𝐄𝐕𝐄𝐑𝐌𝐎𝐑𝐄 | Amanda Evermore vive en el distrito uno, criada desde pequeña para ser una guerrera y así, cuando tuviese la mayoría de edad y estuviera totalmente lista, se uniría a los juegos del hambre como voluntaria para dar orgullo a su dis...
Miro a Peeta cuando noto que me ofrece algo desde la distancia, mientras los demás terminan de tomar sus cosas para avanzar y dejar este mini campamento.
Sonrió cuando veo que tiene una linda flor violeta sobre su mano y me sonríe, así que también lo hago.
—Es muy temprano para ponerte romántico, ¿no lo crees?— dije, tomando la flor en busca de algo raro.
No quisiera olerla y morir en un minuto.
Mi comentario hace que Peeta suelte una leve carcajada que se me contagio al instante.
—Jamás hay un horario.
—Oigan, tenemos que seguir moviéndonos— llamó Cato, interrumpiendo aquel momento.
Me agacho para tomar mi mochila y la coloco en mi hombro, con el chico caminando a mi lado mientras olfateo la hermosa flor violeta que tiene un olor amargo, como perfume muy, muy agrio.
Así ambos comenzamos a caminar por el bosque, entre el grupo hemos pensado en volver a la Cornucopia, juntar las provisiones y tenerlas ahí como carnada para cazar más tributos.
Por la tarde nos damos una vuelta más a la Cornucopia para surtir nuestras mochilas de comida que cada vez se acaba más. Me acerco a los cuchillos con sigilo cuando veo que Clove muy concentrada en las demás mochilas, Marvel esta buscando algo entre las cajas, lo que deja a Cato y Marina buscando comida en dicha sección.
Lo primero que hago es fingir que busco comida como los demás, pero cuando noto la distracción aprovecho para tomar un cuchillo de punta fina, delgado y muy pequeño, me lo guardo dentro de la chaqueta y tomo uno más antes de dirigirme a Peeta.
—Lleva esto— le susurró sin mover tanto los dientes.
Peeta me lanza una mirada confusa, tomando el cuchillo en sus manos que parece más diminuto que en las mías.
—¿Por qué un cuchillo?
Le siseo —Ellos no confían en nosotros y nosotros tampoco en ellos— finjo agacharme para recoger una caja y abrirla —Cuando queden menos tributos comenzarán los ataques.
En realidad, ninguno confiaba en el otro, estaba casi segura ver a Cato durante el baño de sangre guardarse un cuchillo bajo la manga, que durante la primera noche paso al talón como escondite.
—¿Tu ya tienes uno? Toma este mejor— extendió el pequeño cuchillo.
Negué, tomando su mano que me ofrecía el cuchillo. —Guárdalo en la chaqueta, hay una bolsa ahí para esconder cosas, ya tome uno.
