Capítulo 12.

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Había sido demasiado estúpida. Desde que acepté ir a aquella fiesta. Me había emborrachado y liado con un desconocido. Confesé algo que prometí nunca mencionar, y ahora un chico estupendo, amenazado por mi hermano, se preocupaba al máximo por mí. Espera, ¿estupendo? Si tampoco lo conocía. Dios. Me iba a estallar la cabeza. Me toqué suavemente la zona en la que Manu me golpeó tras aproximarse tanto en el ascensor, e hice una mueca de dolor. No podía seguir así. Acabaría desvaneciéndome.

- Hola cariño. Ya estoy aquí. -mi madre entró arrastrando los pies. Me dio un beso en la frente, agotada, y fue a la cocina.

No soporto más este dolor. Incluso respirar me cuesta. Tan solo quiero dejar de sufrir. Ya no deseo ser la de antes, salir sin agachar la cabeza por sentirme fea o tener gente alrededor que me quiera y se preocupe. Solo quiero desaparecer y que todo acabe.

Limpié una lágrima de mi mejilla, y me incorporé en la cama. Tenía en frente el viejo caballete que mi madre me regaló con 7 años, y que arregló cuando mi padre le dio varias patadas al volver borracho. De verdad, que no puedo más. Si sigo intentando no llorar voy a explotar. Y si lloro me deshidrataré. Me acerco al caballete y no puedo reprimir más el llanto. Cierro los ojos mientras lo acaricio, cojo un pincel y los distintos colores, y me mantengo firme. Con la parte delantera de mis muñecas me restriego los ojos, mojo el pincel en un tono azul, y comienzo a pintar. Continuo sin pensar, improvisando cada trazada. Noto la furia en cada uno de mis movimientos. Dejo el azul, y predomina el rojo. Rojo como la sangre, rojo de desesperación. Blanco, blanco de agua, blanco de lágrimas. Ahora negro, de oscuridad y tristeza. Dos siluetas. Una agarra a otra por el cuello. Aprieta. Más blanco y rojo sobre la víctima. Difumino los bordes para hacerlo más tenue, y me detengo. Miró el reloj del móvil, y presiento que solo han pasado veinte minutos. He terminado mi primer cuadro en meses.

Al día siguiente lo envuelvo y me dirijo a la tienda de arte de Giselle. Al ser domingo no sé seguro si estará abierta. Cuando llego el cartel cerrado me indica que no he tenido buena suerte. Voy a dar media vuelta, cuando oigo ruido en el interior. Distintas voces y risas resuenan. Sin pensarlo, toco la puerta, esperando que no sean ladrones. La cortinilla de la puerta se abre hacia un lado. No consigo ver nada, pero de pronto las cerraduras se abren.

- ¡Cariño! ¿Qué estás haciendo aquí? -Giselle me abraza- No sabía que ibas a venir un domingo. Pensé que estudiarías o algo.

¿A qué ha venido eso? ¿Creía que no saldría nunca un domingo de casa? Aunque es cierto que selectividad se acercaba y aún no había empezado. Bueno. Entré en la tienda, y estaban todos allí. Saludé uno a uno, hasta que llegué a Álex y vacilé. Se escucharon algunas risitas incómodas hasta que le di dos besos, incluida la de Héctor, a quien me acercaba ahora. Pensé que me sonreiría como la tarde anterior. Pero simplemente me dio dos besos sin mirarme a los ojos. Una leve punzada me atravesó el pecho.

- Ey, Erica, ¿qué es eso? -preguntó Hugo. Lara tenía los ojos clavados en él, y desvió la atención hacia mí.

- Oh. No es nada. Solo algo que pinté ayer...

Ahora todos me miraban, y quería huir. Odiaba ser el centro de atención. Giselle salió de detrás del mostrador con una bebida, como la que todos tenían en su mano, y me la tendió. Esperaba que no fuera alcohol, pero no iba a rechazarla cuando tantos ojos me observaban. Entonces, me arrebató el cuadro de las manos y lo destapó. Menuda brusquedad, para tratarse de alguien tan dulce. Su expresión cambió mientras lo miraba. Se le iluminó la cara. Lo volteó para que todos lo vieran, y me encogí poco a poco. El calor me abrasaba las mejillas.

- Caray. Cuanta... mezcla de colores -comentó Rubén, arrugando su pequeña nariz, demasiado pequeña para su cara alargada. Sin embargo era guapo, Moreno, alto y no muy delgado.

- ¿Le has puesto nombre?

- ¿Qué significa?

- ¿Quién es la que va a morir estrangulada?

Demasiadas preguntas despectivas me llegaban desde distintos puntos de la pequeña sala. Me estaba mareando y no podía responder. Se me cayó el vaso que sostenía, derramando el líquido sobre el suelo. Las voces cesaron.

- Lo siento. -me disculpé y salí casi corriendo de la tienda.

Apoyada en la fachada, metí la cabeza entre mis manos. Me sentía fatal por ser un cuadro tan personal, sacado de la furia. No sería capaz de vender nada en la vida si me pasaba esto cada vez que alguien se interesaba por mis obras.

- ¿Estás bien? -me giré y ahí estaba. Héctor me miraba con compasión, y apoyó una mano sobre mi hombro.

- Sí. Yo solo... -incorporándome, noté como mis piernas flojeaban. -No me gusta que se rían de mí.

- Nadie se reía de ti. Ven. Entra. De verdad, quieren... queremos conocerte.

Le miré incrédula. Eso no podía ser verdad. Un impulso salió de mis adentros, y agarré su mano para que me llevara dentro. Allí, en círculo, todos se callaron en cuanto llegué hasta ellos. Parecían sentirse culpables, y me arrepentí por ello.

- Es bonito. El cuadro. -dijo, para mi sorpresa, Lara. Pensé que le caería fatal.

- Gra... Gracias. -parecía tan inestable, que Héctor tuvo que coger mis hombros de nuevo.

- Creo que hemos encontrado el sitio perfecto. -Álex señaló al frente, y vi que mi cuadro estaba en una de las vitrinas principales.

Noté que mis ojos se humedecían. Era como una obra de verdad. Quería gritar y saltar, abrazar a cada uno de ellos. Iba a vender mi primer cuadro. Musité un débil agradecimiento, y todos rieron. Pero esta vez yo también lo hice. Me ofrecieron un nuevo vaso. Nos sentamos en círculo, bebimos distintos cócteles, reímos, hablamos y poco a poco me abrí más a ellos. Sin duda, aquella tienda de arte era mágica. Siempre lo fue para mí, y siempre lo será.

Confío en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora