Capítulo 27:

115 13 3
                                    

«Deseos ocultos del corazón» 

DARIEN:

—¿Estás bien? —murmura Mal al llegar a mi lado, tendiéndome una lata de cerveza que no dudo en tomar, abriéndola de inmediato y tomando un buen sorbo.

—Sinceramente no —suspiré tras admitirlo. —Aunque tu "jefe" me hizo saber que lo que tenía que hacer sería "fácil", presiento que no será así. Porque intuyo que sí habrá problemas en cualquier momento —lo escuché exhalar, antes de darme un apretón en mi hombro.

—Diamante no miente. Tal vez sí sea fácil hacerlo, pues solo es cuestión de que finjas lo mejor que puedas. Pero yo tampoco te voy a mentir. Porque lo más probable es que sí se vendrán problemas en el momento en que Zafiro lo sepa —di un nuevo sorbo a mi bebida, tras saber lo absurdo que era esto. Pues ni siquiera conocía a Zafiro en persona, y ¡Vaya manera en la que probablemente íbamos a conocernos después de que yo me preste a hacer esto! —Lo único que te puedo asegurar es que estaré a tu lado en todo momento. No dejaré que Zafiro les haga algo. ¡Eso sí te lo prometo! Incluso estoy dispuesto a dar la vida por ustedes para evitar que eso suceda —resoplé antes de girarme a verlo.

—Ni siquiera lo digas. Saldremos de esta. No sé cómo, pero lo haremos.... —me sonrió ligeramente antes de extender su bebida hacia mí, en un gesto de brindis, lo cual yo hice chocando mi lata casi vacía contra la suya, antes de que le diéramos un nuevo trago. —Por cierto, ya que estamos aquí, quiero que me hables de algo —su breve alegría se esfumó. Por lo que supuse que ya intuía sobre de qué quería que me hablara.

—¿Qué cosa?

—Quiero que me digas, ¿Cómo es eso de que a "tú chica" la dejaron mal herida? ¿Qué no se supone que tú...? —me interrumpí al no tener las agallas para decirlo. Más no tuve que ser tan explícito pues él supo lo que yo había querido decir.

—Te mentí. Realmente no le hice nada. No pude hacerlo... —murmuró cabizbajo.

—Realmente no me mentiste. Solo omitiste revelarme ese detalle —murmuré con la intención de hacerlo sentir mejor, consiguiéndolo y haciendo que resoplara con una triste sonrisa. —¿Qué sucedió? ¿Quieres contarme? —pregunté nuevamente con seriedad, percibiendo cómo sus ojos se cristalizaban.

—Bueno.... Para empezar, aquella vez.... cuando recién descubrí su engaño, estaba muy furioso, pero también muy decepcionado —comenzó a decir mirando hacia al balcón. —Quería hacerla pagar pues no solo había puesto mi mundo de cabeza, sino porque también me hizo ver la cruda realidad de golpe. Quería matarla por haber hecho que me enamorara como un idiota de ella.... —tragó saliva. —Esa era mi intención, pero no pude —soltó una risita sarcástica. —¿Sabes? Normalmente cuando les digo a mis hombres que priven de la libertad a alguien, es porque saben que voy a hacerlos pagar —me reveló inconscientemente. Y, aunque no me gustaba conocer los detalles no tuve el valor de decirle que detuviera su relato. Pues podía notar a simple vista lo mucho que necesitaba desahogarse con alguien. Así que no iba a darle la espalda en este momento que me necesitaba. —Eso es satisfactorio para ellos. Pues realmente les gusta infringir el dolor. Les gusta ver como las demás personas lloriquean y sufren suplicando por su vida. Pero, recuerdo bien la expresión asombrada que pusieron cuando les dije que a quien tenían que secuestrar en esa ocasión era a ella. Y, aún pese a su asombro, ellos no desobedecieron mis órdenes y actuaron con prudencia y rapidez. Tal como siempre se los he pedido.

—¿Qué pretendías hacer con ella? —pregunté sin poder contenerme. Escuchando como él exhalaba.

—En ese momento que di la orden estaba ciego de rabia. ¡Quería justicia! ¡Venganza! Quería cobrarme caro su traición. Pero, cuando la tuve frente a mí, completamente indefensa en ese inmundo, sucio y lúgubre lugar, simplemente supe que no podría tocarla para hacerle daño. Y mucho menos permitiría que ellos se lo hicieran. Ya bastantes ganas tenía de matar a los que la habían llevado ahí, pero, sabía que no podía hacerlo porque ellos solo habían acatado mis órdenes. Así que no hice más que armarme de valor para empezar a cuestionarla. Pero me sorprendió ver que no necesité usar ni un pequeño gramo de violencia porque ella accedió dócilmente a decirme todo lo que yo le pedía, mientras lloraba desconsolada.

ENSÉÑAME A VIVIR SIN MIEDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora