Ayúdate. Pero, ¿a caso sabía de lo que estaba hablando? Como si fuera tan fácil. Como si pudieras ayudarte cuando lo que hace toda persona a tu alrededor es destruirte. Pero peor aún era, ¿por qué sabía... lo que fuera que supiera? Me horrorizaba la idea de pensar que un tío, un desconocido, supiera que me cortaba cuando mi mejor amiga pensaba que eso ya lo había dejado atrás y solo ocurrió dos veces. Pensando en ello, decidí llamarla. Aún tenía que contestarle a las mil preguntas que me haría sobre aquella fiesta. Al menos así no tendré que pensar en Héctor el adivino.
- Al fin. Ya estaba incluso preocupándome. Cuenta, cuenta, ¿qué tal la noche? ¿Algo impactante?
Cuando le dije que recordaba pocas cosas se sorprendió. Pero no sé si fue por el hecho de que aquello no era normal en mí, o porque pensaba que de verdad me había divertido. Le comenté que varias del grupo parecían ser un poco sueltas. Se rió y me suplicó que no me volviera así. Entonces le conté lo que pasó con Álex, y volvió a rogármelo casi como si fuera ya un caso perdido. Al confesarle lo bueno que estaba cambió de opinión y me dio la enhorabuena. Incluso sintió celos. De Héctor no mencioné nada, y menos el hecho de acabar vomitando por cada rincón.
- Bueno, si no te gustó, pídele su número o algo para localizarlo.
- ¿Para qué quiero eso si no me gustó? -lo cierto era que no me acordaba de si lo que pasó con Álex me gustó o no. Ni si quiera recordaba el hecho de que hubiera pasado.
- Para mí. -risas y más risas. Demasiadas.
- Bueno... sigo pensando que Samuel es mejor partido.
- No. ¡No! Ni se te ocurra emborrachar a mi Samu para liártelo.
- Martina. Para de gritar. -dije apartando el teléfono de mi oído- No voy a aprovecharme de tu novio. Sigo siendo tu amiga, ¿recuerdas? -silencio- ¿Martina?
- Sí. Claro que lo recuerdo... pero ahora tienes nuevos amigos, y quizá te olvides un poco de mí. -dijo, con voz melosa hasta por teléfono.
- Martina, no seas tonta. Sabes que eres la mejor. Y ellos aún no son mis amigos... No te preocupes.
Dicho eso se calmó un poco. Cambió rápido de tema como si nada, y me habló de la magnífica noche que pasó con Samuel. Me pidió que le acompañará, como el año pasado, a elegir algo que regalarle por su cumpleaños.
Tras la larga charla, fui a ducharme. Era la segunda vez que lo hacía ese día, pero seguía sintiendo olor a alcohol por todo mi cuerpo. Mientras el agua caía, recordé la cálida sonrisa de Álex. Y pensar que la había juntado con la mía... Justo cuando el pensamiento se hacía erótico, se cruzaron las advertencias de Héctor sobre mi sufrimiento. ¿Qué sabría él? Seguramente Giselle tenía razón, y era un completo capullo cuando podía. Miré mi muñeca tras enjabonarme. Al pasar los dedos por las heridas recordé mi vida anterior, y la que parecía ser ahora. ¿Qué intentaba? Estaba claro que esto seguiría aquí. Supongo que una vez tocas fondo, salir cuesta tanto hasta volverse imposible.
Me pregunté si mi hermano había pasado por casa en todo el día. Varias prendas de ropa estaban tiradas por el suelo de su habitación. Aún faltaban varias horas para que mi madre volviese del trabajo. No la había visto desde que me despedí al irme de fiesta. Incluso los sábados volvía tardísimo para tan poco sueldo. Justo cuando iba a coger algo para comer, ya que todavía no lo había hecho, sonó el timbre del portal.
- ¿Sí?
- Aprovecha noches, ¿puedes bajar un momento?
Con ese sarcasmo indiferente solo podía tratarse de una persona. ¿Cómo sabía que vivía ahí? Ah claro... fue él quién me llevó a casa estando borracha. Pero, ¿qué quería alguien así de mí?
- ¿A dónde? -no era eso lo que quería preguntar.
- Pues bajar... aquí abajo -se rió y pensé que podía percibir lo roja que me puse incluso desde el interfono. -Quiero explicarte lo de antes. Creo que te debo una disculpa.
Silencio. Mi interior dio un vuelco. Lo cierto era que no me había quitado esas palabras acusadoras de la cabeza en todo el día.
- ¿Erica?
- Sí, perdona. -di que no, di que no, di que no- Mmm... En seguida bajo. -te odio, te odio mucho.
Colgué el telefonillo sin esperar su respuesta. Corriendo, fui al baño. Mierda, pensé al verme en el espejo. Todavía tenía el pelo mojado, y la cara totalmente descompuesta. Encendí el secador y me di un poco de volumen con el cepillo. Genial, ahora tan solo parecía un oso salvaje. Pasé un cepillo, esta vez más fino, por mi larga cabellera. Finalmente me rendí, y lo até con una coleta. Al abrir el armario sufrí el doble. ¿Qué me ponía? Comencé a sacarlo todo, tirándolo al aire.
- Vale, calma, Erica, cálmate.
¿Por qué estaba haciendo esto, total por un chico en el que no tenía el más mínimo interés? Cogí el primer suéter que vi entre toda la montaña que yacía en el suelo, en tono granate. Me puse unos vaqueros y mis zapatillas negras favoritas, pellizqué mis mejillas para conseguir algo de color y salí por la puerta. Tras tres segundos volví a entrar. Me miré de nuevo en el espejo del baño, saqué el colorete, y lo apliqué a mi rostro con un plumero. Esta vez me aseguré de tapar bien el moretón. Después, usé rímel para las pestañas, y pinta labios. Dios mío. Dejé de torturarme con mi reflejo, abrí de nuevo la puerta, y bajé para encontrarme con quien no había sacado de mi mente en todo el día. Héctor el inexpresivo.
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Confío en ti
Teen FictionErica es una joven de diecisiete años que guarda un terrible secreto: desearía estar muerta. Todo es complicado desde que sufrió una ruptura y decidió ser totalmente fría con el resto de sus amigos. En una depresión constante, con solo la ayuda de s...