Cap. 30: Gritos y sorpresas

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Caminé, intrigado, hacia la cocina de mi casa. Mi madre estaba sentada en la mesa, con la barbilla apoyada en su puño y el codo en la mesa, la cual estaba repleta de papeles. Se le veía un poco agobiada. Mi madre era una persona que cogía estrés con mucha facilidad.

—¿Qué es lo que pasa?—Me senté a su lado.

—Los ahorros se están acabando. He estado haciendo cálculos y... bueno, desde que murió papá hemos pasado a tener la mitad de los ingresos, y ahora que me han bajado el sueldo pues... no nos queda mucho dinero...

—Mamá, no te agobies, ¿vale? No nos va a pasar nada.—Ella soltó un bufido.

—Me preguntaba si podrías conseguir algún trabajo... Aunque, claro, con la universidad es un poco difícil.

—¡En absoluto! Claro que puedo conseguir un trabajo. Seguro que puedo trabajar a tiempo partido por las tardes o... ya lo veremos.—Vi que sus ojos se ponían llorosos y le di un fuerte abrazo.—No te preocupes.

—Gracias cariño.—Me dio un beso en la mejilla y se levantó, empezando a preparar la cena.
Yo salí de la cocina y subí a mi habitación a terminar un trabajo para la universidad. Entré en la habitación y me quedé quieto mirando el trabajo a medio hacer sobre la mesa.
No quería hacerlo.

No es que no me gustara lo que estaba haciendo, solo que siempre he sido bastante vago y me daba demasiado palo ponerme manos a la obra. Solté un suspiro y me senté en la silla del escritorio.

—"Haz un resumen de doscientas cincuenta palabras sobre la Inglaterra feudal y destaca todas las características. Después, razona el por qué crees que tienen dichas características."—Leí la pregunta que me tocaba responder.—Voy a morir...—Exageré.—Bueno, vamos a confiar en Wikipedia.

Si os interesa el resultado saqué un seis. Nunca he sido muy buen estudiante.
Estuve cerca de cinco horas acabando el trabajo. Incluso cené en mi habitación para no perder tiempo. Cuando finalmente imprimí el trabajo—con un poco de dificultad porque las máquinas y yo no somos buenos amigos—miré el reloj y vi que era la una de la madrugada.

Y al día siguiente tenía que despertarme a las seis.

Me quería morir.

—Eso te pasa por dejarlo todo siempre para última hora.—Era lo que siempre decía mi madre.
Ni siquiera me molesté en quitarme la ropa, me dejé caer en la cama totalmente vestido y me quedé dormido.

Y así estuve más de dos años.

Recuerdo que por mediados de Abril, antes de que cumpliera los veinte años, exploté.

—¡No lo aguanto más!—Di un fuerte golpe en mi escritorio.—Necesito un día de descanso.

Así pues quedé con Dani para explicarle mi plan.

—¿Te apetece una escapadita a Port Aventura?

—¿Ahora? ¿En medio del curso?—Preguntó confundido.

—Ese es el punto.—Hice una mueca.—Estoy un poco bastante harto de la universidad.—Lo miré a los ojos.—Cris y Clara se han apuntado. Feliciano no podía porque tenía algo que hacer... y a Oscar le da vergüenza.—Solté una risilla.

—Pues no sé qué decir...

—Podemos ir con la excusa de mi cumple, ya que falta muy poco. Y además, como aún no es verano habrá poquísima gente.

—Bueno vale, acepto. Pero a mí no me hacen mucha gracia los parques de atracciones...

—Lo suponía.—Solté una sonrisa.—Pero lo pasaremos bien, ya verás.

Sweetie (inacabada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora