Capítulo 9.

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Carlos miraba el techo de su habitación como si en ella estuvieran todas las respuestas del universo y, con ellas, las razones para que se levante de una vez por todas y se vaya a trabajar.

“¿Y si renuncio?” analizó con seriedad, “no, es mejor si me corren, pero para eso necesito alguien que me mantenga”, concluyó con pesar y con el mismo sentimiento se levantó, distrayéndose al ver un tenis suyo.

Volviendo a la realidad cuando escuchó el murmullo de su hija que juega alegre con su pequeña mano, ahora llena de saliva, provocando que una sonrisa tierna apareciera en su rostro por lo que la tomó en brazos dispuesto a mimarla.

Como entraría a trabajar no podría dedicarle tanto tiempo como le gustaría, pero se jura que lo compensará y cualquier descanso que tenga lo pasará junto a su princesa.

Es por eso que disfrutará de pasar tiempo con ella todo lo que pueda. Como en estos momentos en que jugaban mientras Ariel no para de reír y balbucear palabras.

—¡Eres la princesita más linda! ¡La niña de papá! —rasca suavemente los piecitos de Ariel, provocando más risas, con voz aguda pronuncia: —la bebé de papá, a ver, di papá.

—¡Wawa! —Ariel aplaude, contenta con su logro, a lo que Carlos ríe encantado.

Con el corazón rebosante de alegría, amor y un poco de nerviosismo, se separó de Ariel, dejándola a cargo de sus abuelos.

Suspirando, se mentalizó para afrontar su día, lleno de trabajo e incertidumbres puesto que se encontraría con alguien especial, por lo que con el corazón latiendo agitado por las diversas emociones, se dispuso a partir directo a una cafetería cercana a la escuela.

Ahí se reuniría con su adorada hermana mayor, Blanca, a quien había extrañado inmensurablemente y, siendo el sentimiento correspondido con la misma intensidad, acordaron verse ahí para poder hablar antes de iniciar con el pesado día de trabajo que les esperaba.

Grande su sorpresa al encontrarla esperándolo ahí junto al resto de su familia quienes se pararon al verle y apresuró su paso, emocionado por su presencia.

—¡Papá, mamá! —exclamó emocionado, cual niño pequeño, al abrazarlos a ambos —¡los extrañé horrores!

—Es bueno verte completo —empezó su madre, —temía que algo te sucediera.

—Pero si claramente les avisé que estaría con Lando y los demás.

—Por eso mismo —habló ahora su padre, y sólo rió divertido otorgando razón a sus palabras.

—Oh, sí, Carlos también me da gusto verte —dijo sarcástica Blanca cruzada de brazos y un pequeño puchero en su rostro.

—A mí no, la verdad —contestó burlón, sin separarse del abrazo con sus padres, Blanca exhaló un suspiró divertida.

—Papá, mira a Chili, me está diciendo cosas feas —acusó Blanca.

—Carlos —imitó voz autoritaria, —no la molestes.
Lo que desató risas en los demás mientras tomaban asiento y hacían sus pedidos.

—A todo esto, ¿dónde están mis sobrinas? —preguntó Carlos, en cuanto llegó la comida.

—Isa las llevó al baño, no han de tardar —respondió su madre con cariño.

—¡Tío Chili! —escuchó el grito de dos vocecitas y pasos apresurados, antes de sentir pequeñas manos aferrarse a su camisa y ver a dos pequeñas que le sonreían con emoción.

—¿Cómo están mis queridas princesitas? —subió a ambas a sus piernas.

—¡Ya sé contar hasta 100! —gritó orgullosa la pequeña Nerea de 6 años.

—Y yo sé escribir mi nombre —contó tímida Lia de 3 años.

—Son muy inteligentes —elogió, a lo que las pequeñas rieron alegres.

—Claro, lo sacaron de su hermosa madre —pronunció Isa, sentándose a lado de su esposa, frente a Carlos, estrechando sus manos —¿no lo crees, Chili?

—Lo de inteligente se debate —Blanca le piso el pie debajo de la mesa, aunque no paró su risa.

—Carlos, Blanca —llamó su madre a forma de regaño, aunque no pudo ocultar la diversión en su voz.

—Chili empezó —murmuró Blanca con un puchero, Isa besó su moflete con cariño mientras Nerea se rió de su madre.

Carlos miraba su entorno, feliz de tener a su familia cerca, sus padres hablaban entre ellos y sus sobrinas acaparaban la atención de sus madres que reían de las ocurrencias de su hija mayor y alimentaban a la pequeña Lia.

“Desearía que Ariel estuviera aquí” anheló suspirando, hasta que recordó “¡Ariel!”, de repente, los nervios de la mañana volvieron a él, porque para que su hija estuviera a su lado, junto a la familia, necesitaba presentarla primero.

—¿Todo bien, Carlos? —preguntó su madre, preocupada, y levantó la mirada notando que todos le miraban intrigados, aumentando su nerviosismo.

—Ah, sí, sí, todo bien —respondió entrecortado, su madre y Lia sostuvieron sus manos las que apretó en busca de apoyo —. De hecho —corrigió, —me gustaría hablarles de algo importante.

Le miraron expectantes, esperando que siguiera hablando, pero en cambio, acomodó a las niñas en sus sillitas y sacó su laptop abriendo una presentación de PowerPoint con el título “Ariel: mi adorada hija que no puedo dejar ir”, para empezar a hablar sobre cómo consiguió una hija que comparte junto a los otros tres chicos y todas las razones del por qué quiere quedarse con ella, sus ventajas y desventajas.

Blanca suspiró exasperada por su hermano que no paraba de hablar viendo que sus padres le miraban atento y concentrados, luciendo sorprendidos, lo que le causó una sonrisa divertida que ocultó tras su mano lo que notó su esposa y sólo le apretó la mano, pidiendo silenciosamente que no hablara.

Todos sabían de Ariel, la niña que Carlos adoptó en diciembre, debido a las historias de Instagram que subía con frecuencia presumiendo de cada acción de la pequeña, desde sus adorables vestimentas hasta los paseos por el parque, como un padre orgulloso describiendo en cada foto “mi hija hizo esto”, “mi hija dijo aquello”, “mi hija…”.

Los sorprendió, por supuesto, pero no querían presionarle por respuestas y decidieron esperar por sus explicaciones, sin resultados. Por lo que prefirieron visitarlo y ver a su nueva nieta en Francia, no esperaban que ahora sí empezara a hablar sobre Ariel.

Pero ya llevaban media hora en su presentación y, para Blanca, empezó a ser abrumador siendo peor cuando vio que sacó unas gráficas comparando su nivel de felicidad antes y después de la llegada de la pequeña Ariel.

—Chili, Carlos —interrumpió —entendimos el punto, en serio, no nos vamos a oponer a que la tengas, si pensabas eso.

—¿En serio? —preguntó incrédulo, mirando a los demás buscando alguna confirmación a las palabras de Blanca.

—Claro, hijo, jamás te separaríamos de mi nieta —exclamó su padre, provocándole una sonrisa.

—Y menos si te hace feliz —dijo su madre, abrazándolo.

—¿Eso significa que tengo una prima? —preguntó Nerea confundida.

—Así es, mi amor —contestó Isa, cargando a su hija.

—Tío —llamó Lia, —¿crees que le gustará mi juguete de oruga?

Carlos se sentía llorar, abrumado por la calidez que su familia le brindaba a su hija, recibiéndola como un Sainz más aún sin conocerla por completo. Lia notó los ojos llorosos de su tío y acercó su manita para limpiar la rebelde lágrima que salió de ellos. Su tío rió con ternura, alzándola en brazos y dejando un beso en su pequeña cabecita.

—Le encantará, te lo aseguro —dijo lloroso y Lia sonrió complacida por la respuesta.

—¿Y cuándo podré verla? —volvió a interrogar Nerea con impaciencia, deseosa de conocer a su prima.

Las miradas se dirigieron a Carlos, igual de impacientes que Nerea, sonrió enternecido.

—Pronto, en cuanto termine mi trabajo iremos a que la conozcan, ¿vale? —aseguró.

—¡Bien! —dijo Nerea gruñona, Lia simplemente asintió satisfecha yendo a su mochila para sacar su oruga de juguete.

—Papi, ¿me ayudas a envolverlo en un regalo? —preguntó tiernamente a Isa, derritiendo los corazones de los adultos —. Quiero dárselo a Ariel cuando la vea.

—Pero es tu juguete favorito —señaló Blanca.

—Y quiero regalárselo a mi primita, mami.

—Está bien, cariño, buscaremos un bonito papel para envolverlo —concilió Isa.

—¡Yo también quiero darle un regalo a Ariel! —mencionó Nerea con ánimos renovados.

—Perfecto, pasaremos a buscar todo cuando terminen de desayunar —condicionó Isa a lo que las niñas se apresuraron a terminar su comida.

—Nosotros también deberíamos llevarle algo, ¿no crees, cielo? —preguntó Reyes ilusionada.

—Definitivamente, no podemos llegar con las manos vacías —aseguró su esposo.

Carlos les miraba agradecido, encantado con la emoción que todos mostraban. Incluso cuando se despidieron Blanca y él del resto, se sintió tan feliz, ligero y cálido que su día de trabajo pesado pasó en un abrir y cerrar de ojos.

El veredictoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora