Capítulo 11.

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Los toques en su puerta lo despiertan, desorientado, abre la puerta de su departamento y antes de que pudiera hacer algo sólo alcanza a ver una cabellera rubia, sentir unos brazos rodear su cintura estrellando su rostro en un fuerte pecho y a su captor gritar emocionado.

—¡Estás aquí! ¡Te extrañé mucho, Checo! —apretó más el abrazo.

Pudo reconocer la voz de Max a lo que suspiró nervioso, correspondiendo el gesto con la misma emoción, rodeando su cintura con fuerza.

—También te extrañé mucho, Maxie —contestó suavemente, separando su rostro de su cómodo escondite. —Es bueno verte.

La sonrisa que recibió lo dejó anonado.

—¡Oh! ¿Te levanté? —preguntó Max tímido cuando tomó la cara de Sergio entre sus manos notando el estado desalineado de Checo.

—¿Tan mal me veo? —contestó divertido, a lo que Max negó.

—Te ves guapo, como siempre —afirmó.

Sergio se sonrojó y con timidez apartó la mirada, su rostro seguía entre las manos de Max que contemplaba sus mejillas rojas que resaltaban las estrellas en su piel y esos bellos ojos café.

Sonrió.

Las manos de Sergio, que seguían aferradas a la cintura de Max, apretaron más cuando se sonrieron. Y antes de que alguno pronunciara palabra, se escuchó un gruñido del estómago de Max. Invirtiendo los papeles.

—Pasa, te invito a desayunar —propuso con sonrisa tierna.

El sonrojo de Max cubrió ahora sus orejas y cuello, pero terminó asintiendo, adentrándose al departamento de Sergio.

—Disculpa —murmuró apenado —vine apenas desperté y vi tu mensaje.

—No te preocupes por eso —sonriendo, le restó importancia, —¿qué te gustaría desayunar?

—¡Crepas! —respondió alegre, entrando a la cocina detrás de Sergio.

—¿En verdad te gustan las crepas, no? —señaló viendo a Max tomar asiento en la isla de la cocina.

—Sólo si los haces tú —sonrió altanero, Sergio ríe preparándose para cocinar.

—No siempre podré hacerte crepas, Maxie —dijo sonriendo divertido.

Como no hubo respuesta a sus palabras, volteó confundido y Max le veía triste.

Comprendió su error.

—Lo sé —en su voz se notaba su decepción.

—No, espera, Max... —intentó tembloroso.

—Está bien, Sergio, lo entiendo.

—Escucha... —se acercó, pero Max se levantó alejándose de su toque.

—¿Qué debo escuchar, Sergio? —replicó severo. —¿Que soy muy joven para ti, que me voy a arrepentir?

—No es eso, escucha, por favor, Maxie... —imploró.

—Te quiero, Sergio —las lágrimas recorrían las mejillas que adoraría besar y acariciar, las palabras que anheló escuchar fueron opacadas por lo sollozos y se clavaron como dagas en su corazón. —Por favor, no dudes de mis sentimientos —Max cubrió su rostro afligido, los sollozos sacudiendo su cuerpo, —es cierto, soy joven, pero eso no significa que no sé lo que quiero, te quiero a ti, quiero intentarlo contigo hasta que nos salga bien, quiero seguir topándome contigo en el camino hasta poder un día terminarlo contigo.

Sergio se acercó hasta rodearlo en un abrazo reconfortante, recargando su cabeza en el hombro de Max. Con ternura, acarició la espalda y peinó sus cabellos, aspirando su olor. Max se aferró a su camiseta, sus lágrimas empapando sus cabellos. Las palabras de Lewis resuenan en su cabeza.

El veredictoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora