Capítulo 2

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Llegamos a la puerta del instituto. Algunos chicos de mi clase permanecían fuera, dándole las últimas caladas al primer cigarrillo del día. Uno de ellos agarró el brazo de Martina justo cuando íbamos a entrar.

- ¿No vas a saludarme, preciosa?

El chico la acercó a él, aún cogiendo su brazo. Sonriendo, ambos se aproximaron todavía más, hasta darse un bonito beso en los labios. Tan bonito que daba hasta asco. Él era Samuel. Salían juntos desde el curso pasado. Alto, guapo, sonrisa perfecta, moreno, ojos grisáceos. Hacían una pareja perfecta, vaya.

Decidí entrar sola al ver que Martina no tenía intenciones de separarse de su chico todavía, a pesar de tener clase de geografía, sabiendo que ese amargado hombre de cincuenta y pico años no dejaba pasar a nadie una vez tocara la sirena. Que justo sonó cuando abrí la puerta del aula de segundo de bachiller de letras.

- Mmm... ¿Puedo pasar? -pregunté con un pie ya dentro.

- Pues llegaste justito a tiempo, Erica. ¿Qué creéis chicos, la dejamos pasar?

De veintidós solo había unos quince alumnos ya en sus pupitres. Y de esos, tan solo cinco se percataron de mi presencia. Hubo sonrisas que decían, "me da igual si pasa o no, solo quiero irme de aquí cuanto antes", y algún comentario por lo bajo de "no, que no pase esa pringada".

- Siéntate. -finalmente el profesor me miró y fue compasivo. Espera, ¿compasivo? Si había llegado "justito" a tiempo.

Ocupé mi sitio de siempre, al fondo, al lado de la ventana. Martina solía hacerlo a mi lado, pero confiaba en que durante esa clase no aparecería. Y mucho menos cuando yo casi ni entraba. Todos hablaban, algunos susurrando, otros sin mucha preocupación de que el profesor se percatara. Yo, mientras tanto, me limitaba a ojear el libro, repasar u ordenar apuntes de otras asignaturas, o simplemente mirar por la ventana.

Me quedé embobada mirando el pequeño patio del instituto. Los alumnos de primero de bachillerato estaban dando educación física. De pronto vi a Ethan, y pensé en la nueva tienda de arte que Martina me dijo. Una sonrisa apareció en mi rostro al recordar que lo llamo "rarito". Después me sentí hasta mal. El pobre chico era tímido, reservado, casi no tenía amigos. O eso parecía, iba la mayoría de veces solo. Tampoco es que estuviera mal, al fijarme bien. No era muy alto, quizá solo un poco más que yo, incluso tenía cuerpo atlético, si no fuera por la torpeza que demostraba en los deportes. Quizá su pelo rizado y algún que otro grano echaban para atrás. Pero no parecía en absoluto un mal chico o "rarito".

- Bien. -después de permanecer callado desde que entré, mirando su portátil seguramente twitteando o haciendo algo similar, Anselmo, el profesor, se dirigió a los pocos alumnos presentes- Espero que estéis preparados, porque hoy toca empezar con los climas de cada región. Sé que es algo que no os apasiona mucho, -aseguró al notar como nuestro ánimo desvanecía. Sobre todo el mío. Era lo que peor se me daba.- pero tengo que prepararos para selectividad, así que... allá vamos. -dio una palmada e indicó la página que debíamos seguir del libro de texto.

Al principio escuchaba atentamente. De verdad, lo hacía. Pero dejé de hacerlo cuando la voz tan lenta y adormecedora de Anselmo me impedía comprender absolutamente nada. Disimulando como que tomaba apuntes, saqué mi olvidado cuaderno de dibujo. Aún tenía algunos de los bocetos que hice el año anterior. Justo antes de empezar a sentirme mal. No quería pensar en ello, pero la verdad es que aquellos podrían haber sido unos buenos cuadros. Simplemente pasé las láminas, y busqué la primera en blanco. Saqué un lápiz. Me sentía inspirada. Pensé en lo que más me apetecía en ese momento. Salir. Huir. Olvidarme de las responsabilidades que tenía. Olvidarme de que mi padre se marchara, y de tener que hacer de madre de mi misma y de mi hermano de veintidós años. Olvidarme de que la única persona en quien confiaba me utilizó, me engañó. Olvidarme. Tras hacer una raya en medio de toda la lámina, solté el lápiz.

- Disculpa, Anselmo. -interrumpí al profesor- ¿Puedo ir al servicio? No me siento bien.

- Sí. Por supuesto. -era la primera vez que ese hombre parecía amable.

Toda la clase me miraba mientras me dirigía a la puerta. Lo notaba. Pero ya me acostumbré. En ese sitio siempre te miraban. Y comentaban. Llevaba allí tres años. Me había acostumbrado. Cuando entré al servicio, me llegó un mensaje al móvil. Era de Martina.

"Cielo, espero que te estés divirtiendo en clase. (Sí, lo cierto es que me lo estoy pasando genial) Bueno, seguro que no lo harás, jajaja. (Has dado en el clavo) Mmm, cuando iba a entrar ya había sonado el timbre, así que me quedé un rato más con Samu. Y bueno, pasaré toda la mañana con él. Después de las clases nos vemos."

- Esta chica... -dije a mí misma en voz alta con una sonrisa. Alcé la vista y me miré al espejo. A los ojos.- Algún día tú también encontrarás a alguien con quien tener excusa para pelarte las clases. Ya verás.

Y así, con más o menos autoestima, volví a ocupar mi sitio en clase. Sola y callada. Sabía que iba a ser una mañana aburrida sin Martina y sus cotilleos sobre medio instituto. Y lo fue. Vaya si lo fue. Las clases se hicieron eternas. Tanto que cuando sonó el timbre del final de la última hora, fui la primera en levantarme y salir corriendo de aquel infierno. Aunque me esperaba otro al llegar a casa...

Por fin en la calle, saqué mis cascos y puse la lista de reproducción de mi grupo favorito. Coldplay. Siempre que andaba por la calle, sola, necesitaba música. Era lo único que me hacía alejarme de mis pensamientos. Bueno, y pintar. Pero eso debía retomarlo.

De repente, pasé por enfrente de la tienda de arte. No sé muy bien qué clase de impulso fue, pero me detuve en seco al comprobar que estaba abierta. Apagué la música, y entré. Por dentro era tan pequeña como parecía, aunque tenía algo de especial. La decoración era realmente acogedora. Sus paredes rojas, con un tono dorado en las esquinas. El mostrador, de cristal reluciente. Y lo mejor, miles de cuadros. De todos los tamaños y estilos, colgados y apoyados en las paredes o en el suelo. Algunos tras vidrieras, o colgados en caballetes, supuse que los más especiales, o caros. Me llamó uno la atención. Era alto, en tono grisáceo. Aparecía una chica, con las manos por delante de su cabeza, como ofreciéndolas. No se veía su rostro, tapado con el pelo, mojado. Llovía. Parecía muy real, dando una sensación de tristeza, melancolía.

- Buenas tardes. ¿Puedo ayudarte en algo? -una dulce voz me llegó desde detrás del mostrador. Era una chica joven y sonriente, morena con reflejos entre morados y azules, de ojos azules y grandes. Realmente guapa. Nunca fui mucho de piercings o tatuajes... pero a ella ese aro en la nariz, y el dibujo de una rosa con una tira alrededor sobre su hombro derecho le favorecían. Supuse que sería la prima de Ethan.

- No, gracias. Yo solo... estaba mirando. -señalé el cuadro- Es muy bonito.

- Gracias. Ese lo pinté yo. -dijo, todavía sonriendo.

- ¿En serio? Vaya, es precioso. Yo también pinto... pintaba. Ahora menos.

- Bueno. No soy quien para darte órdenes, pero nunca se debe dejar algo que te apasiona. Siempre te quedará eso.

- Sí. Cierto. -bajé la cabeza- De hecho, tengo aquí algunos bocetos. -busqué el cuaderno de láminas en mi mochila y lo puse sobre el mostrador- Nunca los llegué a pintar.

La chica empezó a ojear mi cuaderno. Se paraba un tiempo, como examinando cada trazada en todas las láminas. En algunas incluso sonreía. No supe muy bien por qué, pero me parecía especial.

- Píntalos. De verdad. Todos los que puedas. Y tráemelos. Los compraré encantada.

- Pero...

- Sin prisas. Espero no cerrar esto muy pronto. -soltó una pequeña carcajada tras esto- Pero en serio, son buenos. Aunque este... -sobre el mostrador estaba la raya que hice en clase de geografía al recordar mi año anterior. Me reí.

- Eso fue un ataque de ira. No es una obra de arte. -me miró sorprendida y ambas reímos.

- De acuerdo. Soy Giselle. Encantada.

- Erica. -le devolví la sonrisa- Lo mismo digo -y lo decía en serio.

Confío en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora