Capítulo 22.

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Capítulo 22.

- Esto es imposible -sentencié desplomándome sobre los mil apuntes que había esparcidos por mi escritorio. Ahora que volvíamos a estar juntas, Martina y yo decidimos que debíamos ponernos en serio con las pruebas de selectivo. O al menos que yo, especialmente, debía ponerme en serio.

- No hay nada imposible. Ya lo sabes. -ese fue nuestro lema durante mucho tiempo. Más bien, su lema, puesto que yo andaba en mi círculo de depresión del que no salía. Al sonar el pitido de "nuevo mensaje" en su móvil y comprobar de quién se trataba, su expresión cambió completamente.- ¿Ves? Nada imposible. -dijo dejándome ver el nombre.

- Samuel. ¿Qué quiere?

- Dice que cómo me va. -resopló- Voy a decirle que estoy estudiando.

- Creo que no se refería a eso.

- Yo no lo creo; lo sé. Pero me da igual. Es él quién quería tomarse un tiempo. No yo. ¿Cómo se atreve a preguntarme "cómo me va"? Si quiere un tiempo que se aleje y se lo tome él solo.

- Supongo que tan solo se preocupa. Eres demasiado orgullosa.

- Si Héctor te dejara así no pensarías igual.

- Es distinto. Vosotros estuvisteis más tiempo.

- ¿Y qué? ¿Qué os pasa a todos con el tiempo? El tiempo no es nada. ¿Acaso no os queréis? El tiempo no importa entonces. Yo no voy a ceder. Cuando tenga las cosas claras, que venga. -justo tras esa declaración, apareció mi madre en el marco de la puerta.

- Cariño, me voy a trabajar. Os he dejado algo para merendar, por si tenéis hambre.

- Oh, gracias Ruth. -dijo una sonriente Martina pensando en comida.

- Estudiad mucho y no os canséis. Adiós pequeña. Adiós Martina. -cerró la puerta, pero volvió a abrirla.- Ah, y si aparece tu hermano dile que le he dejado el sobre que me pidió en su habitación. -la sangre me hirvió por dentro al pensar que mi madre tenía un nuevo sueldo que iría de nuevo destinado a las drogas de Manu. Cerró de nuevo y se marchó.

- ¿Tu madre ha cambiado de horario en el trabajo? -preguntó mi mejor amiga, consultando su reloj.

- Em... no. La despidieron en el otro sitio. -Martina abrió los ojos como platos y supe lo que estaba pensando: "después de tantos años"- El padre de Héctor dirige algunos restaurantes, y le consiguió a mi madre un puesto como limpiadora de cocina. Héctor se lo pidió.

Me sonrojé al pensar en eso. Me acuerdo perfectamente del día. Estábamos los tres comiendo, Héctor, mi madre y yo. Nos había invitado a un restaurante de lujo, de esos en los que sirven más cubiertos que comida pero ésta es exquisita. Entonces, pidió la cuenta y "la cosa de la que habían hablado". El camarero sonrío, primero a él y luego a nosotras. Y trajo, junto a los 150 euros de cena, el contrato listo para firmar de mi madre. Entonces descubrimos que ese restaurante era de su padre, a quien había convencido para que la contratara. La pobre no conseguía decir más que gracias. En ese momento, cuando vi el brillo en los ojos de Héctor al mirar a madre, supe que estaba enamorada de él.

- Tu novio es increíble. Y guapo. ¿Tiene hermanos? -su comentario me hizo reír.

- Lo siento, es hijo único. -en el fondo no sabía casi de la familia de Héctor. Solo algunas cosas de su padre, como que le salía dinero hasta de las orejas, pero poco o nada de su madre. Si conocía lo de Leire, pero eso no lo iba a comentar con Martina. Ni con nadie. De hecho, aún no le había dicho a Giselle que lo sabía.

Seguimos estudiando hasta pasadas las ocho, cuando mi cerebro no dio más de sí.

- ¿Qué hacemos ahora? -preguntó Martina estirando los brazos por encima de su cabeza. La miré y me sentí orgullosa de tenerla.

Confío en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora