Capítulo 13.

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Lunes. Suena el despertador. De un manotazo lo tiro al suelo y vuelvo a cerrar los ojos. Deseo que pase algo para no tener que ir a clase ese día. Ni esa semana. O en todo el mes. Pero entonces recuerdo que faltan dos semanas para mayo, y se me hace un nudo en la garganta. Selectividad. Me levanto a duras penas y voy al baño. Esta vez no evito mirarme en el espejo, sino que me sonrío. La tarde anterior fue magnífica. Los amigos de Giselle son mejor de lo que creía. Ni ellas son tan sueltas, ni ellos tan capullos como mi mente había figurado. Ya tenía el número de todos. Este viernes habíamos quedado de nuevo para salir de fiesta.

Se repitió la rutina de cada día de instituto, y bajé para encontrarme con Martina. Ella siempre era la que me contaba una y otra vez cosas de Samuel o cotilleos de otros chicos que ni conocía. Pero ese lunes era yo la que no paraba de hablar. Le describí a todos, evitando destacar mucho a Héctor.

-  ¡Qué guay! Pues podrías presentármelos algún día. -tuvo más emoción que yo durante unos segundos.

-  Sí. Sería genial que os conocierais.

Ni de coña. A ver, quiero decir... no, ni de coña. Yo aún los estaba conociendo. No era justo que ahora se fijaran más en Martina que en mí, que seguro pasaría. Suena muy egoísta, lo sé, pero de alguna forma sentía que éste era únicamente mi momento.

Por fin terminaron las clases. Iba a suspender el curso entero. No podía concentrarme de ningún modo. Mis compañeros tenían ya todos los apuntes archivados, mientras yo no llegaba ni a tres folios por asignatura.

-  Esta tarde me quedaré estudiando. -le dije a Martina, cuando salíamos al exterior.

-  Sí. Claro que sí. Yo confío en ti. -agarró mi antebrazo con fuerza, burlándose. Me recordó a Héctor y sacudí la cabeza.

Volví sola a mitad de camino, cuando Samuel apareció con su moto para llevársela a saber donde. A veces pensaba que era un chico demasiado rebelde para alguien como Martina. Cuando llegué a la tienda de arte dudé en cruzar o no, pero entonces vi a Héctor saliendo a tropezones, mientras Giselle le empujaba. Ambos se encararon y gritaban. Cuidadosamente para no ser vista, me aproximé intentando escuchar.

-  No puedo creer que sigas pensando que fue mi culpa. Hace ya un año de todo eso, ¡joder! -Héctor parecía fuera de sí.

-  Sé que hace un año. No soy tan gilipollas como tú. Y sí, es tu culpa. ¡Dices que la conocías, pero no hiciste nada! ¡Y lo sabías! -Giselle señalaba a Héctor con el dedo índice, acusándolo. Muchas miradas se paraban en la escena, pero nadie hacía ni decía nada.

-  ¿Que no hice nada? ¿¡Que no hice nada!? ¡No sabes de qué coño estás hablando! Yo la quería más que a nadie. Puede que incluso más que tú.

Justo entonces se dio la vuelta, y me vio a la lejos. Intenté esconderme, pero era tarde. Intenté desaparecer, pero era imposible. Di varios pasos hacia ellos, pero Héctor llegó antes a mí.

-  Adelante. ¡Destrózala a ella también! -tras gritar esto Giselle se metió en su tienda, y Héctor me agarró del brazo para alejarme de allí.

-  Pero, ¿qué es lo que os pasa? - me solté bruscamente de su fuerte agarre.

-  No es nada. -dijo con tono áspero.

-  No creo que no sea nada. Casi os matáis en medio de la calle. -hubo un silencio durante el cual ni si quiera me miró- ¿Estás bien?

-  Sí. ¿Qué pasa con tu hermano?

-  ¿Con mi hermano? -¿a qué venía eso de repente?

-  Deberías denunciar.

-  No es de tu incumbencia. -esta vez aparté yo los ojos. Cuando volví a mirarlo parecía dolido.

-  De acuerdo. -dijo, y pasó de largo.

-  Espera. ¿A dónde vas? -lo cogí por el brazo- ¿Qué te pasa con Giselle? Os he visto discutir ya dos veces.

-  No es de tu incumbencia.

Se soltó, y siguió hacia delante, dejándome sola con bastantes preguntas rodando mi mente.

Confío en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora