Capítulo 16.

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Tras media hora más de llantos y lamentaciones, conseguí que se durmiera. Hice lo posible por animarla, pero ya no sabía que más falsas esperanzas darle. Al parecer el hotel en el que se hacía cargo del servicio de limpieza había tenido dificultades económicas el último año, y decidieron renovar el personal. Mi madre se culpó una vez tras otra dejando claro que una jovencita sin experiencia se encargaría ahora de su trabajo. Eso atraería a más clientes, jóvenes atractivas con un minúsculo uniforme. Yo no lo tenía del todo claro, pero no quise que pensara que dudaba de su profesionalidad, cosa que no hacía en absoluto.

Recogí los platos sucios que había en la cocina, fregué y fui a mi habitación. Eran las cinco de la mañana, pero tenía los ojos abiertos como platos. Demasiadas emociones para un solo día. Miré mi móvil tras ponerme el pijama. Había varios mensajes. La mayor parte eran del grupo, el resto de Martina y ¿Héctor? Sonreí como una tonta cuando leí que me deseaba buenas noches. Añadió un irónico "me has salvado la mano hoy" al final de su mensaje. Al parecer por fin guardó mi número. En su foto de perfil aparecía con Álex y Giselle en alguna de las fiestas que frecuentaban. Ella estaba en el medio, agarrada por ambos. Sonrientes, jóvenes, amigos. Pensé por un momento que era yo a la que abrazaban en la imagen. Justamente ellos dos, dije riéndome. Contesté a Héctor:

"Buenas noches, espero que ya hayas desinfectado ese corte feo."

No. Parecía muy infantil. Lo corregí:

"Buenas noches. No hace falta que me devuelvas el pañuelo, quédatelo como un recuerdo."

Pero, ¿qué? Un recuerdo de haberse clavado un cristal en mitad de la mano, sí. Finalmente, después de cavilar diez minutos, puse simplemente "Buenas noches para ti también" y una carita dando un beso, que cambié por una sonriendo. Mandé el mensaje y caí rendida en cuanto apoyé la cabeza en la almohada. Esa noche soñé con morenos de ojos oscuros trepando hasta llegar a mi ventana y sacarme del infierno que era mi vida.

Me sobresalté a la mañana siguiente cuando un fuerte ruido sonó desde la cocina. Miré la hora en mi teléfono, tan solo eran las diez de la mañana. Hacía menos de cinco horas que me había dormido. Mi madre estaba recogiendo unas cuantas sartenes y cacerolas que se habían caído desde el estante de arriba.

- Espera, mamá. -dije agachándome para ayudarla.

Nos sentamos en la mesa con el desayuno, sin pronunciar palabra. El dolor era visible en sus ojos. Dedicó tanto esfuerzo a su trabajo desde que mi padre se marchó, que nunca imaginé verla sin trabajo. Se sentía totalmente inservible, lo notaba. Y me dolía como nada en el mundo.

- Mamá, no te preocupes. Encontraremos una solución. -dije pegando un sorbo a mi vaso de leche. Creo que esa frase se la dije también la noche anterior.

- Erica... No es así. No tenemos ningún sueldo ahora.

- Encontrarás otro trabajo. -hice una pausa, y cuando dejó de negar la cabeza, continué-: Encontraré un trabajo.

- No, cariño. Tú tienes que estudiar.

- Puedo hacer ambas cosas. Es más, en un mes acabo el instituto. No te preocupes. Todo se arreglará.

Recuerdo como le trataba cada vez que ella decía eso. "Nada de todo esto se iba a arreglar", resonaba en mi cabeza. Lo cierto es que con el estado de Manu era más probable que fuera así. En cierto modo por eso mi madre estaba tan negativa. Lidiar con un abandono de tu esposo, un hijo drogadicto y ahora sin empleo debía ser como tener un meteorito encima a punto de aplastarte.

Necesitaba distraerme. Me puse una camiseta de media manga beige, un pantalón vaquero y unas deportivas y salí disparada tras comprobar que mi madre dormía en el sofá. En el ascensor até mi pelo con una coleta por el nerviosismo, pero en seguida lo solté y peiné con las manos. Me dirigía a casa de Martina, ya que me sentía mal por no haberle contestado anoche. A mitad de camino, un coche pitó y el conductor bajo la ventanilla.

- Hola preciosa, ¿te llevo a algún sitio? -al principio me sobresalté, pero comprobé que tras esas gafas de sol estaba Héctor. Llevaba un polo negro de manga corta, y el pelo hacia arriba como siempre. ¿Me había llamado preciosa? Casi me caigo de lo que me flojeaban las piernas.

- No suelo subir al coche de desconocidos. -rechacé con una sonrisa que parecía nueva en mí.

- Pues ayer bien que lo hiciste cuando me ofrecí como taxi.

Su comentario me hizo reír, y cuando me dijo "anda, sube", ya no pude negarme. Me preguntó dónde iba, pero ahora que estaba a mi lado no me apetecía quedarme con Martina. Más tarde la llamaría.

- A ningún sitio. Solo... andaba. -aseguré.

- Bueno. Y, ¿dónde te apetece ir? -preguntó tras mirarme con poca convicción.

- A donde sea. Lejos. -murmuré.

De repente la imagen de mi madre sola llorando vino a mi mente. ¿Qué pasaría con mi hermano cuando llegara? ¿Se pondría a gritarle, le reprocharía algo? No, por favor, ahora no. Erica, deja de pensar en eso ahora. Si sigues vas a llorar, y no querrás que él te vea llorar de nuevo.

- Eh, ¿qué te pasa? -preguntó. Mierda, cuando me di cuenta ya estaba llorando.

- Nada. No es nada. -dije con una débil sonrisa, apartando las lágrimas de mi cara.

No se dio por vencido, y aparcó en el primer sitio que vio. Se quito el cinturón y se acercó más a mí por encima del cambio de marchas. Cogió una de mis manos y atrapó una lágrima que se colaba en mi mejilla.

- ¿Qué ha pasado? -sonaba tan preocupado, tan dulce... le miré y empecé a hablar.

- A mi madre le despidieron ayer. Cuando llegué a casa estaba llorando. Mi padre nos abandonó hace ya diez años, por lo que no tenemos nada -tuve que hacer una pausa, pero él seguía ahí acariciándome, así que seguí-, y mi hermano... bueno, no colabora mucho. -no quise darle detalles de Manu y sus adicciones- Me siento tan... como una carga. Y ahora más. No puedo. Quiero ayudar pero... -tenía la vista fija al frente mientras sorbía por la nariz. Una vez más, mi mejor amiga no era quien iba a consolarme.

- Tranquila. Escucha, no te voy a decir que todo saldrá bien -le miré en seguida al oír eso. Era la primera persona que se daba cuenta de que nada era tan fácil-, pero por eso tienes que seguir. No puedes pensar que eres una carga y que ojalá pudieras hacer algo. Hazlo. Por pequeño que sea. Es un momento complicado, pero debes intentar salir adelante. -hizo una pausa, y dijo las palabras mágicas-: Yo sé que puedes.

Mientras hablaba acariciaba suavemente mi brazo, hasta que llegó a la muñeca víctima de mi irá que tantas veces vi salpicada de sangre. Le dio la vuelta hacia arriba, y contempló las leves marcas en qué se habían convertido mis heridas. Me agarró fuertemente por los codos, atrayéndome hacia si, y ambos nos fundimos en un abrazo que agradecí como no he agradecido nada en mi vida. Notaba como acariciaba el cabello de mi nuca y oía como susurraba que estaría conmigo, a la vez que cerraba mis ojos humedecidos, me apoyaba en su hombro, y recorría la tinta de su antebrazo derecho.

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Erica en multimedia, ¿qué os parece?

Capítulo dedicado a saira-ardnas ; gracias por tus consejos, sin ellos esta historia estaría parada.
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