"Lo que seguro deberás mantener siempre, será aquello que de verdad te llene, hasta el punto de hacerte sentir única." Recuerdo esa frase de mi madre mientras regreso a casa. Ella fue quien me inculcó el amor al arte, a plasmar sobre el lienzo todo lo que sentía por medio del pincel. Ahora dudo verme capaz de expresarme así. La verdad es que la conversación con Giselle me ánimo bastante. Pero a medida que me acerco al lugar donde desearía no vivir, no creo que pueda hacer nada para olvidarme de lo que estoy pasando.
- ¿Dónde estabas? - mi hermano me asalta nada más entrar por la puerta. Lleva la misma ropa con la que se fue dos días atrás, o tres, y sujeta una botella casi vacía de alcohol con su mano derecha. Su pelo oscurísimo está totalmente despeinado. - Tengo hambre - Se queja cuando paso por su lado. Su aliento de borracho se impregna en mi piel.
- He salido más tarde hoy del instituto. - le ignoro y entro a mi habitación.
- ¿No me has oído? - se apoya en el marco de la puerta, y pega un trago de su botella, vodka creo que es.
- ¿Qué? - le miro desafiante. Nunca permitiré que vuelva a sentirse superior a mí.
- Tengo hambre. - puntualiza sus palabras, haciendo una breve pausa en cada sílaba.
- Y también tienes una cocina con comida al fondo del pasillo. ¿Tampoco eres capaz de saciar tu hambre solito?
Me dispongo a ir al baño, pero me lo impide, bloqueando la salida con su mano. Sin poder evitarlo, miro su rostro y veo la expresión que hacía meses no se repetía. Sus ojos marrones están rojos de furia, su boca dibujada en una sola línea, con los labios apretados y percibo un leve chirriar de sus dientes. Presiento lo que va a hacer. Por un momento tengo miedo. Pero saco valentía y me enfrento a él. Es algo que decidí la última vez que me pegó, hace casi medio año.
- ¿Me dejas pasar?
Trato de escapar por el lado contrario al que tapa su brazo, pero tira la botella al suelo, partiéndose en mil pedazos. Por suerte seguía llevando las zapatillas.
- Hermanita, ¿qué te dije yo a cerca de que intentases reírte de mí?
Cada vez se acerca más. Los dos retrocedemos al mismo tiempo, dejando atrás la puerta y la botella hecha añicos, con una mancha del licor restante en el centro. Me está acorralando.
- Manu, por favor. Ya basta. Necesitas ayuda. Date cuenta...
Frena mis palabras antes de tiempo, dejándome de espaldas contra la pared. Sus dos brazos, colocados por encima de mis hombros, impiden que escape.
- Lo único que necesito es que cierres tu boca. Y hagas lo que te pido.
Tengo que apartar mi cara para que no me entren arcadas de lo fuerte que huele su aliento, mezcla de alcohol y cosas peores.
- ¿Sí? - y se acerca el momento clave - Y, ¿tan poco hombre eres - hago una pausa para mirarle directamente a los ojos, con desprecio -, que no puedes ni si quiera prepararte un sándwich, y tienes que aterrorizar a tu pobre hermana para que lo haga ella por ti?
Lo sabía. Justo entonces, me agarra de los hombros y me lanza contra la cómoda. Por suerte, y por sorpresa, para ahí. Y se va, no sin antes repetir que tiene hambre. Está bien, puede parecer un acto de masoquismo. Pero leí una vez, no recuerdo bien donde, que si te unes a tu agresor, le desafías, poco a poco se hará más débil al atacarte. Tampoco sé del todo si era eso lo que pretendía, o si simplemente me daba ya igual que algún día pudiese matarme él mismo. Visto así, mi madre no sabía nada de los golpes que me propiciaba, pero tampoco de mis intentos por abandonar este mundo. Yo ya no estaría, mi hermano acabaría en la cárcel y mi madre recibiría ayudas por la posible depresión que le causaría. O quizá también era que creía merecer todos esos malos tratos. Ni yo misma lo sabía. De todas formas, me tocaba prepararle la comida, como tenía previsto.
Finalmente, dejo un sándwich sobre el escritorio de su habitación. Él está acostado, pendiente de su móvil, dejando el tiempo pasar. Veintidós años y no es capaz de hacer nada por su vida. Un mantenido, por su hermana cinco años menor.
La escena me quita el hambre. Pero ya estaba acostumbrada a pasar días sin comer. Total, nadie se enteraría. Ni a nadie le importaría. Entro en el baño y miro mi pómulo derecho. El impacto contra la cómoda ha dejado un pequeño moretón azulado, que al día siguiente será más grande. Recuerdo la primera vez que mi hermano me dejo marca. Fue en el abdomen, de una patada. Siendo ahí, solo Lucas, mi ex, podría verlo. Y como no, me obligó a contárselo. Él y Martina eran los únicos que sabían lo que ocurre. Todavía no logro entender como después de todo Lucas decidió dejarme. Y de la forma más cruel. Me engañó. Con otra. Con otra más alta, más delgada, más guapa, más atleta... Ahí empezó mi estado depresivo. Sí. El mismo día que me enteré, me culpé. Me culpé por no haber podido ser lo suficientemente buena para él. Me castigué. Y me sigo culpando y castigando.
Así, mientras mis lágrimas caen cuando permanezco apoyada en la puerta del cuarto de baño, de rodillas en el suelo, sentencio que lo peor de todo, sin embargo, es que nunca volveré a confiar en nadie. Es imposible.
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Confío en ti
JugendliteraturErica es una joven de diecisiete años que guarda un terrible secreto: desearía estar muerta. Todo es complicado desde que sufrió una ruptura y decidió ser totalmente fría con el resto de sus amigos. En una depresión constante, con solo la ayuda de s...