Capítulo 19.

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-  Cuéntame algo de ti. -ordené mirando al frente, con un hilo de voz casi inaudible.

-  ¿Qué quieres saber? -preguntó con una pequeña sonrisa. Me miró y sus ojos aquella madrugada parecían menos oscuros. No me había fijado todavía en las largas pestañas que tenía. Nunca me gustaron las dilataciones, pero la suya en la oreja izquierda y su pelo despeinado lo hacían totalmente atractivo. Esa madruga, simplemente estaba increíble.

-  Bueno. No me gusta besar a chicos de los que solo sé su nombre y poco más. Y ya eres el segundo con el que pasa.

Ambos reímos. Él tenía un brazo sobre mis hombros mientras caminábamos por la orilla de la playa. Sí, yo misma la pedí que fuéramos ahí. Me encantaba la playa de noche. Después de besarnos en la puerta de la discoteca y quedarnos mirando como imbéciles, me tomó de la mano para sacarme de allí. Al lado de su coche volvimos a juntar nuestros labios. Sentía, sentíamos,  un deseo imposible de calmar en ese instante.

-  ¿Te llevo a casa? -preguntó mirándome con ganas de oír un no. Y se lo ofrecí.

-  Esta vez no. -una sonrisa iluminó su rostro, que mantuvo al morderse el labio inferior- Quiero ir a la playa.

Y minutos después, aquí estábamos. El mar estaba tranquilo, solo se oía el leve ruido de las olas al romper contra el espigón. Notaba la arena húmeda bajo mis pies, que de vez en cuando quedaban inundados cuando el agua llegaba hasta la orilla, mientras andaba con una mano alrededor de la cintura de Héctor.

-  No me compares con Álex, por favor. Menos mal que te he impedido que continuaras restregándote con él. -apretó la mano que tenía en mi costado, estrechándome más hacia su pecho.

-  Pues es atractivo. Con esos ojazos, y esa forma de bailar tan sexy... -estaba tentando mi suerte de que se enfadara, pero me gustaba pensar que podía ponerse celoso.

-  ¿Sí?

Cuando afirmé mi comentario, dejó de andar, pasó un brazo por debajo del dobladillo de mis piernas, y se giró en dirección al mar.

-  ¡No¡ Héctor, ¡suéltame! ¡HÉCTOR BÁJAME! -rogué riendo, me tenía en brazos y seguía introduciéndose en el agua.

-  Dicen que de noche está más caliente.

-  ¡Héctor! Bájame, el vestido es nuevo. Bájame. -mi comentario le hizo gracia y con la mano que tenía sobre mis omoplatos, me acarició la nuca. Mis brazos alrededor de su cuello acercaron nuestros rostros. Mil sensaciones luchaban en mi interior, de las cuales la pasión era la ganadora.

-  Entonces, ¿Álex es atractivo? -sentía su aliento a hierbabuena. El roce de nuestras narices me hizo sonreír.

-  Sí. -dije sin más, casi riendo. - No, no, no, ¡no! -negué cuando hizo un amago de soltarme.

-  ¿Y bien?

Héctor el misterioso es más atractivo.

-  Respuesta correcta.

Me besó de nuevo, ahí, en medio del agua. Nuestras lenguas se encontraron, al mismo tiempo que pequeñas olas chocaban contra sus rodillas. No habría querido separarme de él nunca, de su perfume, de su camisa blanca remangada cada vez más pegada a su torso, de sus ojos cerrados mientras me besaba con ternura. Sus caricias mientras juntaba mis labios con los suyos me hacían querer más y más. En mi cabeza Too much love will kill you, de Queen, la canción favorita de mi madre, se escuchaba como  banda sonora. Cuando dejó de besarme, hundí mi cara en su pecho y me llevó a la orilla.

-  Es una pena, el agua está de maravilla. -me guiñó un ojo y refunfuñé. Aunque sí tenía ganas de bañarme. De repente, hizo algo que me quito el aliento; se quitó la camisa, y pude ver sus firmes pectorales, su abdomen trabajado, sus musculosos brazos al completo. Dios mío. El tatuaje de su antebrazo le cubría todo el hombro, pero la oscuridad me impedía saber exactamente qué era. Entonces, se bajó los pantalones, quedándose únicamente con unos bóxers azules oscuros. Me sonrió una vez más y fue caminando hacia el agua. Un minuto después ya estaba nadando.

-  Está bien, está bien. -me levanté, desabroché la cremallera del lado de mi vestido y me lo bajé deseando que no pasara nadie por allí en ese momento. Podía ver que Héctor me miraba petrificado desde el agua.- Tú te lo has buscado. -dije entre risas. Y me encaminé hasta él. Era verdad que el agua estaba caliente.

-  Ya era hora. -dijo una vez estuve a su lado.

-  No seas exigente, aún puedo salir.

-  No lo hagas.

Me cogió por la cintura, y rodeé la suya con mis piernas. Me estremecí un poco cuando acarició mi barriga y noté la yema de sus dedos sobre las salientes costillas. Sin embargo no pareció importarle. Noté el calor en mis mejillas cuando, al levantarme un poco para pasar los brazos por su cuello, se quedó mirando mi sujetador blanco de encaje. Al alzar la vista me sonrió, y besó mi cuello, besó mi clavícula haciéndome soltar un gemido que esperé no oyera. Pero no fue así, lo escuchó, y siguió besándome, siguió mirándome y sonriendo. El agua hizo que el pelo le cayera sobre su frente. Besó mi mejilla hasta llegar a mis labios. Fue un beso corto pero tierno. Después, volvió a unirnos en uno más largo, con sabor a sal del mar. Mordió mi labio inferior al separarnos. Nuestros cuerpos estaban cada vez más pegados. Apoyé mi cabeza sobre su hombro, mientras me acariciaba la parte inferior de la espalda con una mano; con la otra subía y bajaba por el broche del sujetador. De nuevo acabamos en la orilla. Se tumbó sobre mí, acariciándome el cuello con sus besos, pegando sus caderas a las mías. No me había dado cuenta de que estaba casi desnuda. Ni si quiera con Lucas llegué más lejos que un poco de caricias por encima de la ropa. Y fue el único con quien llegué a algo. Pero no era el momento de Lucas. Eso ya pasó.

-  Eres preciosa. -susurró y mi interior se derritió. Pensé que iba a llorar, así que le agarré por el cuello y lo besé de nuevo.

Media hora después fue a por una toalla a su coche al verme temblar de frío. Me rodeó con ella y nos sentamos, esperando a que el sol saliera. Estábamos ahí, abrazados, sintiendo el aire que venía del mar en la cara. Durante esas horas no tuve ninguna preocupación; no existían padres que abandonaban, madres en paro o hermanos drogadictos. No existían amigas celosas, ni compañías peligrosas. Durante esas horas éramos él y yo.

-  ¡Mira! -grité de emoción cuando el sol empezaba a salir. Creo que estaba dormido y le desperté, pero no se quejó- Es realmente bonito. -en mi vida había visto amanecer, siempre fue uno de mis sueños poder hacerlo en la playa.

-  Sí. Lo es.

Noté sus ojos clavados en mi en lugar de centrarse en el paisaje, y al girarme le sonreí. Me acercó a él y juntos, terminamos de ver como empezaría un nuevo día. Nuestro día.

Llegué a casa a las ocho de la mañana. Sentía una culpa terrible al no haber avisado a mi madre de que llegaría más tarde. Esta vez Héctor me llevó hasta el portal, y nos despedimos con un beso corto, acordando que luego nos llamaríamos. Abrí la puerta, en la habitación de mi hermano había algunos objetos que antes no estaban. Fui hacia el salón, y solté un grito ahogado, reprimido con mis manos sobre la boca. Mi hermano y mi madre estaban en el sofá; en el mismo. La mano de ella estaba apoyada sobre la de él, sus dedos entrelazados. En la otra, sujetaba el móvil con el que me llamó unas diez veces. Tuve que girarme para no derrumbarme completamente en el suelo. Mi madre tenía la cabeza apoyada en su hombro. Parecía una familia de verdad bajo mis ojos humedecidos. Me apoyé en el marco de la puerta, y esperé a que uno de los dos despertara y clavara la mirada en mí. Durante esos minutos pensé de verdad que todo podría ir bien de una maldita vez. Y lo qué quedaba.

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¡GRACIAS POR LEER!
¿Cambiarán seguro las cosas en la vida de Erica? ¿Podrá por fin ser feliz?
Foto de Héctor en multimedia.
Nos vemos pronto...
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Confío en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora