Ellos creían en las casualidades, que todo pasa por algo y en el momento justo.
Jamás se atrevieron a cuestionar los juegos del destino y sus maniobras pero esta vez había llegado demasiado lejos.
Nadie les dijo que su gran y extraño encuentro iba...
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Las luces están apagadas, cada uno tiene su instrumento encima. Se escuchan los gritos de fondo, la gente está eufórica coreando nuestros nombres.
Los nervios me recorren la piel, tengo una sensación que no sé cómo explicar en el abdomen. No puedo ver bien a mis hermanas, tampoco puedo divisar a los chicos.
Por el in-ear se escucha 10, 9, 8...
-¡A romperla, eh!- distingo a Pato y sonrío.
Empiezan a sonar los platillos de la batería anunciando que algo va a pasar.
7, 6, 5, 4...
- ¡Dale, wacho!- escucho a Guido.
La guitarra de Pato empieza a sonar distorsionada.
3, 2, 1...
Salimos.
La intro de Diamante empezó a sonar. La emoción me invade, siento como el escenario vibra por los bajos y eso sube por mi cuerpo.
Electricidad. Agradecimiento. Felicidad.
Estoy ahí.
Estoy con ellos.
Estoy arriba de ese escenario, con mis hermanas.
Con mi banda de rock.
-¡Hoy brillas en el Luna Park!- Guido está al frente, veo como las chicas que están en valla se descontrolan y me río porque esa era yo hace un año atrás.
-¡Las luces están...- el rubio se acerca y me señala, señala a mis hermanas.- Esperando por vos!
Le sonrío y canto la canción por lo bajo desde mi lugar.
Desde mi lugar como fan.
Toco los acordes que me corresponden y lo disfruto, pero esta vez como artista.
La suma de ambas baterías, de las cuatro guitarras, ahora somos tres voces. Todo está equilibrado para que no suene saturado, en realidad suena impecable, con potencia, manejamos una calidad espectacular y yo no puedo creer que armamos un show de la puta madre con los hombres que alguna vez nos inspiraron a hacer música.
Veo carteles, banderas, miro a todos los que puedo a los ojos, están efusivos, están gritando mi nombre cuando llega mi turno de cantar.
