.

- Adiós, cariño. - mi madre me despide con una sonrisa mientras abro la puerta de casa.

- Adiós, mamá. - trato de devolver la sonrisa, de verdad que lo intento, y creo que lo consigo. Doy media vuelta, y salgo.

Martina me esperaba abajo. Era mi mejor amiga, o la única, debido a que al entrar en este caos de ansias por desaparecer fui perdiendo al resto poco a poco. Trataba, pese a ello, no culpar a mi estado de ánimo, era culpa mía. Todo era culpa mía.

- ¡Buenos días!

Martina se levantó del banco en el que siempre se sentaba para esperarme. Con una sonrisa, me saludó y dio un abrazo. Era costumbre verla con esa vitalidad incluso a las 7:50 de la mañana. Admirable. Y también, preciosa. Era rubia, pero rubia oro, no como mi color indefinido. Sus grandes ojos verdes y su sonrisa perfecta deslumbraban a cualquiera que pasara. Y si hablamos de su cuerpo... ¿para qué hacerlo? 90-60-90. Alta y delgada. No demasiado. Lo justo y necesario. Hizo gimnasia rítmica por lo que... Perfecta.

- ¿Qué te pasa? Reacciona de una vez -dijo tras dar una palmada en mi cara.

Me había quedado embobada pensando en cómo sería poder sentirte tan segura con un cuerpo así, con una imagen así, sin miedo a que te juzgaran. Sin prejuicios. Todo ilusiones, estaba claro. No es que yo no fuera guapa, o eso decían algunos chicos de mi instituto, aunque no llegara a considerarlo. Pero no era así. Mis simples ojos marrones con intento de verdosos no podrían competir con su mirada. Nunca sería tan especial, tan abierta para relacionarme, tan esencial en la vida de otros.

- Perdona. Vamos, que al final llegaremos tarde. Y toca geografía. -evité su mirada. Sabía lo que me esperaba.

- ¿Qué ha pasado? -bingo- ¿Otra vez Manu? -además de perfecta por fuera, tenía un sexto sentido cuando las cosas iban mal.

- Ha vuelto después de... dos noches creo.

- Pero... ¿ha vuelto bien?

- Borracho, o cosas peores. No sé. No sé con quien se junta ahora. Desde la última multa, me refiero.

- Todo mejorará. Se arreglara, ya verás.

Habría dicho mil cosas, podría haberle gritado, suplicándole que abriera los ojos y se diera cuenta de que nada se iba a arreglar por si solo. ¿Por qué todo el mundo decía que "todo se iba a arreglar"? Mi hermano Manu llevaba años haciendo eso. Desapareciendo y apareciendo, borracho, fumado, drogado. Ya eran cuatro denuncias las que tuvo que pagar mi madre. Se juntaba con lo peor del barrio. O no del barrio. Ya ni lo sabía. Y lo peor de todo, es que no estaban solo los problemas que causaba fuera de casa...

- Oye, ¿y no has vuelto a pintar? -preguntó de repente, sacándome de mis pensamientos.

- No mucho... algún que otro cuadro. ¿Por qué lo dices?

- Mira -señaló a la acera contraria- Justo ahí han abierto una tienda de arte, que compran y venden cuadros. La dueña es prima de Ethan, el chico de primero que es un poco...rarito.

- No es ratito -dije tras una carcajada- Tiene su estilo propio.

- No si propio es... Bueno, podrías pasarte algún día. Quizá te pueda interesar.

- Quizá.

Me quedé mirando el establecimiento mientras avanzábamos por la otra acera. Nunca había visto una tienda así por el barrio. Hacía mucho que dejé de pintar como antes. Ya no me apasionaba tanto. Pero, sin saber muy bien por qué, a la vez que cruzaba la entrada del instituto, volvió a mí ese gusanillo por lo único que me hacía olvidar el resto.

Confío en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora