𝐄𝐕𝐄𝐑𝐌𝐎𝐑𝐄 | Amanda Evermore vive en el distrito uno, criada desde pequeña para ser una guerrera y así, cuando tuviese la mayoría de edad y estuviera totalmente lista, se uniría a los juegos del hambre como voluntaria para dar orgullo a su dis...
Los agentes de la paz se encaminan hacia nosotros después de que suelto aquella última frase.
—Son unos asesinos— susurró a por último.
Entre lágrimas, me sostengo de mi hermano mientras me cubre el rostro en su cuerpo como una niña pequeña, tal como cuando la noticia de que mis padres habían muerto había llegado a la casa.
Peeta discute con aquellos guardias pero no puedo escuchar lo que dicen porque la gente de afuera sigue gritando.
—¡Ya nos vamos! —exclama Peeta, dándole un empujón al agente de la paz que nos obliga a avanzar.
Los tres subimos hasta la planta de arriba, donde Haymitch, Kenna junto a la estilista de Peeta y Effie nos esperan debajo de una pantalla montada en la pared, en la que sólo se ve estática.
—¿Qué ha pasado? —se apresura a preguntar Effie—. Hemos perdido la imagen justo después del precioso discurso de Amanda, y entonces Haymitch ha dicho que creía haber escuchado un disparo; yo he contestado que era ridículo, pero ¿quién sabe? ¡Hay lunáticos en todas partes!
Logro separarme de Sage después de limpiar mi rostro. Niego con la cabeza y Haymitch entiende lo que pasa ya que me mira con una expresión de lastima y enojo.
—No ha pasado nada, Effie. El tubo de escape de un viejo camión —responde Peeta, sin que le tiemble la voz.
Dos disparos más me hacen saltar en mi lugar y cubrir mis oídos con ambas manos. Peeta me da un medio abrazo que acepto sin dudar.
—Ustedes dos, conmigo —ordena Haymitch. Peeta y yo lo seguimos junto a Sage, y dejamos a los otros atrás.
Los agentes de la paz están muy ocupados tratando de tranquilizar a las personas de afuera, por lo que subimos por una escalera en curva de mármol sin ningún problema.
En la parte de arriba hay un largo pasillo con una alfombra desgastada y unas puertas dobles abiertas que dan paso a la primera sala que nos encontramos. Sigo tomada del chico durante todo el camino bajo el techo con seis metros de altura.
Nos han preparado la habitación a Peeta y a mí, aunque apenas nos detenemos Haymitch se asegura de que no llevemos ningun micrófono en la ropa y sigue avanzando.
—¿A dónde vamos?— inquiero confundida, cuando nos conduce por un laberinto de escaleras.
—No preguntes hasta que lleguemos— me recomienda mi hermano.
Parece que él ya ha reconocido el camino ya que sus pasos pasan de ser titubeante a decididos.
No hago más preguntas y al final subimos por una escalera a una trampilla y, cuando Haymitch la abre, nos encontramos en la bóveda del edificio. Me sorprende lo fácil que es llegar pero lo escondido que está, es un enorme lugar lleno de muebles rotos y libros amontonados junto a armas ya oxidadas.