𝐄𝐕𝐄𝐑𝐌𝐎𝐑𝐄 | Amanda Evermore vive en el distrito uno, criada desde pequeña para ser una guerrera y así, cuando tuviese la mayoría de edad y estuviera totalmente lista, se uniría a los juegos del hambre como voluntaria para dar orgullo a su dis...
Cato corre hacia nosotros, eso me asusta por un segundo pero tiro el arco para levantar mis puños frente a mi y prepararme para pelear con él.
Sin embargo, él nos pasa de largo sin antes estrellarse contra nosotros. Suelto un quejido al caer al suelo de golpe, Cato no nos toma atención, él sigue corriendo de largo y cuando me levanto ya ha huido.
—¿Por qué sigue corriendo?— le pregunto a Peeta cuando me levanto.
El chico se encoge de hombros —No lo sé.
Entonces lo escucho, es un gruñido combinado con pisadas fuertes que corren hasta acá. Con miedo y lentitud me giró y confirmo mi teoría.
Mutos.
—¡Corre!— le grito a Peeta tan alto como puedo antes de tomar el arco y correr.
Sé que me sigue porque logro escuchar sus torpes pisadas detrás de mi. El viento enfría las heridas de mi rostro y el miedo me quita el dolor, comienzo a correr cada vez más y más rápido cuando siento el olfateo de los mutos.
Mutos... terribles mutaciones que usan los Vigilantes para crear un buen show y matar a sus tributos de forma creativa, lo había visto año tras año pero ahora lo estoy viviendo y me pongo a pensar en lo que aquellos tributos devorados por mutaciones como está debieron sentir en sus últimos momentos.
Bueno, lo único que siento ahora es miedo a morir tragada.
Cato ha salido corriendo hasta la Cornucopia, así que lo sigo, sigo sus pasos en un intento de conseguir un lugar seguro. Podría subirme a un árbol pero Peeta no... ¿Peeta? ¡Peeta! Estoy por subirme a la Cornucopia cuando aún lo veo correr bastante lejos de nosotros.
Los mutos lo están alcanzando, por lo que lanzo una flecha hacía la manada y uno cae, pero hay muchos para ocupar su lugar.
—¡Vete, Amanda, vete!— me grita, señalando el cuerno.
Sin embargo, no le hago caso, empiezo a trepar la Cornucopia y a disparar desde la distancia. Cuando esta lo suficientemente cerca le ayudo a subir y entonces, sé que debo encargarme de una sola persona.
Cato está tumbado de lado en lo alto del cuerno, unos seis metros por encima del suelo, jadeando para recuperar el aliento. Los mutos siguen debajo de nosotros, tratando de subir
Él tose algo ininteligible; los ruidos de bufidos y gruñidos de las mutaciones no me ayudan en nada.
—¿Qué? — le grito, confundida.
—Ha preguntado si pueden trepar— me responde Peeta.
Los mutos empiezan a reagruparse. Al unirse, se levantan y se yerguen fácilmente sobre las patas traseras, lo que les da un aspecto humano, lo cual me asusta más el hecho de que todos tienen un grueso pelaje, algunos de pelo liso y suave, y otros rizado; los colores varían del negro a algo que sólo podría describirse como rubio.
