4. La magia de internet

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El silencio del ascensor era ensordecedor. Cada segundo que pasaba sentía el calor de Martin a su lado. Juanjo no podía dejar de pensar en lo cerca que se encontraban, por lo que cuando las puertas se cerraron, no pudo aguantar más. Se lanzó hacia él, sus labios chocaron con una necesidad tan intensa que parecía que había estado esperando toda su vida por ese momento.

Por su parte Martin no se quedó atrás. Correspondió ese beso con tanta ansia como Juanjo lo había iniciado. Había fantaseado incontables veces con el tacto de Juanjo, con el sabor de sus besos, recreando en su mente cómo le había correspondido con la misma intensidad arrolladora que lo había tomado aquella noche. Pero, sin duda, ninguno de sus sueños se acercaba a la realidad. Este beso era salvaje, urgente dándose a entender mutuamente que llevaban demasiado tiempo esperando aquel momento. Martin aprovechó para pasar las manos por debajo de la sudadera que él mismo había prestado a Juanjo, minutos atrás. Necesitaba más. El calor se respiraba en el ambiente, era como si el mundo exterior hubiera dejado de existir... hasta que las puertas del ascensor se abrieron de repente.

Juanjo se apartó tan rápido como si alguien los hubiera sorprendido en plena travesura y sus mejillas se tornaron rojas mientras intentaba recomponerse y respirar con normalidad. Un hombre de traje entró, ajeno a lo que acababa de suceder y se terminó colocando en medio de los dos como si no percibiera la tensión que llenaba el ascensor. Martin, aún apoyado contra la pared, lanzaba miradas furtivas a Juanjo, y sus labios ligeramente hinchados y las mejillas enrojecidas le resultaban irresistiblemente adorables. El aire estaba cargado de incomodidad mientras el señor, con una indiferencia que parecía casi deliberada, permanecía entre ellos.

El silencio era pesado, casi asfixiante. Nadie dijo una palabra hasta que, finalmente, el hombre bajó en su piso, y las puertas se cerraron de nuevo. Ambos soltaron un suspiro aliviado, aunque la chispa entre ellos no había desaparecido, sino que se hacía más intensa conforme subían los últimos pisos.

—Oye Juanjo...—empezó a decir, quería decir tantas cosas, y pese a ello sentía la cabeza embotada. —Que yo... No suelo hacer esto y... Igual esperas que me vaya después pero mi casa está a tomar por culo de aquí y mañana tengo que madrugar, así que si no estás cómodo con que me quede a dormir dímelo ahora y... Bueno ya nos veremos si eso—el nerviosismo del pequeño lo inundó. No quería que el otro chico interpretase cosas que no eran al quedarse a dormir así que prefirió avisarle antes de que se hiciese más tarde y es que vivía a hora y media del centro de Madrid, en uno de los pueblos dormitorio del sur que el único lugar donde había encontrado un piso relativamente bien de precio y tan rápido.

—Puedes quedarte a dormir, no pasa nada. Total, no sería la primera vez. Ya sabes, mientras no le cuentes a nadie donde estoy quedándome ni que nos estamos viendo...—le respondió con una sonrisa para tratar que el otro no se sintiese tan cohibido.

De normal Juanjo hubiese preferido que se marchase cuando terminasen, pero después de haberle ayudado está tarde no podía negarse. Además, había algo en aquel chico que lo intrigaba, sabía que muy en el fondo él era el primero que deseaba estirar todo el tiempo posible con Martin. Durante semanas había creído que no lo volvería a ver nunca más, que lo suyo se había reducido a una placentera casualidad, y sin embargo, el destino se lo había vuelto a poner delante.

—Después de ver lo de esta tarde tranquilo. Tú secreto está a salvo conmigo—dijo riendo mientras el otro abría la puerta de su habitación.

Juanjo dejó entrar a Martin primero, pero al vasco no le faltó tiempo en coger a Juanjo del cuello de la sudadera para acercarlo a su cuerpo y a continuación acorralarlo contra la puerta mientras sus labios se volvían a encontrar con desesperación. Una desesperación que le sorprendió de nuevo, pues Martin nunca había sentido una conexión sexual tan fuerte con nadie. Juanjo le devolvió el beso con el mismo ímpetu hasta que tuvo que separarse para coger aire.

Lo que no ves de mí - JuantinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora