Capítulo 44:

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«Pensar en mí»

««—...Y en base a la evidencia presentada, el jurado ha decidido declarar al acusado, el señor Zafiro Black, como culpable de los delitos...»»

Se me eriza la piel en cuanto vuelvo a recordar todo lo que sucedió en el juicio. Verlo cara a cara, tenerlo tan cerca otra vez.... ¡Fue muy difícil! Especialmente porque Armandito tuvo que estar presente. Pues, aunque obviamente estaba en contra de que él estuviera, tuve que reconocer que lo que Taiki me dijo tenía razón; Armandito estuvo implicado de alguna manera. Siendo un bebé, a él también lo obligaron a fingir su muerte. Además, debía discutirse sobre el día que lo apartó de mi lado, así como de su custodia. Por lo que no me quedó más que llevarlo a ese juzgado cuando me lo pedían, más procuré estar lo más que pude a su lado, y si no podía hacerlo yo, lo hacía Taiki, con tal de nunca dejarlo solo. Pues me di cuenta de lo intimidado que mi hijo se sentía bajo la mirada penetrante y oscura de su padre. Lo cual me hizo querer saber, qué había sido de ellos, y qué le había hecho cuando lo arrebató de mi lado, para que mi pequeño le tuviera tanto miedo. Pues eso ni siquiera se lo ha platicado al doctor en sus sesiones, porque si no ya me lo hubiera dicho. Aunque una parte de mí me decía que si lo sabía me iba a sentir igual o peor que esa vez en el puente. Por eso mismo, yo no me dejé empequeñecer con su presencia. Y cuando por fin el juez dijo esas palabras, me embargó un sentimiento de liberación que no sé bien describir. Pues esas últimas palabras, estaban tan llenas de significados, que hoy en día no hacen más que perdurar en mi memoria. Porque sigo creyendo que todo lo que he vivido, sea bueno o malo, es solo un sueño. Un sueño que estuvo rodeado de cosas feas que me causaron pesadillas, pero que, gracias a la ayuda de muchos, pude superarlo para que hoy pueda sentirme libre. Tan libre como lo son esas aves que vuelan y cantan felices en este cielo despejado.

—¿Conejita? —me obligo a apartar la mirada de la ventana cuando escucho que mi hermana Mina me llama.

—Pasa —la insto, a lo que ella abre la puerta y se asoma solo un poco.

—¿Ya estás lista? —tras asentirle en silencio, ella me sonríe. —¡Qué bien! Porque hay alguien que quiere despedirse de ti —sus palabras me provocan un hueco de nerviosismo en el estómago que me hace desear y casi implorar porque sea "él" quien ha venido a verme, a pesar de que lo veía casi todo el tiempo, pues trabajaba a su lado todos los días, casi todo el día. Pero, mentiría si dijera que no he extrañado de cierta manera esas charlas amenas que teníamos. Charlas en donde él siempre estaba sonriente y platicador. Pues ahora la prudencia y las palabras breves y escuetas son las que más abundan entre los dos, después de esa cita que acepté, bajo la condición de que Armandito fuera con nosotros. Una condición que él aceptó más que encantado, al igual que mi hijo. Mas sin embargo pude darme cuenta que ese día maravilloso que habíamos tenido, se opacó cuando le hice aquel desplante. Un desplante que pude apreciar cuánto le había dolido. Un rechazo del cual me arrepentí al instante, pero que no fui tan valiente como para retractarme.

—¿Quién? —Pregunto, pero en vez de responderme, Mina abre la puerta por completo y se hace a un lado para dejar pasar a la señora Luna, quien entra con una enorme y bonita sonrisa, que, a pesar de mi momentánea desilusión, me permito recibir con alegría.

—¡La mia bellissima ragazza! —me es imposible no avanzar pronto hacia ella y refugiarme en sus brazos que ya están abiertos para recibirme.

**(¡Mi hermosa niña!)**

—¡Luna! ¡Qué alegría verla! —le susurro con sinceridad, mientras ella me apretuja genuinamente entre sus brazos.

—¿Come stai, ragazza mia? —murmura una vez que estamos frente a frente.

**(¿Cómo estás, mi niña?)**

—¡Muy bien, Luna! ¿Y usted? ¿Qué la trae por aquí? —ella suelta una risita, al mismo tiempo en que me da un suave pellizco en la mejilla.

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