18. Interludio

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❄️☀️


Dos días después, Satoru estaba de vuelta en el Bungalow con sus cachorros. Sus instintos estaban saciados y parecía que se quedarían tranquilos por un buen tiempo, permitiéndole trabajar y entrenar a sus alumnos, sin que sus hormonas causaran algún incidente.

Debería estar feliz por eso.

Quería estarlo.

Pero, mientras viajaban en el tren de regreso a la escuela, le había pedido que desbloqueara su número de teléfono, lo que lo dejó en shock.

No fue Satoru quien hizo eso, pero ahora entendía por qué nunca recibió una respuesta cuando le envió mensajes, o lo llamó.

Con toda la vergüenza del mundo sobre sus hombros, tuvo que preguntarle desde cuándo estaba bloqueado (desde que los niños estuvieron en su departamento por primera vez) y porque no le dijo antes (no quería molestarlo). Haciendo un esfuerzo por no volver a pelear con Nanami, rebuscó entre sus recuerdos, así fue como encontró una posible respuesta: Esa noche, en el taxi de regreso a la escuela, Tsumiki le pidió su celular para jugar un juego. No podía afirmar que fue ella quien lo bloqueó, pero el resto del tiempo, el aparato estuvo en sus bolsillos.

No compartió su teoría con el alfa, porque primero, necesitaba entender por qué Tsumiki hizo lo que hizo.

Hasta ese momento, pensaba que ella quería al Nanami, lo admiraba; creía que si existía otra persona en el mundo, impaciente por el regreso del rubio a su vida, era Tsumiki (y Megumi). Que bloqueara su número no tenía sentido, tuvo que ser un error.

A pesar de que ya había pasado la hora de dormir, los chicos seguían despiertos, él contaba con eso cuando entró con dos cajas de pizza, porque estando cansados y con el estómago lleno, era más fácil sacarles la verdad.

Se sentaron a la mesa para cenar. Satoru les hizo sus preguntas de rutina, ¿qué hicieron en la escuela? ¿Comieron bien? ¿A qué niño había golpeado Megumi? ¿Necesitaba pagar la factura de hospital de alguien o hablar con el director otra vez?

Los niños respondieron animados: pronto habría una excursión escolar para ver el monte Fuji; comieron bien porque Shoko e Ijichi se aseguraron de eso; Megumi no golpeó a un niño, así que no había que reunirse con el director, pero sí tenía que pagar una factura de hospital, porque un policía lo encontró golpeando a un muchacho de preparatoria en el parque.

—Estaba torturando a un gato. —Megumi argumentó como defensa.

Era válido, pero Satoru tuvo que castigarlo porque la violencia con la que el chico respondía a la mayoría de las situaciones, se le estaba yendo de las manos.

Poco a poco la conversación se fue apagando, y la comida se enfrió. Supo que los chicos se dieron cuenta de que algo iba mal cuando dejaron de comer después de la segunda rebanada, mientras que Satoru ni siquiera pudo probar bocado, el nudo en su estómago, provocado por la ansiedad e incertidumbre, era demasiado grande.

Si Tsumiki ya no quería a Nanami cerca, no sabía qué haría a continuación: para Satoru era muy importante que los niños aprobaran a su pareja (Matt, había sido una excepción, porque su acuerdo se limitaba a algo físico, no tenía sentimientos por él, y el beta tampoco estaba interesado en una relación a largo plazo).

—¿Pasa algo malo, papá? —preguntó Tsumiki.

Satoru suspiró, apoyando la espalda en el respaldo de una silla que era demasiado pequeña para él.

—Sí —admitió—. Uno de ustedes hizo algo en mi teléfono la otra noche, y necesito que me digan quién fue.

Megumi frunció el entrecejo, se enojó por la acusación falsa, era evidente, como en cámara lenta, lo vio voltear a ver a su hermana, la punta de su lengua en sus dientes advertían el inicio de una frase grosera, o sarcástica, una burla hacia él, con toda seguridad. Pero al igual que Satoru, Megumi vio la culpa en la expresión de Tsumiki, que tenía los ojos bien abiertos, labios apretados y nada de color en el rostro.

Sugar and Wine [Omegaverse] [NanaGo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora