El bosque de Westfell.

Capítulo 13.

Príncipe Zachary.

—¿Estás bien? —Es la décima vez que mi madre hace esa pregunta.

—Lo estoy. —Expando una sonrisa reconfortante.

Cuando llegamos al castillo ya estaba anocheciendo, le explicamos a mis padres que logramos escondernos a las afueras del pueblo, y aunque mi padre no está del todo convencido, no me cuestiono al ver el rostro de felicidad de mi madre.

Nos explicaron que lograron atrapar a los rebeldes, pero es la única información que recibí.

El doctor frente a mí cierra su maletín y se inclina ante nosotros.

—Buenas noches, sus majestades y alteza.

—Querida tiene que descansar. —Mi padre planta su palma en el hombro de mi madre.

Ella me mira exasperada aun.

—Estoy bien.

Y es lo que necesita para que ellos dejen mi alcoba.

Me siento en la cama mirando hacia el bosque. Por un momento pensé que moriría, solo veía fuego y el ardor del mismo consumía mi cuerpo, no escuchaba nada, ni siquiera la voz de Anya solo una voz suplicando que parara y una risa masculina. No pude evitar preguntarme si Anya ve lo mismo que ví, si ella escucha esas voces.

Al recuperar mi conciencia, los serenos ojos ámbar de Anya me acogieron con preocupación y alivio. Ya no sentía ardor y no tenía miedo. Y aunque mi cuerpo ya no ardía, en ese momento solo tenía frío.

Anya está del otro lado del pasillo, y mi puerta secreta puede llegar a su habitación. Al principio creí que era una casualidad, pero me inclino más a una jugada intencionada de mi madre.

Sin pensarlo dos veces me visto con un pantalón y camisa para encaminarme hacia la habitación, no me toma mucho hasta llegar a la puerta por el lúgubre pasillo. Tomo la manilla y la jalo hacia mi cuerpo abriéndose con facilidad.

Doy un paso adentro y la hojilla de una espada se posiciona en mi garganta. A mi derecha los ojos ámbar de Anya me miran con seriedad, sin embargo, cambian por completo al darse cuenta de quien soy.

—¿Qué te sucede? —Dice soltando un pesado suspiro al tiempo que baja la espada.

—¿Enserio? ¿Me lo preguntas? Tú eres la que tiene la espada.

Anya me da la espalda dejándome ver su largo cabello y su cuerpo envuelto en una bata.

Cierro la puerta.

—Por supuesto. Hoy nos atacaron Zachary. —Se gira hacia mí—. ¿Qué esperabas?

Su pecho sube y baja con velocidad.

Y pensándolo bien, está no es la primera vez que es atacada por rebeldes.

Por su mirada insistente sobre mi decido contestarle.

—Estoy bien, el doctor no encontró nada extraño en mí.

—Pero yo te ví quemarte, y te escuché gritar.

—También me viste sanar. —Camino hacia ella, tomo sus manos ya libres puesto que dejó a un lado la espada—. ¿Te encuentras bien?

Anya suspira y asiente.

—Lo estoy, aunque algo aturdida. —Nos tomamos unos segundos de silencio hasta que Anya decide hablar—: ¿Qué haces aquí?

—Quería saber como estabas.

Y teniendo en cuenta que nos separaron a ambos apenas llegamos al castillo, genuinamente estaba preocupado.

—En otras palabras: te estás preocupando por mi. —Anya suelta esto último con un pesado respiro.