Capítulo 11.

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- Perdona -me disculpé apartándome de él. Mantuvo una mano en mi espalda mientras mi respiración se relajaba.

- No te preocupes. ¿Quieres hablar de algo que te preocupe? -su voz tan dulce era casi como un susurro.

- No... -miré al suelo.

- Erica, de verdad, puedes confiar en mí. -me cogió delicadamente por los hombros, obligándome a mirarle a la cara.

- Confiar en ti... -dije y solté una pequeña carcajada.- Yo ya no confío en nadie, Héctor.

Su mirada se oscureció al decirle eso. Me sentía realmente incómoda en aquella situación. Una parte de mí pretendía ser amable y entender que tan solo quería ayudarme. Pero simplemente no podía. Eran demasiados sentimientos escondidos que decidí mantener así después de verme tan utilizada. Sin embargo planeé lo mismo con mis cortes, y él ya sabía que existían.

- Escucha. -dijo por fin- Sé que no soy nadie para ti. Que no me conoces, ni yo a ti. Pero no puedo dejar que hagas esto. Necesito ayudarte. No puedo permitir que quieras...

Lo que no pudo de verdad era continuar la frase. ¿Por qué demonios esto parece dolerle tanto personalmente? Él mismo lo dijo, no me conoce. ¿Por qué parece que sí sabe por lo que estoy pasando? Y lo más importante, ¿por qué necesita ayudarme?

- Perdona. No pretendía ser grosera. Es solo que no entiendo muy bien por qué...

Quería continuar la frase y encontrar respuesta a todas mis dudas, cuando me quedé completamente en shock. Mi hermano acababa de cruzar la esquina y se dirigía hacia el portal, donde nosotros llevábamos todo el rato. Si me encuentra con un tío, aparentemente mayor que yo, en el portal de nuestra casa... no quería pensar en qué podía pasar. Pero iba a pasar, ya que no supe reaccionar.

- ¿Erica? ¿Qué pasa? -se giró siguiendo mi horrorizada mirada, y ahí estaba él. A centímetros de ambos.

- Eso digo yo. ¿Qué pasa aquí? -Manu tensó los músculos de sus trabajados brazos. Era imposible que todo eso lo hubiera sacado únicamente en el gimnasio del barrio, en menos de un año. A saber.

- Manu. Es solo un amigo. Quería hablar. Eso es todo. -mierda. Debí haber inventado otra cosa, pero la tensión me pudo, y me salió la verdad. Porque era la verdad, ¿no?

- Ya. Pues me parece que se acabó la charla.

Pasó al lado de Héctor, acercándose para tratar de intimidarlo, y me cogió bruscamente del brazo.

- Eh. Le estás haciendo daño. -dijo entornando sus oscuros ojos, al ver mi expresión de dolor. -Suéltala. Ya. -alzó el tono de voz y realmente temí por lo que podía pasar.

- Héctor. Por favor, vete. Ya hablaremos, pero mejor vete. -supliqué. Mi voz era una mezcla de demasiadas emociones que no podía definir. Me entraban arcadas al notar el aliento a alcohol de mi hermano, que cada vez ejercía más presión sobre mi brazo.

- Eso, Héctor -dijo burlándose- Mejor vete ahora. Y eso de ya hablaremos, está por ver.

Vi como los nudillos de de Héctor se volvían cada vez más blancos de furia. Le hice una señal para que parara, dije que todo estaba bien en un tono poco convincente, que mi hermano ridiculizó todavía más con una leve risita de borracho, y entramos en el portal. Me pregunté si seguiría ahí fuera, o se marcharía al fin. Recé por la segunda opción. Y también por que no llamara a la policía ni nada similar. Aunque una parte de mí deseara ver a mi hermano entre rejas.

- Te has portado mal, Erica. -dijo cuando estábamos en el pequeño ascensor. Su aliento haría que me desmayara en cualquier momento.- La próxima vez, no te cogeré a ti para meterte en casa, -se aproximó más a mí- sino que cogeré al cabrón que esté contigo por la garganta, y no soltaré.

Confío en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora