Al día siguiente, después de meditar muy temprano en la mañana (reconozco que no me gusta madrugar, así que a la hora que despierte medito, porque son vacaciones) me paré frente al espejo y me miré con determinación.
Observé una foto, en las que estábamos mis amigos y yo, incluyendo el crápula de Félix... Pelirrojo descarado y mal amigo que nos traicionó a todos. Bueno, en fin. En mi corazón ya no cabe rencor. Sólo observo la foto de cuando yo tenía dieciséis y veo cuán diferente soy ahora, que tengo diecisiete y comparo.En ese instante solo importaba nuestra amistad. Brandon y Emma iniciaban un romance que terminó seis meses después. Ari, miembro más reciente del grupo mostraba su mismo carácter inflexible e inexpresivo. Félix, para que contar, Félix se divertía haciéndose pasar por nuestro amigo. Pero nos mintió, nos traicionó, nos engañó. Se enrolló conmigo, me besó, me dejó y me humilló, nos robó y a pesar de todo insistía en ser una buena persona. Sin palabras.
Por último yo, parecía más niño e inocente.Mis facciones suaves y juveniles, sin rastro alguno de las ojeras que ahora marcan mi rostro. El cabello corto y alisado enmarcaba mi rostro, dándome un aire inocente y despreocupado. Recuerdo cuánto tiempo invertía en peinarlo para lograr esa apariencia perfecta, aunque en realidad, era solo una ilusión de control en medio del caos adolescente que habitaba en mi interior.
Mi estilo, tan característico en aquel entonces, era un reflejo de mi personalidad rebelde y nostálgica. Los jerseys de rayas eran o son mi prenda favorita, con sus colores vibrantes que contrastaban con la monotonía del día a día. Colores que ni yo mismo distinguía por ser daltónico, del tipo: deuteranopia*. Combinaba aquellos suéteres con vaqueros desgastados, que contaban historias de aventuras y travesuras vividas en las calles de la ciudad.
Aquella foto era un portal hacia un tiempo pasado, donde la inocencia y la curiosidad reinaban en mi corazón. Me veía a mí mismo como un joven lleno de sueños y anhelos, sin los trastornos que ahora pesan sobre mis hombros. Era un recordatorio de cómo el tiempo puede moldearnos y cambiar nuestra perspectiva de la vida.
Cierro los ojos y dejo que los recuerdos fluyan por mi mente. Aunque el tiempo haya dejado su huella en mí, siempre llevaré conmigo la esencia de aquel chico de 16 años, con su pelo corto y alisado, sus jerseys de rayas y sus vaqueros desgastados.
Luego frente al espejo, observé atentamente mi reflejo. A mis 17 años, me sorprendí al ver los cambios que habían ocurrido en mí. Mi cabello, antes corto y liso, ahora caía en rizos rebeldes y naturales hasta los hombros. Era como si mi melena hubiera tomado vida propia, reflejando mi espíritu libre y desafiante. Mi rostro también había evolucionado hacia una apariencia más adulta. Mis rasgos adolescentes se habían afilado, mostrando una mandíbula más pronunciada y unos ojos más intensos. En ellos podía notar la carga de las experiencias que había vivido a lo largo de mi corta vida.
A medida que mi mirada descendía, me percaté del vello facial incipiente que comenzaba a poblar mi rostro. Eran apenas unos cuantos vellos rebeldes que asomaban tímidamente, pero eran una señal de mi transición hacia la adultez. Me sentí orgulloso de ellos, como si fueran insignias de mi crecimiento personal.
Mi vestuario también había cambiado drásticamente. Los jerseys holgados y la ropa cómoda habían reemplazado a las prendas ajustadas y a la moda que solía usar. Ahora prefería la comodidad por encima de la apariencia. Ya no me importaba tanto lo que los demás pensaran de mí, me vestía para mí mismo.
Pero más allá de los cambios físicos, lo que realmente me impactó fue el reflejo de mi espíritu en aquel espejo. Era la cara de una persona que había enfrentado el bullying, el silencio impuesto, la violencia de un asalto, la oscuridad de la depresión y los trastornos mentales como el TLP y los trastornos alimenticios. Había amado y había sufrido la separación.
Mi mirada reflejaba la fuerza que había encontrado en mi interior para superar cada obstáculo en mi camino. Aunque mis ojos mostraban la tristeza y el dolor que había experimentado, también reflejaban la determinación y el coraje que había adquirido a lo largo de mi viaje.
Era un nuevo Archie, uno que había renacido de las cenizas de su pasado. Acepté mi reflejo con gratitud y amor propio, reconociendo que cada experiencia había moldeado al hombre que era en ese momento. Me prometí seguir creciendo, aprendiendo y abrazando cada desafío que la vida me presentara.
Me recosté en mi cama, sumergido en un profundo silencio. Cerré los ojos y me sumergí en un viaje de introspección, explorando los cambios que habían ocurrido en mí, tanto físicos como morales. Había pasado por un pasado tormentoso e infeliz, pero ahora me encontraba en un punto de mi vida en el que estaba decidido a redescubrirme y transformarme en la persona que siempre quise ser. Mis pensamientos se dirigieron hacia mi pasado, recordando cómo solía ser. Era un ser frágil, lleno de inseguridades y miedos. El bullying, el silencio impuesto y la violencia de aquel asalto habían dejado cicatrices profundas en mi alma. Me encontraba sumido en la oscuridad de la depresión y luchaba contra trastornos mentales como el TLP (trastorno límite de la personalidad) y los trastornos alimenticios. Mi vida amorosa también estaba marcada por la separación y el dolor.
Sin embargo, a medida que me adentraba en mis pensamientos, también reconocí los cambios que habían ocurrido en mí. Había sido mi estudio del budismo lo que me había llevado a una profunda transformación interna. A través de la meditación y la filosofía budista, había aprendido a aceptar el sufrimiento como parte de la vida y a encontrar la paz interior en medio de la adversidad.
Mi viaje me había llevado a enfrentar mis propios demonios, a cuestionar mis pensamientos y a deshacerme de las cadenas que me ataban al pasado. Había aprendido a perdonarme a mí mismo y a los demás, liberando así el peso de la culpa que llevaba sobre mis hombros.
Los cambios físicos también eran evidentes. Mi rostro reflejaba una serenidad que antes no existía. Había una chispa en mis ojos, una luz que mostraba mi creciente confianza y autoestima. Mi cabello largo y rizado se convirtió en un símbolo de mi libertad y autenticidad, una expresión externa de mi transformación interna. En medio de mi introspección, me di cuenta de que ya no quería ser el Archie de antes. Quería ser una versión mejorada de mí mismo, alguien que pudiera inspirar a otros a superar sus propios desafíos y encontrar la felicidad en medio del caos. Quería ser un faro de esperanza y compasión.
El budismo me había enseñado que el cambio es inevitable, pero también que podemos elegir cómo reaccionar ante él. Decidí abrazar mi pasado como parte de mi historia, sin permitir que definiera mi presente ni mi futuro. Me comprometí a cultivar cualidades como la bondad, la compasión y la sabiduría en mi camino hacia la autorrealización.
Con un profundo sentido de propósito, abrí los ojos y me levanté de la cama. Sabía que mi viaje de transformación aún no había terminado, pero estaba listo para enfrentar cada desafío con valentía y determinación.
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Archibald Connor. Los secretos de la luz.
SpiritualEn este cautivador libro espiritual, "Archibald Connor. Los secretos de la luz", nos sumergimos en la vida de Archibald Connor (Archie) durante sus vacaciones de verano. Con el deseo ardiente de encontrar la verdadera felicidad, Archie decide embarc...