Capítulo 20.

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Aprieten las nalgas, amárrense un huevo y pónganle un condón porque se viene.

Max y Sergio, al igual que Nico y Lewis, se congelaron a las palabras de Zak Brown

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Max y Sergio, al igual que Nico y Lewis, se congelaron a las palabras de Zak Brown.

Nico miraba a la bebé en sus brazos, los sentimientos que le azotaban lo abrumaban a tal punto que no sólo era Ariel la que lloraba, junto a ellos Max también empezaba a sollozar impactado por la noticia.

—¿Doriane? —murmuró Lewis incrédulo, acercándose a Nico con lentitud temiendo que si se mueve demasiado rápido su bebé desaparecería nuevamente.

La bebé levantó su cabeza y su cabello castaño, que por la luz se asemejaba al oro, fue apartado de su rostro por Lewis permitiendo que abra los ojos, dejando ver un bello color café, y con ellos una conexión que se arraigó en los corazones destrozados de Nico y Lewis.

Sin saber que, mientras los suyos se reparaban, otros seis corazones se rompían.

Max se acurrucó cerca de Sergio, tratando inútilmente de ocultar y ahuyentar sus propias lágrimas, la tristeza embargando su corazón al igual que el de Sergio, ambos mirando impotentes la escena frente a ellos.

Pero antes de que pudieran seguir hundiéndose en su impotencia, los gritos de Zak y Frédéric les traen nuevamente al presente siendo detenidos por los policías mientras Fernando y Lance se acercan a ellos, ambos con miradas sombrías, pero determinados a aclarar rápidamente toda esta situación.

—Vamos —habla Fernando llevándolos a los cuatro dentro de la sala de la corte, —aún faltan muchas dudas por aclarar —la seriedad en su voz trata de mantener la profesionalidad a pesar de la tristeza que trata de apoderarse de su cuerpo.

Y aunque Lance trata de seguir su ejemplo, no puede evitar que unas cuantas lágrimas se le escapen al ver a Max y Sergio tan destrozados, al tratar de tomar a la bebé otra vez en sus brazos.

—Permíteme ayudarte —susurró Max queriendo tomar a su hija en sus brazos y ocultarla de todo y todos, apartándose poco de Sergio que no permite tanta distancia entre ellos preocupado por los temblores que azotan el cuerpo de su esposo.

—¡No! —grita Nico, sorprendiéndolo incluso a él, —lo siento, yo... —suspira temblorosamente, conflictuado entre la incredulidad y la felicidad, abrazando a la pequeña Ariel más cerca de su pecho, —quisiera cargarla un poco más, por favor —suplica con ojos llorosos, su rostro demacrado conmoviendo a Max que, aunque renuente, acepta.

Lewis se acerca a su esposo y a la bebé rodeándolos protectoramente mirando fijo y retadoramente a los ojos de Sergio, quien impotente toma a su Maxie para permitir que sus amigos permanezcan un tiempo más con su hija.

Los Pérez se miran negándose a aceptar que su pequeña Ariel, su princesa, sea la hija perdida de sus amigos, aunque se sienta egoísta desear que no hayan encontrada a su hija, al menos no en su bebé, no con su rayito de sol.

El veredictoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora