Capítulo 19:

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«Más complicaciones»

DARIEN:

««Yo... usted.... ¿Usted necesita un abrazo...?»»

Suspiré, echando mi cabeza contra el respaldo de la silla cuando me di cuenta de que por más esfuerzo que pusiera, esa inocente pregunta no dejaría de reproducirse en mi mente. Aunque era consciente de que, pensar en ello una y otra vez no era lo peor. Tampoco lo era esa jaqueca que tenía como parte de la resaca que bien me merecía. En sí lo peor era no saber por qué anoche su dulce e inocente propuesta me impactó igual que un fuerte golpe en el estómago de esos que te sacan cruelmente el aire. 

 ««Bueno... Digamos que es muy cómico ver como lo regaña su nana. Algo que, difícilmente creí llegar a ver»»

¿Cuántas veces no la había visto ya sonreír? Sí, sabía que, estos días, y después de lo mucho que se esforzó por no tenerme miedo, me ha regalado sonrisas en diferentes momentos. La mayoría de ellas como agradecimiento. Pero lo de anoche superó todas estas; Pues tal vez muchos pudieran sentirse indignados u ofendidos por su burla, pero en mi caso fue todo lo contrario. Para mí fue increíble ver como un momento que fue tan vergonzoso, para ella fue lo más divertido. Aunque admito que no fue eso lo que me dejó así de maravillado, sino que, lo que realmente me hizo sentir un hueco en las entrañas, fue escuchar el eco de esa dulce y tímida risa. Un sonido que no creí escuchar. Al menos no porque yo la hubiese provocado. Y es que, la verdad, fue un alivio enorme ver que se reía de mí. Sobre todo, porque mi presencia no ha dejado de darle motivos de miedo y angustia. Fue gratificante ver que este rostro que por desgracia es tan semejante al de su maldito agresor, también puede provocar que esboce sonrisas, y no solo sollozos o muecas de terror sin límites como lo hacía antes. Fue un momento tan memorable y especial que no pude dormir en toda la noche, debido a que el eco de su risa y la imagen de su sonriente rostro se pasearon con frecuencia por mi mente. Y cuando vi que ya estaba amaneciendo, estaba tan bombardeado por culpa de esas sensaciones y emociones que no me había atrevido a verla. Aunque ganas no me faltaron de descubrir cómo era su aspecto cuando recién se despertaba. ¡Estaba volviéndome loco! No sabía qué me pasaba. Lo único que sabía es que, pensar en ella, me apretaba el pecho en una sensación no incómoda, pero sí demasiado inquietante; Doy un respingo que me saca abruptamente de mis pensamientos cuando escucho que tocan a la puerta de mi consultorio. De inmediato sé quién es. Está de sobra pensar que es alguien más, sobre todo porque a lo largo de estos días en los que hemos trabajado juntos he aprendido a reconocer los suaves golpes que da contra la madera, cada que me llama o pide permiso para pasar. Así que, tras soltar un profundo suspiro, me enderezo en mi asiento, le pido que pase, y mientras lo hace me preparo mentalmente para recibirla. Pero extrañamente esta preparación mental que hago es en vano pues de igual forma me quedó sin aliento con solo verla. 

 —¡Buenos días, doctor! —me saluda con esa clásica timidez, a lo que yo le sonrío lo más natural que puedo, antes de disculparme por algo que no es del todo cierto. Pero de inmediato noto que algo la está molestando. Así que continúo haciendo más preguntas hasta que por fin me revela lo que la ha hecho venir. —Porque.... me parece que afuera lo buscan —no necesitaba ser adivino para saber quién quería verme. Pero en cuanto lo supe, me fue inevitable no sentir hartazgo y decepción. Así que fingí estar ocupado para que no viera la molestia que tenía mi rostro.

—No ha llegado ningún paciente todavía, ¿Cierto? —yo mismo sabía que no había pacientes hasta dentro de media hora. Revisé mi agenda desde que llegué hace más de una hora. Pero, simplemente se lo pregunto, como si quisiera aplazar ese momento de charla que sé que debo de tener con él. Así que una vez que escucho su respuesta, y no teniendo más opción, le digo que lo haga pasar. Pero antes de recibirlo vuelvo a llamarla. Simplemente porque le quiero recalcar mi enfado a mi visitante. —Te pido que me avises de inmediato cuando llegue mi primer paciente, por favor —ella asiente, antes de que me gire a mirar fijamente a Mal. —Es todo el tiempo que te pienso brindar. Así que, lo que tengas que decirme, más vale que sea rápido y conciso —murmuro sin titubear. Después ella nos deja solos, a lo que él, no desaprovecha ni un minuto del tiempo que le he otorgado.

ENSÉÑAME A VIVIR SIN MIEDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora