𝐄𝐕𝐄𝐑𝐌𝐎𝐑𝐄 | Amanda Evermore vive en el distrito uno, criada desde pequeña para ser una guerrera y así, cuando tuviese la mayoría de edad y estuviera totalmente lista, se uniría a los juegos del hambre como voluntaria para dar orgullo a su dis...
Intento que mis pasos sean silenciosos cuando llego al alba de la Cornucopia. Todos o al menos los profesionales que quedan, están ahí, vigilando su dulce carnada, esperando... y esperándome, quizá.
No veo momento de salir de mi escondite y robar algo, hay pequeños montones de tierra alrededor y sospecho de que si doy un paso en falso adiós a ser ganadora de los séptimos cuartos Juegos del Hambre. De vez en cuando Cato o Clove dan un recorrido rodeando la Cornucopia, lo cual me rebela el camino que puedo tomar y no morir en el intento.
Mentiría si digo que lo he descubierto muy rápido, me toma lo que parecen ser dos horas en tomar una ruta a la que nombro segura. Por la noche, cuando me voy a rendir y aceptar de que esta misión es una mala idea, los demás salen con sus antorchas de sus lugares, sé que van a cazar los pocos que quedamos así que aprovecho está oportunidad y cuando veo que la luz desaparece por el otro lado del bosque es cuando me preparo, pongo mi pie frente al otro, agarro bien mi arco y corro.
Mis piernas se detienen por inercia antes de pisar el campo de trampas, recuerdo los lugares seguros y los sigo, torciendome el pie, apunto de tropezar un par de veces pero llego a la Cornucopia. El chico del distrito tres se ha acomodado en una esquina del campamento y se ha quedado dormido así que tomó una bolsa con contenido dentro, las armas no las veo aunque ya tenemos suficientes para ser dos, finalmente me cargo con dos bolsas llenas de no sé qué.
El camino de regreso es más difícil de lo que creo, apenas puedo ver así que tomó una bocanada de aire y vuelvo a correr, en una ocasión caigo al suelo de rodillas, el miedo me cruza el cuerpo así que me quedo tirada en el suelo, cubro mis oídos como si la explosión no me fuera a desmembrar y espero.
Lo único que logro escuchar son unos pequeños pasos, el chico del distrito tres se ha asomado para ver el causante del chillido que solté al caer, pero nada, parece no verme de lo dormido que está y la oscuridad que hay. Me quedo quieta hasta que escucho que se va y vuelvo a mi misión, metiéndome por el bosque y corriendo hasta la cueva con la respiración agitada.
—Amanda— la voz de Peeta me recibe.
Estoy tan agitada que apenas puedo sonreírle y dejar caer las bolsas conmigo siguiéndole el paso.
—Hola, chico enamorado.
Cuando caigo estoy lo suficientemente cerca para que se acerque a mi para revisar si tengo heridas, pero no es así, salí casi ilesa a excepción por el susto que me di al caer.
—Estoy bien— añado, con una leve sonrisa cuando me hace cosquillas el que tenga sus manos sobre mis mejillas —Te dije que confiaras en mi.
—Lo hago, de verdad— volvió a su lugar —Pero me haz pegado un buen susto.
